Imaginemos un sistema en el que una autoridad civil todopoderosa multa a los cristianos, controla todos los medios de comunicación y el poder político, confisca y quema sus libros, impide que publiquen libros, revistas o audios y persigue estos materiales si los traen del extranjero, encierra y castiga a quienes critiquen el sistema. No es un país de ciencia ficción ni un lugar exótico de Asia. Se daba en los años 70 y 80, años de TV en color, en el corazón de Europa, en países de tradición y mayoría católica como Eslovaquia, Hungría o Polonia.

Chicos que entonces tenían 20 años y fueron torturados y encarcelados en 1983 y 1984 por llevar Biblias y estampitas de Polonia a Eslovaquia hoy son adultos maduros, con 55 años, y cuentan lo que vivieron en el documental "Pisadas en la nieve" (de 2015, por Slavomir Zrebny, de 50 minutos), que puede verse en este vídeo activando los subtítulos en español.

Peter Žaloudek, que en esos años era un novicio capuchino clandestino, expulsado de la universidad por su fe, recuerda: "Era, simplemente, un sistema perverso. Los brotes donde naciera alguna opinión libre el sistema los tenía que acallar, porque si no, no se podría mantener en el poder".

Checoslovaquia era un país donde todas las editoriales pertenecían al Estado comunista (las otras se confiscaban o prohibían): se controlaba con lupa todo lo que se publicaba.

Ivan Polanský, que distribuía e imprimía samizdat (folletos clandestinos autoeditados), calcula que en las bibliotecas de universidades o colegios podían perfectamente ser retirados un tercio de los libros por considerarse "inadecuados", y ser llevados en camiones para quemarlos. El documental contabiliza que en Checoslovaquia en los años 50 fueron destruidos 27,5 millones de libros.

Una ideología que destruye al ser humano y su conciencia

"El comunismo era una ideología nociva que destruía al ser humano, su libertad y su conciencia", dice Branislav Borovsky, vicepresidente de la Confederación de Prisioneros Políticos. Hoy es un emprendedor, padre de familia con 8 hijos. Pero era un veinteañero cuando fue sentenciado, con dos amigos más, en marzo de 1985, a 18 meses de prisión por cruzar la frontera polaco-eslovaca trayendo casetes y libros religiosos de Polonia.

Borovsky en una foto de familia con su mujer y sus 8 hijos (una ha estudiado en Madrid); cuando tenía 19 años, preso de los comunistas, probablemente no podía imaginar este futuro


El caso de Gabaj (23 años), Konc (20) y Borovsky (19) llamaría la atención internacional

"En general, lo que molestaba al comunismo era la religión, porque ahí la gente podría ser libre", constata Jan Vecan, que fue detenido llevando Biblias infantiles. "Dios simplemente es incómodo porque el régimen totalitario trata de dominar al hombre", constata la editora Suzanne Ferina. 

El historiador Radek Schovánek ahonda en esa incompatibilidad: "Como cristiano, católico practicante, entiendo la fe como un camino del hombre, para ser mejor, esforzarme... y los comunistas ya han prometido el paraíso en la tierra, que todos tendremos todo por igual, y por descontado, el comunismo es ateo, vieron la fe como algo que perturba su hegemonía sobre las personas".

Albin Maslanák, condenado por introducir literatura desde Polonia, recuerda que el régimen quería gente inculta para controlarla mejor: "si encontraba personas cultas iban a por ellas". El historiador Ján Simulcik, señala que la censura buscaba "tener influencia para que  artículos, libros, películas, salieran según el espíritu del régimen comunista".

Varios grupos disidentes, sin coordinación

Jirina Siklová, disidente y firmante de la Carta 77, escribía al extranjero como activista cultural. Y contactaba con personas de inquietudes similares. Había varios grupos disidentes que trabajaban de forma independiente.

Peter Žaloudek, entonces capuchino, dice que "ya entonces usábamos el lema de que cuanto menos supieras, mejor" y no contactaba con otros grupos. Reclutó a sus propios jóvenes colaboradores.

Chicas jóvenes ("nuestras futuras novias y esposas", recuerdan) solían recibir fragmentos de libros prohibidos para teclear copias con máquinas de escribir, que luego se reunían en copias de la obra completa que circulaban.

Además, en Toronto (Canadá) se imprimían libros en checo que se introducían en Checoslovaquia con ayuda de los servicios de inteligencia de EEUU. Se usaban coches que estaban modificados por dentro para tener espacios de contrabando de libros. La policía encontró uno de esos coches en el 77 y otro en el 81. Pero cada tres o cuatro meses uno lograba entrar.

