Como se puede observar en la tabla que acompaña esta información, reproducida a partir de los datos del Instituto Nacional de Estadística de Italia con cifras y datos recogidos en 2012 (antes, por lo tanto, de iniciarse el pontificado del Papa Francisco), el ranking de confianza de los italianos lo encabezan las Fuerzas del Orden, con el 70,1% de confianza.
En segundo lugar, y a gran distancia del resto de instituciones, se encuentra la Iglesia Católica, con el 54,2% de confianza.
[En España, con otro sistema de medición, el CIS muestra que los españoles ponen a la Iglesia el doble de nota que al Estado]
En la tabla de confianza de los italianos aparece después el Estado (18,9%), los bancos (12,9%), el Parlamento italiano (7,1%), y los partidos, con un escaso 5,1% de confianza.
Además, el Informe sobre la Cohesión Social que elabora el Gobierno italiano junto a otros organismos oficiales constata un alarmante aumento de la pobreza desde que comenzó la crisis en Italia. El país se halla así en la peor situación desde que, hace 16 años, se fijaron los parámetros nacionales para medir la indigencia.
Con cifras de 2012, por lo que cabe deducir que en 2013 los datos fueron peores, el 12,7% de las familias residentes en Italia estaban catalogadas como pobres, con un aumento de 1,6 puntos porcentuales sobre el año precedente.
Si en lugar de familias se cuentan las personas, la imagen es aún peor. El 15,8% de los residentes es pobre, un 2,2% más que en el 2011. Eso confirma que quienes no viven bajo el amparo de una familia son más vulnerables a la crisis.
Si hablamos de cohesión social, la pobreza aguda afecta ya al 6,8% de las familias y al 8% de los individuos. Esos pobres absolutos se han doblado desde el 2005, siendo las regiones del norte las que han experimentado un deterioro más acusado.
También se detecta un empeoramiento de las condiciones de las familias numerosas y de aquellas en las que conviven varias generaciones.
El informe oficial advierte que el sistema de subsidios y ayudas sociales en Italia es ahora mucho menos eficaz para frenar la pobreza que el existente en otros países europeos. Aún recibiendo ayudas, los italianos corren un riesgo mucho mayor de pobreza que los alemanes o franceses, por no hablar de los escandinavos.
Este empeoramiento de las condiciones económicas de los ciudadanos, unido a otros factores que afectan a la política, se ha traducido en una bajísima valoración por parte de los ciudadanos en lo que al Estado, el Parlamento y los partidos políticos se refiere. Una valoración negativa que también afecta, como no podía ser de otra manera, a los bancos.