El padre Romano Scalfi, en su despacho en la sede de la asociación Rusia Cristiana (www.russiacristiana.org), está traduciendo un texto con el diccionario ruso/italiano abierto delante de él.
Tiene 91 años, la barba blanca y un rostro en paz. Nos hace pensar en el starets [anciano maestro espiritual en Rusia; ndReL] de los Hermanos Karamazov.
Este 17 de octubre, en Bassano del Grappa, recibe el premio internacional Medalla de Oro de la Cultura Católica por su obra de evangelización en la URSS y por su contribución a la difusión en Italia del samizdat, la literatura clandestina autoeditada de la era soviética.
La de Scalfi, más que una historia, parece una epopeya que atraviesa el siglo XX a partir de 1923, año en que nació en Tione di Trento. El hilo conductor de su historia podría ser la palabra “belleza”.
Con 23 años, viendo celebrar la divina liturgia bizantina, se enamoró de Rusia y de su alma. Corría el año 1946 y era seminarista en Trento. En esa liturgia lenta, resplandeciente de armonía y cantos, descubrió por primera vez "el conocimiento denominado sobórnico [en ruso el adjetivo soborny tiene el doble significado de católico y conciliar, ndt] de la tradición oriental, corazón y razón juntos, comprometidos y conquistados», explica.
Y “belleza” es la palabra que Scalfi utiliza también para recordar a su madre. «Nunca me olvidaré del día en que, con cuatro años, la vi arrodillada delante de un crucifijo. ¡Su rostro era tan bello y estaba tan absorto en la oración! El rostro de mi madre ha sido para mi la primera belleza».
Una vez acabado el seminario estudió en el Pontificio Instituto Oriental, en Roma. Su padre espiritual, don Eugenio Bernardi, es beato. «Una humanidad de una belleza encantadora», dice Scalfi. De nuevo esa palabra, ´belleza´.
En 1957 el sacerdote cruza por primera vez las fronteras bien vigiladas de la URSS de la posguerra. «Simulamos una avería en la carretera para librarnos del "ángel custodio" que nos pegaron en la frontera. En los pueblos rurales, muy pobres, los hombres y las mujeres se nos acercaban intrigados por el coche occidental. Empezábamos a hablar y pronto el discurso versaba sobre nuestra vida y la de ellos; en las palabras surgía, aun en la confusión, un sentido religioso, una pregunta de sentido todavía presente con fuerza».
Empiezan los años de los envíos clandestinos de los Evangelios, de los libros escondidos en los forros de las maletas. Decenas de miles de Evangelios entraron en la URSS y en los países satélites: «Recordaré siempre a una mujer en una iglesia de Kiev; se arrodilló delante de mi para darme las gracias por ese regalo».
Las visitas de Scalfi se intensificaron. «No me detuvieron nunca, pero supe que me vigilaban siempre y que sabían todo. En 1970 fui declarado persona non grata. No volví a la URSS hasta la caída del Muro».
Sin embargo, también en esos años, gracias a los colaboradores del Centro “Rusia cristiana” que había fundado, los intercambios fueron intensos. Por obra de la asociación llegaron a Italia unos 900 textos del samizdat.
La amistad con don Luigi Giussani amplió la amistad a los jóvenes de Comunión y Liberación. «Giussani – dice Scalfi – fue el primero que, sin apenas conocerme, simplemente me abrazó».
Después de 1989, llegó la hora de un aparentemente vistoso renacimiento de la fe en el Este; casi no había suficientes sacerdotes para bautizar a quienes lo solicitaban. Un momento, recuerda Scalfi, que no duró, debido a la gran ignorancia que habían dejado decenios de fe negada. Hoy, el 80% de los rusos se dicen ortodoxos, pero sólo el 1% va a la iglesia.
Y ahora, ¿cómo mira este anciano sacerdote a la Rusia de Putin que da miedo a Occidente y, sobre todo, a los países vecinos?
-Hoy es la hora del nacionalismo, un sentimiento que en Rusia tiene raíces muy profundas y anteriores al marxismo, que se alimenta del amor visceral que los rusos nutren por su patria. Hay un dicho: “Rusia no se conoce con la cabeza; se puede sólo amarla”. Es raro encontrar actualmente un ruso que hable mal de su país. Incluso si nombras a Stalin te responden que “ha hecho que la patria sea grande”. Tras la ocupación de Crimea, el 90% de la población estaba entusiasmada con Putin. Putin... que va a la iglesia y hace reconstruir las iglesias destruidas. Me parece estar viendo la religión utilizada en clave nacionalista.
-Lo es y mucho. No estamos, como han dicho algunos, en el 39, no podemos hacer comparaciones con el expansionismo del nacionalsocialismo alemán. Pero es inquietante que la gran mayoría de los rusos apoye las pretensiones de Putin sobre Ucrania.
-En mi opinión, sí. Los únicos que veo a salvo del nacionalismo son nuestros amigos del movimiento del samizdat. Son fieles a la idea de que en el centro de la sociedad está la persona, no el Estado. Ahora se ve lo que ese movimiento ha sembrado. No se combatía tanto contra el comunismo como por el hombre, en su plenitud y belleza. Era una resistencia en nombre de una belleza más grande.
»Y en la memoria de Dostoyevskiy: cada hombre es responsable de todo y de todos. Porque antes de preguntarnos contra quien combatimos, tenemos que preguntarnos por qué cosa luchamos. El Anticristo viene también por nuestra culpa, porque faltamos nosotros.
-Veo que el Papa insiste sobre el hecho que todo, todo, empieza por Cristo, y esta es la certeza de toda mi vida. Veo que cuando habla de Cristo, Francisco enamora. Ciertamente, el mal explota y hace ruido; lo contrario del bien, que crece en la sombra. Miro a la orden del Verbo Encarnado (www.ive.org), que en sus 25 años en el Este ha formado a más de 900 sacerdotes y 1.100 religiosas, pero ¿alguien habla de ello?.
-Según Florenskiy y Soloviev la verdad, para manifestarse, se expresa en amor y el amor florece en belleza. La belleza es la última expresión de la verdad. Las jóvenes claustrales del Este que han venido aquí a participar en un curso de pintura de iconos nos han encantado. Esos rostros límpidos, esos ojos. No se puede estar ante la belleza sin plantearse una pregunta sobre Dios.
(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)
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