Anton Hlinka, un sacerdote salesiano eslovaco, exiliado desde 1952 en Occidente (Austria, Alemania, Italia) era uno de los grandes organizadores de envíos (y un locutor en checo de la Voz de América y editor en Radio Free Europe). En la escuela eslovaca de los Santos Cirilo y Metodio en Roma se recogían fondos de donantes y se hacían ediciones, que luego se pasaban a Múnich. La red organizada por Hlinka, según el documental, logró introducir unos 100.000 libros, "que no es poca cosa".

El salesiano Anton Hlinka, exiliado, logró meter 
unos 100.000 libros clandestinos en Checoslovaquia

Como Checoslovaquia estaba muy vigilada, era más frecuente introducir la literatura clandestina primero en Polonia y allí, a través de activistas católicos, meterla de contrabando en Eslovaquia.

Hlinka inventaba editoriales ficticias para los libros que editaba destinados a la clandestinidad. Por ejemplo, "MPK Bern" era una de esas editoriales. "MPK", en eslovaco, significa "María Auxilio de los Cristianos", la patrona de los salesianos.

Una red más grande era de origen protestante pero abierta a la colaboración multiconfesional, la Red de Auxilio a la Iglesia Mártir.

Siete toneladas de libros en mochilas, por las montañas

Frantisek Kormanák era uno de los jóvenes que pasaba la literatura de contrabando en las montañas de la frontera polaco-eslovaca. "Lo hicimos unas 80 veces, contrabandeamos unas 7 toneladas de libros", explica. En las montañas había un sitio establecido. "Ellos soltaban sus mochilas, nosotros las nuestras, teníamos las mochilas del mismo color, el mismo diseño. Ellos se llevaban las nuestras vacías, nosotros las llenas. Y pactábamos encontrarnos a tal hora a la siguiente semana, hubiera lluvia o tormenta". Lo hacían rápido, evitando a los guardias fronterizos.

Maslanák también calcula que introdujeron unas 7 toneladas de libros así. Una mochila podía pesar hasta 80 kilos.

Ladislav Stromcek, que sería ordenado sacerdote en secreto en 1988, y llegó a ser detenido por telefonearse con Hlinka y producir samizdat, recuerda que se organizaban citas de reparto de libros clandestinos con la palabra clave "diversión".

Stromcek era seminarista clandestino y organizaba el
reparto de los libros y casetes que llevaban de contrabando

"Había gente de la iglesia clandestina, laicos activos, de distintas tendencias, movimientos, órdenes... A veces no sabíamos ni quiénes eran. Ahí repartíamos esta literatura que llegaba clandestina, de Occidente", recuerda el sacerdote, que entonces era un seminarista clandestino y estudiante de ingeniería en su vida "pública".

"La Iglesia clandestina creaba islas de libertad, a veces conectadas entre sí, pero no había una estructura jerárquica. La Seguridad del Estado percibía a los activistas pero no percibían qué hacían en su conjunto, creo que en 20 años no lo consiguieron", dice el historiador Ján Simulcik.

Había, eso sí, un liderazgo informal "del entonces obispo Korec, ordenado en secreto, encarcelado", y de laicos como Vladimir Jukl, Silvester Krèmery y otros muchos. Ján Korec, fallecido en 2015 como cardenal, tenía tan solo 27 años de edad cuando fue ordenado obispo en secreto: era el obispo más joven del mundo. Pasó 8 años en la cárcel, y varios años más entre juicios y trabajos bajo vigilancia (barrendero, descargador de barriles químicos, etc...).

Detenido por llevar el coche lleno de Biblias infantiles

A Jan Vecan lo detuvo la policía con el coche cargado de Biblias infantiles de contrabando. Intentó engañar a los agentes. "Son azulejos", les dijo tartamudeando. Pero quisieron comprobarlo y así lo detuvieron. "Me alegro que me detuvieran por un libro tan bueno", dice hoy.

Hubo una tercera etapa en que la literatura clandestina entraba a través de Hungría. Eugen Valovic cuenta que él introducía los libros por esa frontera. El aduanero, le dijeron, era "amigo de la causa". En la frontera el guardia les paró: "¿Dónde va usted tan nervioso?"; "no estoy nervioso"; "sí, hombre, con esa cara de nervios le pararán en cuanto entre".

El disidente y escritor polaco Andrzej Jagodzinski sonríe al recordar que en la frontera polaco-eslovaca había unos mojones fronterizos con letras y números. "Podías llamar al teléfono, aunque estuviera pinchado, y decir 'Luis viene el lunes a las 14', y ya se entendía que quedabas en el mojón L14", explica.

"Los riesgos no me importaban gran cosa, era joven", recuerda Peter Žaloudek. Pero le dijeron que organizara su propio equipo clandestino. Y juntó a Borovsky y sus dos amigos. Branislav Borovsky dice que poder ayudar a la gente que conocía era un incentivo para meterse en el mundo del contrabando de literatura. Aún hoy, dice "sé que les ayudó, les sirvió para crecer, también laboralmente". Eran operaciones muy discretas: los padres no sabían que sus hijos veinteañeros venían de la montaña con mochilas llenas de libros.

