Cuando el pasado 17 de marzo el presidente ruso Vladimir Putin dirigió al Parlamento federal su apasionado discurso sobre la defensa de la Gran Rusia, para justificar la anexión de la Crimea, las miradas de los presentes de las primeras filas traicionaron una insólita preocupación.


A los pies del presidente, entre los turbantes del Imán y el cilindro del rabino, se notaba la falta de la tiara blanca del patriarca Kirill.

Sólo dos filas atrás estaba el incierto sombrero velado de su vicario, el anciano metropolita Juvenaliy, enviado para representar a la Iglesia patriarcal, cuya bendición era indispensable para confirmar la necesaria reapropiación de la "tierra santa" de Crimea.

La ausencia de Kirill fue justificada por su portavoz con inciertas referencias a su estado de salud (pero resulta que el día anterior había presidido una larga celebración) y al devoto silencio cuaresmal (que también debería valer para Juvenaliy).

En realidad la falta bendición de Kiril demuestra el disgusto extremo del Patriarcado de Moscú frente a la crisis ucraniana, que puede sacudir también los estantes de las mismas instituciones eclesiásticas, y echar por los aires las prospectivas de desarrollo que con tenacidad Kirill ha cosntruido en los últimos años.

Parece que Putin, esta vez, fue demasiado lejos también para sus padres espirituales.


Kirill no es que no sea patriota. Es más él es uno de los principales custodios y propagandistas.

Ya desde tiempos de Gorbachov y Yeltsin, el entonces metropolita Kirill Gundyaev se mostró como el principal inspirador de una nueva ideología estatal post-soviética, basada en la restauración ideal de la Santa Rusia, vista como Estado-Iglesia, capaz de defender en la patria y en el extranjero los valores cristianos en un mundo secularizado.

Kirill expresa la reencarnación del modelo llamado "josifiliano", del nombre del monje Josif de Volokolamk que en 1500, creó la idea de la Iglesia "constitutiva del Estado", una de las expresiones favoritas del actual patriarca, ideal realizado luego por el zar Iván el Terrible... que es la verdadera figura de referencia de su actual sucesor Putin.



Sin embargo hoy, mientras el 95% de los rusos de Crimea aprueba con entusiasmo el retorno a la madre Rusia y la mayoría de los rusos se enorgullece por la demostración de fuerza que el país opone a las miras de Occidente, el Patriarca se retira y se cierra en un ascético silencio.


El hecho es que Kirill había apostado muchísimas de sus cartas por toda Ucrania, ¡no ciertamente sobre la pequeña Crimea o sobre cualquiera de las provincias orientales!

En estos 5 años después de su elección, el Patriarca visitó Ucrania al menos 30 veces, yendo por todos lados, hasta las diócesis más occidentales y anti-rusas, en las cuales su predecesor Alexis tenía temor de presentarse.

El jefe de la sección ucraniana del patriarcado, el metropolita de Kiev, Vladimir Sabodan, fue por él introducido en el Sínodo de los obispos de Moscú, verdadero órgano directivo de la Iglesia ortodoxa rusa, con un título de honor casi igual a los suyos y con él había cooptado a otros miembros de la jurisdicción ucraniana, vista como una Iglesia casi autónoma, pero bien integrada de la estructura del Patriarcado moscovita.


¿Y ahora qué sucederá? ¿Se creará en Ucrania una [otra, ya hay dos] Iglesia [ortodoxa] independiente de Moscú?

¿Qué hacer con la misma diócesis de Crimea, que ahora se convirtió en rusa a nivel civil? ¿Pasará directamente bajo el Patriarcado de Moscú? ¿Y si Kiev no estuviese de acuerdo?

Esta prospectiva aterroriza a Kiril más de cuanto se pueda imaginar.

Ucrania a nivel eclesiástico expresa casi la mitad de las parroquias de todo el Patriarcado de Moscú (13.000 parroquias ucranianas frente a las 15.000 rusas).

Cerca del 60% del clero del Patriarcado de Moscú es de Ucrania, incluyendo numerosos obispos que trabajan en la propia Rusia.



Kirill y Putin al celebrar el milenario del Bautismo de la Rus, obra del zar San Vladimir... que en realidad fue en Ucrania


En Ucrania surgieron diversas tentativas de independencia autonomista, que quisieran la completa auto-acefalía y la independencia del Patriarcado de Moscú.

Por otro lado la sede de Kiev es históricamente la originaria, de la cual Moscú se separó sólo en 1589.

Actualmente el metropolita de Kiev, Vladimir Sabodan, de casi 80 años, está en grave estado de salud, y ciertamente Kirill pide en sus oraciones que el Señor lo conserve el más tiempo posible: en estos tiempos la elección de un nuevo metropolita estaría seguramente acompañada por fuertes pedidos de autonomía.

El vicario de Vladimir, el metropolita Onofre Berezovskiy, de sus originarias posiciones filo-rusas, se alejó para siempre, hacia la defensa de la integridad del estado ucraniano y de su Iglesia independiente. Los otros obispos son aún más explícitos en este sentido.

La Iglesia de obediencia moscovita arriesga de aparecer a los ojos de los ucranianos como la "Iglesia invasora", lo que haría y daría aire nuevo al retomar la autoridad de la otra iglesia ortodoxa que hay en Ucrania, la Iglesia Ucraniana Independiente del Patriarca Filaret Denisenko, hoy muy debilitada, pero aún numerosa.

Sin contar son Iglesia Grecocatólica del arzobispo mayor Svyatoslav Sevchuk, que tiene su bastión de Ucrania occidental y que ha apoyado las protestas del Maidan y la revolución de hecho en Kiev.


Kirill teme también el perder su posición dominante en la entera comunión ortodoxa, que en 2016 se reunirá en el Fanar [la sede del Patriarcado de Constantinopla] para el gran Concilio Panortodoxo, el primero de toda la historia milenaria de la Ortodoxia.

Actualmente Moscú representa el 70% de todos los ortodoxos del mundo; si su jurisdicción fuese dividida a mitad, se arriesgaría a terminar siendo otra minoría.

Vería perder el gran éxito que significaba convocar el Concilio Panortodoxo de Constantinopla.

Esto, de hecho, podría ser la tumba de todas las ambiciones de la Ortodoxia rusa de guiar el mundo cristiano en contraposición (o al menos a la par) con el Papa de Roma.

La gran Rusia, anexándose la pequeña Crimea, en vez de ensancharse podría terminar siendo, en realidad, más pequeña.