María Mayo Justel, religiosa dominica, zamorana de 72 años que ha pasado 10 años en la misión en Ucrania y antes muchos años en Congo, ya está en España. También Antonia Estrada, de 82 años, fundadora de la guardería y centro para niños Dim Ditey, de Kiev.
Dim Ditey no era un orfanato, sino un lugar para ayudar a madres y familias: guardar niños pequeños unas horas y para niños más mayores que pasan un rato con juegos, estudios o actividades tras el colegio. Ahora esos niños están con sus familias.
Las religiosas no querían irse, pero al empezar los bombardeos el cónsul las incorporó al convoy de españoles. “A nosotras nos han sacado yo creo que por lástima, por viejitas, ¿entiendes?”, explica María al equipo de prensa de Obras Misionales Pontificias en España. “Queremos volver, pero no queremos ser una rémora”.
Ambas misioneras explican que están en permanente contacto con las familias en Kiev, que por ahora se encuentran bien. Antonia y María afirman con contundencia que por ellas regresarían “ahora mismo”, aunque por ahora se conforman con ayudar desde aquí, coordinando posibles apoyos a los refugiados aprovechando su dominio del idioma.
El jueves que lo cambió todo
Ellas habían decidido quedarse a medida que subían las tensiones. Después de todo, no estaban en Donets ni Lugansk, sino en Kíev, la capital.
Pero el jueves sucedió lo que muchos pensaban que era impensable entre dos pueblos hermanos y cercanísimos en costumbre e historia: una invasión directa y bombardeos sobre ciudades.
“A las 5:30 me llama Nastia, mi compañera de trabajo, diciéndome que están bombardeando al lado de su casa”, explica María Mayo.
“Enseguida bajan mis hermanas diciéndome que ha llamado el cónsul, advirtiendo de que ha cambiado completamente la situación, que no nos podemos quedar, que sí o sí hay que salir”, explica.
Jesús sacramentado acompañó al convoy español
Antonia se puso a recoger a toda prisa la capilla. “Allí me encontré que teníamos muchas Eucaristías consagradas. Y me digo: ‘¡Dios mío! ¿Qué hago? No podemos consumir todo esto”, explica. Así que decidió envolver las formas con sumo cuidado y llevarlas con ellas. “Jesús nos acompañó sacramentalmente todo el camino”.
En la embajada española había mucha confusión. Aunque había 137 españoles registrados, aparecieron más de 300. “La embajada ha hecho todos los esfuerzos por coger a inscritos y no inscritos”, explican. “Su trabajo ha sido impecable”.
Las misioneras también destacan la labor de coordinación desde el Ministerio de Exteriores, y de la embajadora Silvia Cortés, a quien califican de “heroína”.
Caminos secundarios, parando en un hospital
Fue un viaje muy duro. Lo definen como “el camino con las botas puestas”, ya que desde el jueves hasta el domingo no se las pudieron quitar. Viajaron por caminos secundarios, a veces tenían que parar en los arcenes para dejar pasar ambulancias con heridos y material bélico; tuvieron que parar en un hospital para que le hicieran un catéter a uno de los miembros del convoy español… A veces tenían que dar una vuelta, o ir hacia atrás. “Uno puede pensar que los Geos se han equivocado, y no es así”, explica esta misionera, que no es la primera vez que se encuentra en una situación similar. “Estos policías se han portado maravillosamente”, explica María.
Al pasar por los pueblos, veían que la gente de campo ponía mesas en los parques para dar comida y bebida caliente a los refugiados que huían. "Ahí veías que somos hijos de Dios en camino, sin saber de guerras, buscando la paz”, afirma María.
“Se me partía el alma de ver que yo podía salir y ver toda la gente que estaba allí esperando… Salimos como privilegiados –insiste- solo por ser europeos”, explica Antonia. A pesar de ir con todo el apoyo de la policía y de la embajada, tardaron más de 7 horas en cruzar la frontera, llena de gente.
“Lucas, un niño de 6 años que viajaba con nosotras le dice a su padre: ‘¿pero habrá autobuses para todos?’… Imagina el dolor, porque nosotros sabíamos que no habrá autobuses para todos”.
Desgarro al abandonar la misión
“Quiero estar en Kiev, pero no puedo”, dice María con lágrimas en los ojos. “La embajada llevaba mucho tiempo diciéndonos que había que salir, pero siempre nos resistimos porque nunca hemos salido de la misión en ninguna parte”, explica.
Estas tres misioneras vivieron juntas muchos años en República Democrática del Congo antes de Ucrania, y allí llegaron a vivir dos evacuaciones.
En aquel entonces, las religiosas facilitaron refugio en la misión a los extranjeros de la zona, y coordinaron con los Geos la evacuación, pero ellas decidieron quedarse. Allí conocieron a Pelayo, el mismo Geo que se ha encargado de esta evacuación en Ucrania. Pero este año sí han tenido que salir.
“Todos queremos la libertad y la paz de Ucrania”, afirma María. “Y también de todos los lugares del mundo donde hay tantas guerras encalladas de las que no se habla”.
Para ayudar a las víctimas de la guerra en Ucrania, Cáritas Española ha abierto esta web y la cuenta Caixabank ES31 2100 5731 7502 0026 6218