El homenaje ha sido atribuido por la Fundación Internacional Raoul Wallenberg en reconocimiento de la ayuda ofrecida por las religiosas de esa comunidad a mujeres y niños durante las redadas nazis perpetradas hace exactamente 71 años.
Tras la razia que llevó a la deportación a Auschwitz de 1.022 judíos romanos, los nazis avanzaron rápidamente hacia el norte de la península italiana para efectuar nuevas incursiones en las principales ciudades.
Florencia, por su importancia y cercanía, fue el primer objetivo nazi. La comunidad judía de esta ciudad pagó un atroz precio al Holocausto, sufriendo dos redadas, el 6 y el 26 de noviembre de 1943.
Al intensificarse las persecuciones, dado que los alemanes habían exigido la lista de todos los judíos de Florencia, el Comité de Asistencia Judío, creado por el joven rabino jefe de Florencia, Nathan Cassuto, decidió pedir ayuda a la arquidiócesis de Florencia.
Los primeros contactos fueron facilitados por Giorgio La Pira, quien tras la guerra sería alcalde de esta ciudad. Hoy se encuentra en proceso de causa de canonización por la Iglesia católica.
El cardenal Elia Dalla Costa saludado por el político de Florencia y Siervo de Dios Giorgio La Pira
El arzobispo de Florencia, el cardenal Elia Dalla Costa, encargó inmediatamente al párroco de Varlungo, el sacerdote Leto Casini y al sacerdote dominico, Cipriano Ricotti, que ayudaran al Comité de Asistencia Judío para poder salvar a judíos en varios monasterios y en institutos religiosos de la diócesis.
[El cardenal sería nombrado Justo entre las naciones en el memorial Yad Vashem, que explica aquí en español la red de salvación de judíos de la Iglesia en Florencia; nota de ReL].
Siguiendo las indicaciones del cardenal, más de 21 conventos e institutos religiosos (sin contar las parroquias) abrieron sus puertas ofreciendo refugio a más de 110 judíos italianos y 220 extranjeros.
Las Hermanas Franciscanas Misioneras de María, en su convento de la Plaza del Carmen, respondieron al llamamiento. Ochenta madres con sus niños muy pequeños fueron acogidas.
Se escondieron en las celdas del convento. En silencio. En el recíproco respeto de las costumbres religiosas convivieron y compartieron esos espacios de vida.
Todo esto fue posible gracias al valor de la madre superiora, Madre Sandra (en el siglo, Ester Busnelli), reconocida Justa entre las Naciones por Yad Vashem en 1995.
Entre las mujeres refugiadas se encontraba la esposa del rabino jefe de Génova, Wanda Abenaim Pacifici. Sus dos hijos fueron acogidos una noche y al día siguiente fueron escondidos en otro monasterio de Florencia, pues en el de las Hermanas Franciscanas, que acogía a la mamá, sólo vivían mujeres. La presencia de hombres o niños les delataría ante los nazis.
Las Hermanas de la Plaza del Carmen arriesgaban la vida en todo momento. Sabían muy bien que los alemanes castigaban despiadadamente a quien ayudaba a los judíos para impedir que fueran apresados. Las refugiadas y las religiosas vivieron dos meses sin hacer ruido.
A veces se escondían en las cantinas. Convivían con el miedo constante de la irrupción de las fuerzas italianas o alemanas o a ser delatadas por un espía. La furia nazi avanzaba con cada vez más fuerza.
Luego llegó la noche de la razia. Era el 27 de noviembre, alrededor de las 3 de la mañana. Una patrulla de unos treinta SS, ayudados por milicianos fascistas, entraron por la fuerza en el convento.
Revisaron habitación por habitación, gritando en alemán: “¡Levántense!”. Lograron apresar a muchas de las mujeres con sus hijas o bebés y llevarlas al gran salón del teatro.
Dos mujeres se salvaron pues se escondieron de bajo de la cama de una religiosa enferma. Cuando los soldados entraron en su habitación, la monja gritó: “¡Contagiosa! ¡Contagiosa!”. Los SS no se atrevieron a entrar por miedo a quedar contagiados.
Una muchacha judía, Lea Lowenwirth-Reuveni, se ofreció como traductora en alemán y francés, y logró liberar a muchas mujeres, haciendo creer a los nazis que eran mujeres húngaras, que no tenían documentos.
En total, se salvaron unas treinta mujeres y niñas.
En medio del caos, una mujer que había sido capturada con su bebé en brazos, Isaac, lo dejó caer con cuidado a los pies de una religiosa. La monja le cubrió con las faldas de su hábito, salvándole la vida. Hoy ese bebé es un padre de familia que vive en Israel y que en una ocasión ha venido con sus hijos a Florencia para dar gracias a las religiosas.
Las mujeres deportadas primero fueron encerradas en las cárceles de Florencia y después conducidas a Verona. Por último, fueron deportadas al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, de donde nunca más salieron.
En aquel lugar de exterminio, Wanda se encontró con su marido, el rabino Riccardo. Allí ambos perdieron la vida.
Su nieto, el hijo del niño salvado por las religiosas en Florencia, se llama Riccardo, y hoy es el presidente de la Comunidad Judía de Roma.
En la ceremonia de entrega de la placa que conmemora la obra de las Hermanas Franciscanas de Florencia, el 19 de noviembre, participaron la religiosa que sucedió como superiora a la madre Ester, sor Vera Pandolfi, el rabino jefe de Florencia, Joseph Levi, y la presidente de la Comunidad Judía de Florencia, Sara Cividalli, cuyos seres queridos fueron escondidos a pocos metros de ese monasterio.
“Este acto es un mensaje que nos sirve para el presente —dijo en la ceremonia el rabino Levi–. Tenemos que seguir reflexionando y divulgando una cultura que educa y que logra crear otro tipo de humanidad. Pueden darse conflictos, desacuerdos, pero no nos deben llevar nunca a superar el límite del ser humano. Esto sucedió durante el Holocausto. La violencia fue legitimada con mil motivos. Esto no tiene que suceder nunca más. Y nosotros estamos aquí para dar este mensaje a toda la humanidad, todos, creyentes de todas las religiones”.