Cómo sobrevivir a 57 años de ocupación soviética, a las deportaciones, al exterminio preservando la propia cultura y la propia fe. Este es el ejemplo de la resistencia lituana, episodio aún poco conocido de la historia europea.

Después de haber visto el lugar del exterminio, la prisión de la KGB en Vilnius, nos hemos reunido con los jóvenes de la Asociación Identidad Europea, guiados por Adolfo Morganti, para ir a ver también los lugares de la resistencia: cultural, armada y espiritual.

[La web del museo de las Víctimas del Genocidio Soviético en Lituania es genocid.lt/muziejus/]

Primero de todo, resistencia cultural: los soviéticos habían prohibido todas las publicaciones religiosas, como también la literatura nacional -incompatible con el credo soviético-, las poesías patrióticas y los libros de historia no alineados.

En Lituania, al igual que en las otras naciones ocupadas por la URSS, se practicó un lavado del cerebro en masa, borrando el pasado y reconstruyendo el presente según los dictámenes de la ideología marxista. En este contexto, preservar la memoria del pasado y difundir una literatura alternativa a la oficial era de crucial importancia.


Tropas lituanas en julio de 1947, enfrentándose
a los soviéticos dos años después de acabada la
Segunda Guerra Mundial



Como en la novela distópica Fahrenheit 451, el único modo de conservar la propia humanidad era memorizando los libros. En un tranquilo suburbio de Kaunas, en una pequeña casa en las colinas se desarrolló asiduamente este trabajo: copiar, imprimir y distribuir libros prohibidos a escondidas en los bosques, a través de una red clandestina.

Detrás de la casa hay un invernadero, en el cual hay una pila de cemento de tres toneladas que se puede mover y que muestra la entrada a un pasaje secreto. Bajamos tres metros y entramos en unos túneles de cemento que llevan a una tipografía que parece salida de un museo del siglo XIX.

"Pido disculpas por la incomodidad de este refugio, pero cuando lo excavamos no sabíamos que íbamos a recibir visitas", nos dice una anciana señora, Birute, esposa de uno de estos valientes hombres-libro: Vytautas Andziulis. Nos reunimos también con él, un anciano de mirada orgullosa.

Durante diez años, de 1980 a 1990, dirigió junto a su socio Juozas Bacevičius una editorial clandestina llamada AB en este incómodo agujero: 23 títulos impresos, tiradas de 138.000 copias.

En la tipografía subterránea (no en sentido metafórico, porque está a tres metros bajo tierra) vemos también mucha literatura religiosa, entonces prohibida.

Desde una vieja radio soviética (viejísima también para los estándares de los años 80), la familia de editores escuchaba en secreto las transmisiones de Radio Vaticana y de Voice of America.


"Mi primer objetivo, -nos explica Birute-, era proteger a la familia. Estaba especialmente preocupada por los helicópteros y cuando sobrevolaban esta zona tocaba la campana. Tres toques significaba peligro grave".

Había cuatro niños que había que proteger; el propio secreto tenía que ser protegido de su ingenua curiosidad. Cuando iban a distribuir clandestinamente en los bosques, lejos de los centros habitados, los libros recién salidos de la imprenta les decían que iban de excursión.

Y cuando a finales de los años 80 uno de los hijos descubrió el pasaje secreto, Birute tocó la campana en señal de peligro. Los padres tuvieron que mentir a medias, explicando que era un laboratorio clandestino porque los soviéticos prohibían cualquier forma de propiedad privada, pero no le dijeron que había una tipografía. Este secreto se mantuvo hasta 1990.

Por fin la AB se convirtió en una editorial legal. Pero duró poco: las nuevas técnicas de impresión y distribución no le permitieron aguantar la competencia y cerró al cabo de pocos años. "Pero el verdadero milagro fue que no nos descubrieran durante esos diez años".




Dos escenas de las tropas regulares lituanas en 1949, cuatro años después de acabada la Segunda Guerra Mundial, solos contra las tropas soviéticas


La resistencia fue también armada. Los lituanos combatieron contra los soviéticos desde 1944 a 1953, más que ningún otro movimiento de resistencia europeo del siglo XX. El último partisano se rindió en 1965.

Hemos ido a Minaiciai, en el norte del país, en medio de bosques y campos, en el lugar en el que se instituyó un comando unificado de las unidades partisanas. Desde fuera no se nota nada, sólo se ve una vieja alquería.

Pero bajo esta alquería está el bunker del comando, con espacio para acoger hasta seis hombres (diez en caso de emergencia o reunión de los vértices).

La guerrilla lituana estaba muy lejos de los episodios de barbarie a los que nos ha acostumbrado la historia reciente, con guerrilleros vestidos de civil que se mezclan a la población para llevar a cabo sus atentados.

Los lituanos, al contrario, conservaron siempre sus uniformes, combatieron como un ejército regular, al servicio de un estado que no se había rendido a la ocupación sovietica.

Fue una guerra de un ejército regular, combatida en condiciones desesperadas, recuperando armas y municiones abandonadas por los alemanes, o capturando las de los soviéticos.

A partir de 1949, al constatar que no le llegaría ninguna ayuda desde el exterior, la resistencia empezó a perder fuerza. Ese año los soviéticos llevaron a cabo la redada y la deportación más masiva de todas, capturando y deportando a campesinos y propietarios terrenos, reduciendo de golpe la base de colaboradores de los partisanos.

El bunker que visitamos no se encontró nunca y fue abandonado en 1952. Sólo una vez, en 1947, se combatió cerca de Minaiciai, a unos cinco kilómetros del bunker de comando. Fue una suerte.

En caso de llegada de los soviéticos, los refugios de la resistencia no tenían ninguna via de fuga y los partisanos optaban muy a menudo por el suicidio. Todos ellos eran católicos.

Lo podemos ver en la pequeña exposición de Minaiciai: pequeños libros de oración, ediciones de bolsillo del Evangelio, fotos de misas celebradas en los bosques, juramentos ante la presencia de sacerdotes.

A pesar de esto, se suicidaban, como nos explica una anciana superviviente que nos guía por el lugar de la memoria, porque lo consideraban un modo para salvar otras vidas, porque quien era capturado y hecho prisionero, una vez torturado por los soviéticos, habría hablado poniendo en riesgo la supervivencia de otros muchos compañeros de lucha.


La colina de las cruces de Siauliai: aunque tres veces fue arrasada por los bulldozers soviéticos, cada día amanecía de nuevo con numerosas cruces 


La resistencia fue también y sobre todo espiritual. Su lugar símbolo es la Colina de las Cruces, visitado también por San Juan Pablo II en su viaje apostólico de 1993.

La colina de Siauliai, totalmente cubierta de crucifijos de todas las dimensiones, llevados por peregrinos y visitantes de cada rincón del planeta, fue arrasada por los soviéticos tres veces. Cada vez que los bulldozer destruían las cruces, éstas volvían a aparecer.

El KGB apostó observadores fijos para que tomaran nota de todo aquel que se aventurara en esos parajes. Todo el que plantara un crucifijo era fichado, y si era un profesor o un periodista, o cubría un puesto de formación, era arrestado.

Pero a pesar de todo esto las cruces permanecieron y su número creció, hasta la liberación. Hoy, uno de los crucifijos más recientes viene del Líbano, con una escrita en árabe: un pensamiento de los nuevos perseguidos.

También ellos, hoy, como los lituanos de hace un tiempo, resisten fieles a su fe sin recibir ninguna ayuda de un mundo que los ignora.

(Publicado originariamente aquí en italiano en La Nuova Bussola Quotidiana; traducción de Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares)