Entre junio y julio del año pasado la histórica y prestigiosa abadía benedictina de Melk, en Austria, ha tenido sus ejercicios espirituales. Los ha predicado a la comunidad de monjes Eugen Drewermann, un nombre que tal vez hoy nos dice poco, pero que estuvo de moda en el mundo de lengua alemana, y no solo, en los años 80 y 90, en especial por su libro Clérigos: Psicograma de un ideal, una explicación de porqué el clero católico sufre de una neurosis endémica a causa de aspectos de la doctrina como el sacrificio de la Cruz o la Trinidad, y de aspectos disciplinarios como el celibato eclesiástico.
A Drewermann se le revocó la posibilidad de enseñar en las instituciones católicas; después fue suspendido a divinis y en 2005 fue él mismo quien abandonó la Iglesia.
Su invitación a Melk, algo increíble, habría pasado inobservada si no hubiera sido relanzada por un sagaz sitio web y si un grupo de fieles no se hubiera decidido a escribir a Roma, a la Congregación para la Doctrina de la Fe, con el fin de denunciar lo sucedido y otros hechos concernientes a la abadía.
Entre estos, la dureza del abad Gerhard Wilfinger contra los monjes que habían criticado la iniciativa, el estilo de vida mundano del mismo Wilfinger y su tolerancia frente a comportamientos escandalosos dentro de su comunidad.
El episodio es uno de los muchos que se pueden citar respecto a las condiciones de la Iglesia austriaca, una de las más enfermas - por usar una expresión fuerte, pero no excesiva - entre las de los países históricamente católicos de Europa.
Lo hemos elegido porque hace de perfecto contraste con otro caso, también éste austriaco: el de un oasis de espiritualidad cristalina, de ortodoxia y celo litúrgico en un contexto de creciente disolución del catolicismo en el espíritu del mundo. Se trata de la abadía cisterciense de Heiligenkreuz, situada en la ciudad a la que ha dado nombre (que significa literalmente Santa Cruz), a unos cuantos kilómetros de Viena.
Fue fundada en 1135 por el noble Leopoldo III, de la dinastia de los Babenberg. Su hijo había entrado en la comunidad cistercense de Morimond, en Francia, y le había pedido ayuda para implantar esta experiencia en otros lugares. Leopoldo es actualmente venerado como santo y patrón de Austria. Su hijo Otón fue obispo de Frisinga y está considerado el padre de la historiografía alemana; es beato y sus reliquias se encuentran precisamente en Heiligenkreuz. Entre 1938 y 1945, bajo el nazismo, el monasterio fue practicamente expropiado y varios religiosos fueron expulsados.
Una vez acabada la guerra, le tocó al abad Karl Braunstorfer reanudar los hilos de una historia milenaria y proyectarla hacia el futuro. Tomó parte en los trabajos del Concilio Vaticano II, del que volvió lleno de responsabilidades, al tener que llevar adelante la prevista "actualización" sin menoscabar el carisma de la orden y los delicados equilibrios de la abadía.
Entre otras cosas se dedicó a la minuciosa redacción de un nuevo breviario en latín y a aplicar la reforma litúrgica de manera que no mortificara el canto gregoriano, central en la vida de los monjes.
«El abad Braunstorfer fue una bendición, un verdadero hombre de Dios» dice el padre cisterciense Karl Wallner, «gracias a él las turbulencias que marcaron los años 70 en muchos ámbitos de la Iglesia aquí no se sintieron, o se sintieron muy poco. Hoy es siervo de Dios y de hecho se ha abierto su causa de beatificación».
Novicios cistercienses de la abadía de Heiligencreuz
Haber atravesado inmunes esa época caótica, haber evitado sus consecuencias, ha llevado a Heiligenkreuz abundantes frutos. Es actualmente el monasterio cisterciense más grande de Europa.
