Y en la guerra la presencia de Dios es más fuerte que nunca, porque “donde se combate se siente el sufrimiento de Jesús crucificado. Es Él quien nos da la fuerza y nos sostiene en este Via Crucis”.
El padre Justyn Voyko está en primera línea desde hace ya un año y medio, desde que empezó la "Operación Antiterrorismo" en Ucrania oriental.
Va y viene desde su parroquia de Lvov (Leópolis), donde lleva adelante la misión pastoral y organiza peregrinaciones a la línea del frente en Donetsk, donde ofrece apoyo espiritual a los soldados y participa en programas de negociación para liberar a los rehenes.
Hasta ahora ha conseguido recoger miles de euros y dólares con los que ha comprado medicinas, alimentos, vestidos, coches y material parabélico que siempre ha entregado personalmente a los militares del andrajoso ejército ucraniano.
“Ahora la situación logística es algo mejor, pero cuando nuestros muchachos partieron sólo tenían el uniforme y el Kalashnikov. En un año, gracias a los voluntarios de todo el mundo les hemos devuelto la dignidad. Lo que ha hecho nuestra gente es un verdadero milagro”.
Le preguntamos qué piensa sobre quienes se oponen a la intervención de la Iglesia en el apoyo logístico a los militares.
Nos mira con ojos serenos y firmes: “Conozco la polémica. Hemos tenido problemas también en Italia, en Florencia, donde el padre Volodymir Voloshyn organizaba colectas para comprar termovisores (instrumentos capaces de individuar a las personas en la oscuridad mediante la detección de calor, ndr). No hay nada que esté en abierta confrontación con el magisterio de la Iglesia. Sobre todo recogemos dinero para el equipamiento militar de estrategia defensiva, nunca ofensiva. En la guerra defenderse es un derecho y salvar vidas humanas un deber: sin los visores nocturnos nuestros soldados son objetivos, víctimas ciegas de combates que se llevan a cabo sobre todo por la noche".
"Además, la Iglesia tiene el deber de acompañar a su comunidad: nosotros estamos con la gente, con esa gente que tiene familiares que combaten en el frente, que está destrozada por las pésimas condiciones en las que hayan sus hijos, maridos, amigos y familiares. No podemos separarnos de ellos, debemos escucharles y acompañarles en este camino. Debemos ayudarles, y ayudarnos, a actuar y a reaccionar en el mejor de los modos posibles en una de las situaciones peores posibles”.
“¿Ayudarnos?”, le pregunto. La firmeza desaparece de su rostro, que ahora tiene una expresión distinta, como perdida. “La Iglesia tiene el duro deber de llevar la luz de la fe a una situación en la que el hombre fácilmente se embrutece. Sabe, la gente no estaba preparada para este conflicto; tampoco yo lo estaba. Para mí es una experiencia nueva. Nunca había celebrado la misa en un bunker; nunca había realizado la pastoral con los militares; nunca había negociado con un terrorista para obtener la liberación de un hombre. Me he encontrado metido en esto; como todos, he sido arrollado por la situación".
"Pero como sacerdote mi tarea es estar cerca de mi gente en este momento crucial. Las personas me plantean muchas preguntas a las que yo intento responder, pero en mi cabeza también hay preguntas, incluso más. Juntos nos esforzamos por mantener la humanidad en la más brutal de las situaciones humanas”.
Liturgia grecocatólica en una tienda en Kiev en febrero de 2014; foto de AIN
Cuando le pregunto qué tiene que ver la religión con esta guerra en Ucrania, el padre Justyn me explica que en su opinión no se trata de una guerra de religión, como algunos quieren hacer creer.
“La propaganda rusa instrumentaliza la fe hablando de conflicto entre el Patriarcado de Moscú y el Patriarcado de Kiev, entre el Patriarcado de Moscú y la Iglesia Católica. Pero no se trata de esto y lo demuestran los muchísimos casos de colaboración entre sacerdotes ortodoxos rusos y los de otras confesiones. Es cierto que algunos representantes del clero ortodoxo moscovita apoyan a las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk, pero son pocos; son los que no se han movido nunca de Ucrania oriental, también ellos víctimas de la propaganda del Kremlin".
"Este conflicto no es una guerra de religión, pero es enormemente nocivo para la libertad religiosa. En el Donetsk la situación es incierta y confusa. Muchos sacerdotes han pasado semanas recluidos en las cárceles de Donetsk, donde han sido torturados e interrogados. Una vez libres han vuelto a su misión pastoral, pero bajo el control constante de los separatistas y de los servicios secretos rusos".
"Muchos católicos han abandonado los territorios ocupados de Ucrania y las iglesias se han quedado vacías. Los que se han quedado, se mantienen juntos en sus comunidades parroquiales y van a misa casi a diario, obligados a tomar la comunión de manera muy reducida, pocas palabras y muchas miradas. Nadie sabe cuánto tiempo aún permanecerán abiertas las iglesias".
"La situación en Crimea es aún más grave: nuestros sacerdotes operan totalmente en la clandestinidad y algunos conventos ya han sido cerrados”, añade el padre Justyn.
La Iglesia Greco-Católica no tiene estatus jurídico en el ordenamiento ruso y, por consiguiente, no tiene los requisitos para ser registrada en Crimea según cuanto establece la nueva ley sobre los cultos, que en la segunda mitad de los años noventa volvió a introducir en Rusia la obligación para las organizaciones religiosas extranjeras de registrarse.
“Ya se han rechazado muchas peticiones de registro; las volverán a presentar, pero si no son aceptadas las iglesias serán expropiadas”.
Putin, durante su viaje por la península en agosto, ha confirmado a los representantes de la comunidad tártara que no se concederá ningún reconocimiento a las minorías, ni a ellos ni a otros. De este modo, no sólo sobre la comunidad tártara, sino también sobre la católica planea de nuevo un antiguo espectro, ese que en 1946 la obligó a la unión forzada bajo el Patriarcado ortodoxo de Moscú. Solamente tras duras persecuciones sus derechos fueron restablecidos en 1989.
El Arzobispo Mayor de Kiev-Halyic, Sviatoslav Shevchuk, haciendo un llamamiento a una mayor sensibilidad de la comunidad internacional sobre el problema, ha declarado: “Es paradójico que después de haber celebrado hace poco el vigésimo quinto aniversario de nuestra legalización en la era post-sovietica, pronto se nos niegue el derecho de desarrollar legalmente nuestras actividades”.
Según el padre Padre Justyn, la solución de este conflicto necesitará mucho tiempo y mucho esfuerzo: “Una tregua de las armas está aún lejana y lo es aún más la necesaria reconquista del territorio. Pero el desafío más arduo es el de los corazones, ese contra la propaganda que ha instilado el odio en la gente y entre la gente. No será fácil volver a creer que somos todos hermanos. Este es el requisito indispensable para reconstruir Ucrania. Este es el objetivo por el que lucharé mientras Dios me de fuerzas”.
(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)