El 17 de septiembre de 1944 varios proyectiles impactan simultáneamente sobre el tejado del presbiterio y la capilla de la Archiconfraternidad Literaria. A través del aire se propaga el desagradable olor del benceno. Las llamas se apoderan rápidamente de las vigas de madera del tejado y se introducen en el interior de la capilla.
Alguien lleva la noticia al padre Waclaw Karlowicz, que se encuentra en el hospital de los insurgentes en la calle Dluga nº 7, de que la catedral y su apartamento están en llamas.
El sacerdote se precipita hacia la catedral. Las llamas han alcanzado el presbiterio. Allí están guardadas las piezas más valiosas del Museo Arquidiocesano. Desde hacía algunos días el sacerdote las había trasladado con la esperanza de encontrar un refugio seguro.
Por ambos lados del presbiterio invaden las llamas y se hace astillas la bella sillería de la época del rey Juan Sobieski, una obra maestra de la talla en madera del arte polaco. Las estatuas de los reyes polacos de madera y de mármol se desmenuzan en brillantes ascuas, las llamas trepan por las columnas del altar. Las esculturas de madera arden como antorchas. El calor es tan intenso que la puerta de hierro forjado que conduce a la sacristía está al rojo vivo y se funde como si fuera de cera.
El aire es tan sofocante y caliente como si se tratara de un horno de panadero. Cada vez es más difícil respirar. El humo invade los pulmones y provoca escozor en los ojos. La cúpula sobre la capilla Bariczków está ardiendo. Nubes de humo negro y espeso llenan las naves góticas de la catedral, los vitrales estallan.
El pade Karlowicz ingresa a la capilla Bariczków por una puerta lateral. Allí reina el silencio, e incluso no hay mucho humo. El sacerdote reflexiona:
¿Sacar el Crucifijo de la capilla o dejarlo? Si lo deja allí arderá junto con toda la catedral. ¿Sacar a Cristo del altar y llevarlo fuera de la catedral, en donde ha permanecido durante tantos siglos? ¿Qué hacer? En cualquier momento el fuego ingresará a través de la ventana proveniente del presbiterio. La cúpula se desploma.
Llega el sacristán Boleslaw. Deliberan. El padre Karlowicz se acerca al altar e intenta en vano desmontar la gran cruz. Finalmente logra despegar la figura de Cristo y en el momento en que se la entrega al sacristán, gran parte de una lucerna en llamas cae junto al sacerdote.
Bajo el fuego el sacerdote lleva a Cristo a través de la calle Kanonia desde las ruinas del Castillo Real hasta las puertas del monasterio de los padres jesuitas. Allí se encuentran muchos habitantes de la Ciudad Vieja. Ante la vista de la milagrosa figura de Cristo caen de rodillas, y rompen en sollozos que les brotan del corazón:
- Cristo, Cristo… ¡Sálvanos!
Los sacerdotes desmontan la figura. Le quitan los brazos. La gente cae sobre ellos besándolos, luego toman a Cristo sobre sus hombros y lo llevan atravesando el patio, un sótano, pasadizos y boquetes abiertos en las paredes. El pequeño grupo crece a cada paso. A la cabeza va el padre Karlowicz, encorvado. Alguien entona el himno. “Todo el que se pone bajo el cuidado de su Señor”. En la Plaza del mercado, cuanto la vista puede abarcar, se hallan esparcidos proyectiles sin estallar, esquirlas y cuerpos insepultos. El enemigo dispara constantemente en dirección a la Plaza desde el Castillo Real.
La gente se cuela sigilosamente por los boquetes abiertos en las paredes de las casas de la plaza del mercado. Luego salen a la calle Krzywe Kolo (Círculo Curvo), y de allí a la calle Staromiejska (Ciudad Vieja). La multitud de gente que lleva al Cristo llega por fin a la calle Stara (Vieja), a la capilla de las Hermanas de la Caridad. Colocan en el altar mayor al Cristo Milagroso. ¿Estará a salvo aquí?
La catedral arde como una antorcha. Cualquier intento de salvarla es inútil.