Entre 1944 y 1947 se vivió un periodo de terror rojo en la Italia de después de la Segunda Guerra Mundial. Los investigadores italianos han documentado 50.380 asesinatos, de los que quedan por recuperar cerca de 12.000 cuerpos que siguen perdidos en fosas comunes no encontradas.

De este recuento de víctimas se han excluido los miles de italianos que fueron asesinados por orden de Tito [el líder de los comunistas yugoslavos, nota de ReL] en las zonas de Istria y Dalmacia, cuando estos territorios ya no estaban bajo control de Italia.

Gran parte de esta represión, sobre todo la que se produjo en el norte de Italia, fue obra de la Brigada Garibaldi cuyos comisarios políticos habían sido voluntarios en las Brigadas Internacionales españolas durante la Guerra Civil.

Por eso no es de extrañar que se dé una gran similitud con algunas de las formas de crimen que el bando republicano perpetró en España años antes que en Italia.


Así, por ejemplo, 129 sacerdotes fueron martirizados y asesinados en Italia tras la Segunda Guerra Mundial, repitiéndose escenas que en España se habían producido unos años antes.

El padre Angelo Tarticchio fue sacado a culatazos de su casa y fusilado junto a otros 43 prisioneros, atados todos ellos con alambre de espino. Una vez asesinados fueron arrojados a una mina.

Pero la crueldad de los comunistas les llevó a no dejar ahí la cosa y al día siguiente recuperaron el cuerpo del religioso para llevarlo a casa de su familia y mostrárselo a su madre y a su hermana coronando el cadáver con una corona de espinas.

También es simbólico el caso del padre Nicola Fantela, arrojado vivo a un río en Ragusa (Sicilia, sur de Italia) con una piedra de gran tamaño atada al cuello; o el de los padres Giovani Dorbolo y Ugo Bardotti, fusilados por su condición religiosa; también el del padre Giuseppe Lendini, golpeado y torturado hasta la muerte en Módena para intentar obligarle a blasfemar, cuando se encontró su cuerpo tenía decenas de huesos fracturados, había sido acribillado a balazos y le habían sido arrancados los ojos.

Pocos casos reflejan la crueldad humana como el martirio del padre Giuseppe Tarozzi, en la localidad de Riolo de Castefranco. El religioso fue descuartizado vivo mientras sus partes amputadas eran arrojadas a un horno ante el regocijo de la docena de partisanos comunistas que participaron en tan inhumano ritual.


Pero los religiosos no fueron las únicas víctimas de la brutal represión comunista en Italia tras la Segunda Guerra Mundial. En Bolonia, por ejemplo, fueron asesinados 160 agricultores católicos por negarse a integrarse en las cooperativas agrarias organizadas por los comunistas para controlar la producción en Italia.

Tampoco se libraron aquellos partisanos católicos que lucharon contra el régimen de Mussolini. A mediados del mes de febrero de 1945, medio centenar de voluntarios católicos fueron asesinados por los partisanos comunistas en Porzus (Friuli, cerca de Venecia).

Pertenecían a la Brigada Osoppo y fueron asesinados bajo la dirección del comunista Mario Toffanin cuando se negaron a apoyar un pacto con Tito por el que se le pretendían ceder territorios italianos para la nueva Yugoslavia comunista.

Entre estas víctimas partisanas cristianas se encontraba Guido Pasolini, hermano del cineasta y escritor Paolo.

Este tema cobra relevancia en Italia con la nueva película protagonizada por Romina Powet (léalo aquí)