Pisadas en la nieve: el día de la detención

El 12 de diciembre de 1983 nevó mucho. Borovsky y sus dos compañeros decidieron ir pese a todo a la montaña, al punto acordado. Encontraron a los colegas polacos... y luego llegaron soldados polacos siguiendo las huellas en la nieve. En las mochilas vieron libros, imágenes, ¡bendiciones del Papa Juan Pablo II!

Detenidos en Polonia, Borovsky recuerda al capitán Trawinski, que "era agresivo, usaba la violencia física, me golpeaba, etc... fue el primer encuentro con la realidad". En los interrogatorios a los chicos les golpeaban bajo las costillas, les abofeteaban, les amenazaban, no les dejaban dormir. Separaron a los mochileros en celdas distintas... Borovsky recuerda que pasó casi 3 meses en una celda de aislamiento, con luz continuada día y noche, y guardias que le empujaban cuando trataba de conciliar el sueño.

Pero Borovsky recordó que un cura amigo suyo había hablado con el Papa Juan Pablo II sobre estas redes de mochileros con libros, y el Papa le había dicho: "lo que hacéis es muy importante y os doy mi bendición". "Esas palabras del Papa me animaron muchísimo", recuerda.

Lo más asombroso fue cuando en Nochebuena los guardias polacos lo hicieron salir de la celda y lo rodearon. Pensó: "¿será esto una tortura polaca especial?" Pero sacaron un pan de oblea y le dijeron: "muchos de nosotros somos creyentes, sabemos la causa de tu encarcelamiento, queremos mostrarte nuestra amistad con la costumbre polaca de partir las obleas".

"En ese momento lloré de impresión, era impensable. ¡Dejaron la puerta algo abierta y me dejaron escuchar en la radio polaca una misa, la Misa del Gallo en Cracovia!", recuerda emocionado.

El caso se internacionalizó cuando el presidente norteamericano Ronald Reagan lo mencionó en un discurso sobre libertad religiosa. Pero no necesariamente eso ayudó a los presos.

"Los comunistas nos querían sentenciar por contrabando, pero el contrabando estaba tipificado en armas, medicamentos, pornografía... pero la ley no decía nada de literatura religiosa. ¿Por fuga de la República? Pero no teníamos esa intención", detalla Borovsky. Con todo, llegó una sentencia dura de cárcel, intimidatoria, emanada directamente del comité central del Partido Comunista eslovaco, no del tribunal.

Máquinas clandestinas de offset y ciclostil en Bratislava

Una característica peculiar es que Eslovaquia tenía muchas más máquinas de ciclostil (de sacar copias) que Chequia, y en ellas se produjo mucho samizdat católico. Una casa tenía una máquina de offset por impulso del padre Hlinka. Otras las conseguían de la asociación evangélica Open Doors. Primero un matrimonio occidental que venía "de turismo" introducía las piezas desmontadas y numeradas. Dos semanas después, llegaban otros "turistas", técnicos, para montar la máquina y explicar su funcionamiento. Quien sabía imprimir era muy valioso para la resistencia cultural.

El historiador Ján Simulcik concluye que hay un momento en que la libertad interior del hombre, ante la tiranía, busca traducirse en libertad exterior. Sólo con mucha libertad interior se puede uno atrever a salir a la calle a una protesta que puede implicar cárcel.

Los miembros de la resistencia cultural católica clandestina lo recuerdan como una época llena de sentido; volvían de sus repartos y misiones con el corazón lleno de alegría

En Bratislava, en 1988 se realizó la primera protesta pública desde 1968, con velas, atacada con cañones de agua. Había empezado convocada como un gran rezo del Rosario en la calle. Nadie sabía que un año después el Bloque del Este se hundiría, parecía un gesto loco ante un imperio invencible. 

En este vídeo en YouTube, imágenes de vídeo de marzo de 1988 con la represión de las autoridades comunistas contra la Marcha de las Velas de Bratislava


Sucedió en Bratislava porque el samizdat y los textos clandestinos circulaban allí y demostraban que el comunismo no era omnipotente.
 
"Al final, en cada casa había un libro editado en Roma. En Eslovaquia no se imprimió ni un solo libro cristiano en veinte años, pero todo el país estaba lleno de ellos", explica en una entrevista el disidente y activista  František Mikloško.
 
La libertad política llegó el 17 de noviembre de 1989. Pero Borovsky señala que la libertad nace "de esa libertad interior, que ni en la cárcel, nadie puede arrebatarte".
 

Pisadas en la nieve (50 minutos, hablan los protagonistas, activar subtítulos en español)

(Conozca también sobre las Biblias introducidas y leídas de forma clandestina en la Unión Soviética aquí)