En los últimos treinta años, mientras otras comunidades envejecen o disminuyen dramáticamente, ha visto aumentar sus monjes de 42 a 86, con una edad media de 46 años. Anexo a la abadía, desde el año 1802 hay un Instituto de Teología que en 2007 se convirtió de derecho pontificio y ha tomado el nombre de Papa Benedicto XVI. Actualmente hay 274 estudiantes, de los cuales 190 son de Alemania, Austria y Suiza, el resto de todo el mundo: Europa del este, Asia, América del Norte y América Latina. De ellos, 160 son seminaristas o religiosos, lo que convierte a la “Hochschule-Papst Benedixt XVI” en el centro de formación teológica con el número más alto de candidatos al sacerdocio de lengua alemana. Una realidad que acoge una de las bibliotecas teológicas mejor dotadas del país y que está ampliando sus espacios para acoger el aumento en el número de inscripciones.
¿Por qué llegan a estudiar allí jóvenes de Austria, Alemania y Suiza, como también de países muy lejanos, cuando podrían elegir destinos más cercanos o sedes metropolitanas más prestigiosas?
Según el padre Karl Wallner, que es también el director de la Hochschule «es mérito del ambiente que se ha formado con el tiempo, con una relación armoniosa entre natural y sobrenatural. Cada año unos cinco mil jóvenes visitan la abadía y la escuela y se quedan sorprendidos por el contexto, sencillo y vital a la vez. No somos tradicionalistas: celebramos cuidando mucho el novus ordo lo que, si antes nos hacía ser criticados por los ambientes progresistas, después del motu proprio Summorum Pontificum nos ha atraído también las críticas de los ambientes tradicionalistas. No somos tradicionalistas, pero intentamos hacer respirar la Tradición y una teología que sea auténticamente católica, fiel al Magisterio en toda su belleza y profundidad. Muchos seminaristas que están en ambientes apagados o en contacto con ambientes teológicos estériles, encuentran aquí estímulos para su crecimiento y linfa para su vida de fe».
Esto está confirmado por otro dato singular. Los docentes de la Hochschule, entre los cuales hay dos nombres de absoluto prestigio de la cultura católica europea como el francés Rémi Brague y la alemana Hanna Barbara Gerl-Falkovitz, no cobran. Imparten la enseñanza gratuitamente, nos dice el padre Wallner, porque les gratifica la platea motivada y entusiasta que tienen enfrente.
Otro factor que ha contribuido al florecimiento de Heiligenkreuz en las últimas dos décadas ha sido Joseph Ratzinger. El entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe visitó varias veces, en los años 80, a la atípica comunidad de cistercienses. Nació un vínculo que no se ha interrumpido nunca.
En 2007, durante su viaje apostólico al Santuario de Mariazell en Austria, Benedicto XVI paró en Heiligenkreuz: un gesto inesperado que fue poco comprendido. Quiso rendir homenaje «al monasterio cisterciense más antiguo del mundo que ha permanecido en activo sin interrupción» como dijo entonces, pero sobre todo su ejemplaridad en mantener vivo el espíritu de los orígenes, el de San Benedicto, cuya regla es seguida por los cistercienses, y el de San Bernardo de Claraval que, recordó el Papa, «su entusiasmante y alentador ascendente sobre muchos jóvenes de su tiempo llamados por Dios estaba animado por una particular devoción mariana». Y «donde está María, allí está la imagen primigenia de la donación total y de la secuela de Cristo».
Benedicto subrayó que «un monasterio es sobre todo esto: un lugar de fuerza espiritual», por lo que al llegar a un lugar como Heiligenkreuz se tiene la misma impresión que cuando, tras una caminata por los Alpes que ha costado un gran esfuerzo, por fin se puede uno refrescar en un arroyo de agua de manantial. Es inútil decir que la escuela teológica de la abadía, que lleva el nombre de Benedicto XVI, dedica al pensamiento del Papa emérito una especial atención.
Al abad actual, Maximilian Heim, se le concedió en 2011 el premio de la Fundación Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, como «uno de los más agudos representantes de la nueva generación de teólogos que se inspiran en la obra de Ratzinger».
El Rector de la Hochschule, el padre Karl Wallner, ha colaborado estrechamente con el cardenal Gerhard Ludwig Müller, responsable de la edición de la opera omnia de Ratzinger y, se puede decir, custodio del legado ratzingeriano a la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Artículo publicado originalmente en Il Timone.
Traducción de Helena Faccia Serrano.