Josephine Witt, joven de 21 años que integra el movimiento radical Femen, fue recientemente multada por profanar el altar de la Catedral de Colonia (Alemania), durante la Misa de Nochebuena de 2013.
Un tribunal de Colonia penó con un pago de poco más de 1.400 dólares a Witt, al encontrarla culpable de “perturbar el ejercicio de la religión”, el 3 de diciembre de este año.
La noche del 24 de diciembre, Witt irrumpió en la Catedral de Colonia, se paró sobre el altar y mostró los senos. Sobre el pecho llevaba escrito “Yo soy Dios” (I am God). [ReL lo contó con detalle aquí]
De acuerdo a Femen, el objetivo de su profanación era “denunciar” la postura pro-vida de la Iglesia y el Vaticano.
Como respuesta a la sanción, a través de su sitio web oficial Femen instó a sus “hermanas” a difundir fotos con el pecho desnudo y con la inscripción “Yo soy Dios” en Internet.
“¡Nuestro Dios es más fuerte que el suyo! ¡Nuestro Dios es una mujer!”, publicaron.
A pesar de la sanción Witt no mostró arrepentimiento, y señaló al medio ruso RT que “aún creo que esta protesta contra el monopolio de la Iglesia Católica es necesaria”.
Femen es un grupo radical fundado por Victor Svyatski, un polémico personaje que gusta de llamar “perras” a las activistas de la organización.
El grupo se caracteriza porque sus protestas involucran mujeres con el pecho desnudo con inscripciones.
Recientemente profanaron la Catedral de Estrasburgo (Francia), en un acto similar al de la Catedral de Colonia, y realizaron actos obscenos con crucifijos en la Plaza de San Pedro, en el Vaticano.
La documentalista Kitty Green, directora del documental Ukraine is not a Brothel (Ucrania no es un burdel), reveló que Svyatski trata “bastante horrible a las chicas” activistas.
En una entrevista con el diario británico The Independent, en 2013, Green señaló que si bien Svyatski es considerado formalmente como un “asesor” de Femen, “una vez que yo estaba dentro del círculo interno, no puedes no conocerlo. Él es Femen”.
Una de las activistas entrevistadas por Green reconoció una suerte de síndrome de Estocolmo, como una simpatía de secuestrados por su secuestrador, en la relación de las mujeres activistas con el fundador de Femen.
“Somos psicológicamente dependientes de él, e incluso si sabemos y entendemos que podríamos hacer esto por nuestra cuenta, sin su ayuda, es dependencia psicológica”, dijo la activista.