El Papa Francisco ha aterrizado en la mañana de este martes 25 de septiembre en el aeropuerto internacional de Tallin, Estonia, en la última etapa de su viaje a los países bálticos.
Un país peculiar, casi sin católicos
Estonia es un país peculiar: su idioma no se parece en nada al de sus vecinos (excepto al finlandés) y se trata del país menos religioso de Europa. El censo de 2011 mostraba que en este país de 1,3 millones de habitantes apenas había 108.000 luteranos (la religión mayoritaria desde la Reforma Protestante hasta que llegó el comunismo) y unos 6.000 católicos, la mitad extranjeros (polacos, ucranianos y lituanos). Además, un 15% de la población se considera ortodoxa. Según el Eurobarómetro 2005 (menos completo), en Estonia, cree en Dios sólo el 16% de la población: otro 54% cree que "algo hay" y un 26% de personas creen que «no hay ningún espíritu, Dios o fuerza vital".
El único obispo de Estonia es el francés Philippe Jourdan, del Opus Dei. En entrevistas en años anteriores explicaba que los 50 años de represión soviética y de siglos de luteranismo abrieron el paso a una mentalidad individualista. Jourdan asegura que de los 6.000 católicos “la mitad son estonios, todos conversos a partir del final de los años soviéticos. Los demás procedes de regiones católicas de la antigua Unión Soviética: Bielorrusia, Ucrania y Lituania”.
"Cada año formamos unos 50 o 60 conversos. Quizá podríamos formar más si tuviéramos más sacerdotes que hablasen estonio. Esta dificultad lingüística es una limitación", dice el obispo. En Estonia sólo hay 15 sacerdotes católicos; de ellos, sólo cuatro son nativos: tres estonios y un ruso nacido en Estonia. "Mi antecesor en el cargo, el arzobispo Eduard Proffittlich, falleció en un campo de concentración soviético en 1942", recuerda el obispo Jourdan. El obispo anterior a ese ya era del siglo XVI, porque con la Reforma Protestante el país estuvo más de cuatro siglos sin obispo católico.
Las cosas han cambiado: el obispo Jourdan explica que hoy "luteranos, ortodoxos y otras confesiones se fijan en lo que dice la Iglesia Católica, por ejemplo en temas de moral y ética. Algunos obispos luteranos me han dicho que cuando hay una controversia moral, lo primero que hacen es mirar qué dice la Iglesia católica", explica el obispo.
Al ser un país pequeño que ha sido ocupado durante 50 años por el gigantesco vecino soviético, Estonia tiene que reafirmar una y otra vez su identidad independiente
La llegada del Papa
El Papa llegó a Tallinn en un avión de AirBaltic y fue recibido por la presidenta de Estonia, Kersti Kaljulaid, y cuatro niños vestidos con trajes tradicionales que le regalaron un ramo de flores. La presidenta acompañó al Pontífice al interior de la terminal del aeropuerto donde otro grupo de niños lo recibió con un cántico.
Tras finalizar la breve ceremonia de bienvenida, el Papa se trasladó al Palacio Presidencial de Tallin para la ceremonia de bienvenida y la visita de cortesía a la Presidenta. Tras la interpretación de los himnos del Estado de la Ciudad del Vaticano y de la República de Estonia, y de los posteriores honores militares, el Papa y la Presidenta accedieron al interior del Palacio donde mantuvieron una breve conversación.
Antes de finalizar la visita, el Papa firmó en el libro de honor y regaló a la Presidenta un mosaico réplica de un pintura del siglo XVIII que se conserva en el Museo de Roma y que representa una Bendición Papal en la Plaza de San Pedro del Vaticano. Finalmente, el Papa se dirigió a los jardines del Palacio para el encuentro con las autoridades estonias, la sociedad civil y el cuerpo diplomático.
En su discurso, el Papa recordó lo que sufrió Estonia bajo la dictadura comunista y lo mucho que ha avanzado en su progreso desde que recuperó la democracia.
Discurso del Papa Francisco a las autoridades civiles de Estonia:
Señora Presidenta, miembros del Gobierno y autoridades, distinguidos miembros del cuerpo diplomático, excelencias, señoras y señores:
Estoy muy contento de encontrarme entre vosotros, aquí en Tallin, la capital más septentrional que el Señor me ha regalado visitar. Le agradezco señora Presidenta sus palabras de bienvenida, así como la oportunidad de encontrarme con los representantes del pueblo de Estonia.
Sé que entre vosotros hay también una delegación de los sectores de la sociedad civil y del mundo de la cultura, lo que me permite expresaros mi intención de conocer un poco más vuestra cultura, especialmente esa capacidad de resiliencia que os ha permitido recomenzar frente a tantas situaciones de adversidad.
