Según ACNUR, la agencia de la ONU para ayuda al refugiado, casi cinco millones de sirios han huido de su país para escapar de la guerra y de los asesinos del Daesh. La mayoría son familias de clase media o alta que lo han perdido todo y buscan a la desesperada salvar la vida y llegar a Occidente. Solo un obstáculo los separa de la paz: cruzar lo que ellos llaman el túnel de la muerte, las fronteras terrestres y marítimas que unen Siria con Europa. En mitad de la dureza de los campos de refugiados y entre los incontables peligros que encuentran en su viaje de huida, expuestos a las inclemencias del clima, la miseria y las mafias de tráfico humano, miembros de la Iglesia española se hacen presentes para aliviar su situación.

Los 150 sirios, afganos e iraquíes que han llegado a Irlanda en el último medio año son parte del programa de reasentamiento de la ONU. Son los refugiados que alcanzan el sueño dorado de tocar suelo europeo, y no tardan en descubrir que ese oro no reluce tanto… “Las primeras familias llegaron hace meses y ya tienen casa en diversos pueblos”, explica Marta Hernández, española responsable de proyectos del Servicio Jesuita al Refugiado en Irlanda. Los que llegaron en junio están en un centro de Dublín a la espera de un hogar. “Hay un programa específico para ellos”, señala Marta, que trabaja en varios centros de acogida en los que también viven inmigrantes de otras nacionalidades. “La mayor parte de los solicitantes de asilo esperan dos años –el proceso puede alargarse hasta cinco– para regular su situación”. Gracias a su trabajo, “tienen cama segura y comida”. Pero recalca la urgencia de modificar el sistema de asilo, “porque al ser tan largo, muchos niños están creciendo en centros de acogida”.

Begoña Castiella es corresponsal de ABC en Grecia. Cada jueves suelta la pluma para convertirse en responsable del centro de Cáritas Atenas. “Damos comida caliente a 300 personas de lunes a viernes; repartimos ropa y leche para bebés; y tenemos clases de inglés y griego, un programa de vacunación para niños y servicio de asistencia social”, explica. Hasta Atenas llegan muchas familias sirias, afganas e iraquíes “de paso, porque su objetivo es coger un autobús en el puerto del Pireo que les lleve a la frontera con Macedonia, y continuar hacia Alemania o Suiza”. Casi 5.000 personas llegan a diario a las islas griegas desde la costa turca. Los que no mueren ahogados por el camino “son recibidos por el ACNUR griego para ser identificados. Si son sirios tienen prioridad absoluta, y el Gobierno les ofrece la posibilidad de quedarse. A los afganos también. Pero si son de otra nacionalidad, se les registra o se les deporta”, reconoce. Y asegura que “el verdadero problema en Atenas son los inmigrantes del norte de África, sin trato preferente y ningún lugar a dónde ir”. La escasez de camas en los centros de acogida se ha visto paliada en los últimos meses. Gracias a Cáritas Europa y Cáritas Internationalis, la Cáritas griega ha podido alquilar un hotel en la isla de Lesbos y otro en Atenas para que los refugiados sin recursos puedan descansar al menos unos días.



Cada día pasan por Presevo, en Serbia, más de 2.000 refugiados. “Llegan las 24 horas del día, también de noche. Vienen familias enteras, con niños y ancianos, caminando o en autobús. Lo que más me impresiona son los ancianos, que están exhaustos. Muchas veces me tengo que dar la vuelta para que no me vean llorar”. Lo cuenta Carmen Maestro, voluntaria de Mensajeros de la Paz en esta ciudad fronteriza con Macedonia, paso obligado de los refugiados. Esta ONG española ha plantado una tienda de apoyo en medio de un descampado desolador, rodeada de refugiados. Los voluntarios reparten té, sopa caliente y ropa seca. Es “la tienda del descanso, donde atendemos 24 horas a quienes llegan. Cuando reponen fuerzas, van a los puntos de atención de ACNUR y Cruz Roja para ser identificados y acceder a los papeles que les permitan continuar hacia Croacia”.

Ángeles de Andrés, una seglar gallega, ayuda a los refugiados que aguardan en la costa turca para llegar a las islas griegas de Lesbos y Kos. Aunque ella lo hace desde su casa en Vigo: con su tablet, a través de Whatsapp y Google Maps, apoyada por un capitán de navío iraquí y un grupo de voluntarios sobre el terreno, Ángeles coordina el flujo de casi el 90 % de las embarcaciones que salen de Turquía a Grecia. “Hemos creado una plataforma de Whatsapp para que los refugiados informen de cuándo van a zarpar. Antes del verano, las mafias les obligaban a salir con los móviles apagados y en barcazas de madera sin tratar, con capacidad para 200 personas en las que metían a 400. Por eso, aunque el clima era mejor que ahora, había más muertos”. Gracias a Ángeles, “tenemos dividido el mar en cuadrículas y los refugiados nos avisan cuándo zarpan. Están localizados por GPS todo el recorrido y me avisan de las incidencias: avería, falta de gasoil, tormenta… Si hay peligro de muerte, la señal que mandan incluso los musulmanes es SOS Virgen de Fátima. Entonces aviso a la guardia costera griega y turca, y a la ONG Proactiva Open Arms; también cuando llegan a tierra”. Ángeles explica que “cruzar van a cruzar igual, solo les ayudamos a pasar el túnel de la muerte con un mínimo de seguridad. Hemos logrado que no se metan en barcazas y exijan lanchas, que son algo más seguras. Aun así, a veces las mafias los empujan a la muerte. Hace poco escuché por mi móvil un naufragio. Hay que rezar mucho”.



Cuatro millones de personas viven en El Líbano, similar en extensión a la Comunidad de Madrid. De ellos, un millón son refugiados sirios. Además hay desplazados palestinos e iraquíes. Familias enteras huyen de la guerra “sin nada: ni alojamiento, ni ropa, ni comida, ni medicinas… 200.000 niños están sin escolarizar. Muchos tienen heridas de guerra, pero lo peor son los trastornos psicológicos: traumas, muertes de familiares, inseguridad, desasosiego… Algunos niños han perdido el habla”. Así lo explica Miquel Cubeles, un religioso marista que llegó en septiembre a Beirut para poner en marcha el proyecto Fratelli, junto al religioso de La Salle Andrés Porras.



“En estos meses hemos abierto un centro para niños en un barrio pobre de Beirut, y pronto abriremos otro en Sidón. Cada día damos gracias a Dios porque nos quiere aquí, con sus preferidos”, dice. Aunque la Iglesia caldea y Cáritas “han desplegado numerosos programas de ayuda humanitaria para musulmanes y cristianos”, la solución “es acabar con la guerra”. Mientras, “nosotros atendemos a los desplazados con actitud evangélica. Aquí están de paso: buscan llegar a Europa, América o Australia. Pero la gente sencilla solo distingue si se le desprecia o se le trata con amor. Nosotros procuramos acercarnos con amor y no escondemos que somos cristianos. Es más fácil hablar de Dios aquí que en España…”.