Angela Merkel comienza el día de la conmemoración de la caída del Muro de Berlín con su presencia en el Centro de Documentación y Recuerdo, en la Bernauer Strasse, que se inaugura después de una gran ampliación.
Allí habrá una ceremonia junto al Monumento en Memoria de la Ciudad Dividida y de la Tiranía Comunista. La calle que da nombre al centro tiene una historia muy especial.
En las casas y aceras de aquella calle se hicieron muchas fotografías que conmovieron al mundo en aquellos momentos más duros de la Guerra Fría, con jóvenes y ancianos que se tiraban desde las ventanas de casas por cuya mitad transcurría la división de sectores y el muro.
La iglesia de la Reconciliación, bonita y orgullosa construcción neogótica del XIX en el número 4 de la calle Bernauer del IV distrito de Berlín había sido muy dañada en la guerra. A pesar de ello y con inmensos esfuerzos de unos feligreses privados de todo en la durísima posguerra, fue restaurada y volvió a celebrar misas en 1950. Justo en el límite entre el sector francés y el soviético, de los cuatro en que había sido dividida la capital alemana.
El 13 de agosto de 1961, los berlineses que querían acudir a la iglesia desde el sector francés no pudieron acceder ya. Obreros escoltados por soldados fuertemente armados completaban un muro de cuatro metros de altura que se lo impedía.
Unas semanas más tarde no pudieron ya llegar tampoco los parroquianos que vivían en el sector soviético. Porque la iglesia había quedado dentro de la «franja de seguridad» de varios centenares de metros que el régimen comunista había impuesto a lo largo de todo el muro que estaba construyendo entre el sector soviético y los tres occidentales.
Y así conocieron los berlineses la franja de la muerte que, de varios centenares de metros de ancha, no podía pisar nadie que quisiera seguir vivo.
Más de veinte años estuvo la Iglesia de la Reconciliación cada vez más sola en la franja de la muerte en la que paulatinamente el régimen comunista había derribado todas las casas y ruinas de la guerra atrapadas en el terreno fronterizo. Hasta que el régimen de Berlín Este anunció que debía volarla. Porque quitaba visión de tiro ante posibles violaciones a la frontera. Fue en 1985.
Violaciones de esa frontera era el eufemismo para hablar de los intentos de fugas de alemanes orientales a través de esta frontera o la interalemana. Desde que se habían sofisticado las instalaciones con minas y dispositivos automáticos de disparo, esos intentos de fuga a la libertad casi siempre acababan en fracaso y muerte del fugitivo. Y la iglesia de la Reconciliación quedó reducida a escombros. Hoy, una capilla recuerda aquel destino.
[Más de 100.000 personas intentaron saltar el muro hasta su caida en 1989. Un total de 5.075 lo consiguieron, 136 perdieron la vida y al menos 70.000 personas fueron perseguidos por la justicia de Alemania del Este. Nota de ReL con datos de ABC]
Con esta ampliación del Centro de Documentación, Berlín da un nuevo salto en su calidad como capital de Europa de la memoria. Lo que obedece a una voluntad política y cultural muy determinada. Con los museos de historia y judío, el Monumento a las víctimas del Holocausto y la exposición permanente y archivo de la Topografía del Terror sobre los cimientos de las sedes de la Gestapo y SS, la capital alemana es una permanente invitación a la memoria histórica.
En estos días ese esfuerzo se ha generalizado hasta convertirse en un fenómeno turístico. No hay una plaza de hotel en toda la ciudad pese a la huelga de ferrocarriles que acaba hoy. Y las calles, parques, fachadas, tiendas y centros comerciales muestran videos y objetos evocadores del Muro, de la represión comunista y del régimen de la RDA.
Como con el nazismo, tampoco en el caso de los crímenes del comunismo hay el más mínimo intento de obviar responsabilidades alemanas. Cierto que fueron condenados muy pocos dirigentes comunistas.
El que recibió la pena más larga de siete años y medio fue su ministro de Defensa, responsable directo de los asesinatos en la frontera. A Honecker se le dejó irse a Moscú y después a Chile. Su sucesor Egon Krenz sí fue condenado a seis años y medio y cumplió gran parte en varias cárceles. Pero aunque hubo quien intentó hacer caer toda responsabilidad sobre la potencia ocupante, la Unión Soviética, lo cierto es que aquello jamás fue aceptado. Estos fueron crímenes de alemanes contra alemanes.
Berlín cumple como ninguna ciudad del mundo en la denuncia de los totalitarismos porque ha sido escenario de la gestación de ambos y de sus terribles consecuencias. La educación antitotalitaria, es decir antinazi, antifascista y anticomunista, como elemento esencial en la formación de los individuos, tiene en esta ciudad las condiciones perfectas.
Políticamente es muy claro hoy el mensaje a los vecinos de Alemania. Si durante décadas se multiplicaron los esfuerzos por tranquilizar a todos los europeos de este o oeste de que jamás se toleraría en Alemania ningún brote serio de nacionalsocialismo, también hay un mensaje de empatía y complicidad con todos aquellos países cuya experiencia totalitaria más cercana y fresca es la soviética. Y cuyos temores hoy a una amenaza rusa tienen su origen en las similitudes que ven entre ciertas actitudes de Putin y las del Kremlin soviético.
(Ver aquí el documental de Informe Semanal celebrando los 25 años, que reutiliza sus escenas de 1989, cuando sus periodistas estuvieron presentes en el lugar)