Desde hace siglos, esta tierra es llamada “Tierra de María”, Maarjamaa. Un nombre que no pertenece solamente a vuestra historia, sino que es parte de vuestra cultura. Pensar en María, me evoca dos palabras: memoria y fecundidad. Ella es la mujer de la memoria, que guarda todo lo que vive, como un tesoro en su corazón (cf. Lc 2,19) y es la madre fecunda que engendra la vida de su hijo. De ahí que me gustaría pensar en Estonia como tierra de memoria y de fecundidad.
Tierra de memoria
Vuestro pueblo debió soportar en diversos períodos de la historia momentos duros de sufrimientos y tribulaciones. Luchas por la libertad y la independencia que siempre se veían cuestionadas o amenazadas. Sin embargo, en los últimos poco más de 25 años —en los que habéis reingresado con título pleno en la familia de las naciones— la sociedad de Estonia ha dado “pasos de gigante” y vuestro país, aun siendo pequeño, se encuentra en primera línea en el índice de desarrollo humano, en su capacidad de innovación, además de demostrar un alto nivel en lo relativo a la libertad de prensa, democracia y libertad política.
También habéis estrechado vínculos de cooperación y amistad con varios países. Mirando vuestro pasado y vuestro presente, encontramos razones para mirar el futuro con esperanza frente a los nuevos desafíos que se os presentan. Ser tierra de la memoria es animarse a recordar que el lugar que habéis alcanzado hoy día es gracias al esfuerzo, al trabajo, al espíritu y a la fe de vuestros mayores.
Cultivar la memoria agradecida permite identificar todos los logros de los que hoy gozáis con una historia de hombres y mujeres que lucharon para que esta libertad fuera posible, y que a su vez os desafía a rendirles homenaje abriendo caminos para los que vendrán después.
Tierra de fecundidad
Como lo señalé al inicio de mi ministerio como obispo de Roma, «la humanidad vive en este momento un giro histórico, que podemos ver en los adelantos que se producen en diversos campos. Son de alabar los avances que contribuyen al bienestar de la gente» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 52); sin embargo, es necesario recordar con insistencia que el bienestar y el vivir bien no siempre son sinónimos.
Una de las consecuencias que podemos observar en nuestras sociedades tecnocráticas es la pérdida del sentido de la vida, de la alegría de vivir y, por tanto, un apagarse lento y silencioso de la capacidad de asombro, lo cual sumerge muchas veces a los ciudadanos en un cansancio existencial.
La conciencia de pertenecer y de luchar por otros, de estar enraizados en un pueblo, en una cultura, en una familia poco a poco se puede perder privando, especialmente a los más jóvenes, de raíces desde donde construir su presente y su futuro, ya que se les priva de la capacidad de soñar, de arriesgar, de crear.
Poner toda la confianza en el progreso tecnológico como única vía posible de desarrollo puede provocar que se pierda la capacidad de crear vínculos interpersonales, intergeneracionales, interculturales. En definitiva, ese tejido vital tan importante para sentirnos parte los unos de los otros y partícipes de un proyecto común en el sentido más amplio de la palabra.
De ahí que una de las responsabilidades más importantes que tenemos todos aquellos que asumimos una responsabilidad social, política, educativa, religiosa radica precisamente en cómo nos convertimos en artesanos de vínculos.
Una tierra fecunda reclama escenarios desde los cuales arraigar y crear una red vital que sea capaz de hacer que los miembros de sus comunidades se sientan “en casa”. No existe peor alienación que experimentar que no se tienen raíces, que no se pertenece a nadie.
Una tierra será fecunda, un pueblo dará fruto, y podrá engendrar el día de mañana solo en la medida que genere relaciones de pertenencia entre sus miembros, que cree lazos de integración entre las generaciones y las distintas comunidades que la conforman; y también en la medida que rompa los círculos que aturden los sentidos alejándonos cada vez más los unos de los otros. En este esfuerzo, queridos amigos, quiero aseguraros que contáis siempre con el apoyo y la ayuda de la Iglesia católica, pequeña comunidad entre vosotros, pero con muchas ganas de contribuir a la fecundidad de esta tierra.
Señora Presidenta, señoras y señores: Os agradezco de nuevo la bienvenida y la hospitalidad. El Señor os bendiga a vosotros y al querido pueblo estonio. De manera especial, bendiga a los ancianos y a los jóvenes para que, preservando la memoria y haciéndose cargo de ella, hagan de esta tierra un modelo de fecundidad.
Tres historias de estonios que encontraron a Dios en época del comunismo:
De atea, a jefa de Cáritas... y de presa, a Ministra de Interior (léalo aquí)
Luchó en 3 ejércitos, con nazis y comunistas, se ocultó con judíos, hoy es cura: su voz prohibida resuena en Estonia (léalo aquí)
Peterson: nadie le habló de Dios, aunque rezaba de niño y oraba a Jesús; el teatro le llevó al bautismo y la fe (léalo aquí)