Para muchos de sus partidarios galos, Luis Alfonso de Borbón llevaba ya demasiado tiempo en silencio. Baste decir que su última aparición pública el país vecino tuvo lugar en pasado mes de junio, con motivo de una recepción que tuvo lugar en París para presentar oficialmente a sus dos hijos gemelos, nacidos en 2010 tres años después de su primogénita, Eugenia.
Siete meses después ha vuelto a irrumpir en la vida pública francesa para oponerse de forma contundente al proyecto de ‘matrimonio’ gay promovido por el presidente François Hollande. Cinco días antes de la manifestación publicaba una carta a través de su página en la que criticaba la banalización de la institución matrimonial, hasta el punto de querer “hacerla extensiva a personas del mismo sexo y, en consecuencia, permitir la filiación, así como la adopción de hijos".
De ahí que el duque de Anjou -el título que usa en Francia- se pregunte: “¿Qué sería de nosotros si nuestros padres, nuestros antepasados, no hubieran seguido este proceso natural, institucionalizado y santificado por el matrimonio cristiano? ¿Cómo aceptar que se establezca el derecho a un niño aun en contra de los derechos del propio niño?”
A continuación el duque sitúa su argumentación en perspectiva histórica: “¿Qué sería de nosotros si nuestros padres, nuestros antepasados, no hubieran seguido este proceso natural, institucionalizado y santificado por el matrimonio cristiano?”
No es de extrañar que Anjou utilice palabras como “nuestros padres”, “antepasados” o “proceso natural”: lo hace porque para la opinión pública francesa es el heredero de una arraigada tradición, la de los Capetos que -desde Hugo Capeto a Carlos X- reinaron durante casi ocho siglos sobre Francia. Fue esta estirpe la que dio forma a Francia como nación y la que le imprimió una identidad cristiana (aunque las políticas de un capeto, Felipe IV el Hermoso, ya en el siglo XIV, tuviesen tintes anticlericales).
Si bien Luis Alfonso pertenece a una rama de los Borbones que renunció al trono español hace ya ochenta años, conserva, para sus partidarios, toda su legitimidad como sucesor más próximo de los Borbones franceses, una vez extinguida la línea directa de éstos con la muerte sin hijos, acaecida en 1883, del conde de Chambord, nieto de Carlos X.
Muerto Chambord, los legitimistas consideraron como sus pretendientes a los reyes carlistas y, extinguidos estos, a los descendientes en línea masculina del infante Francisco de Asís de Borbón, es decir, Alfonso XII, Alfonso XIII; luego el primer hijo varón de este último con descendencia, el infante don Jaime de Borbón y Battenberg, a quien sucedió su hijo mayor Alfonso, duque de Cádiz y de Anjou. Muerto éste en 1989 en un trágico accidente de esquí, Luis Alfonso, su único hijo superviviente, pasó a asumir la herencia capeta.
No lo entienden así los Orleáns, descendientes del rey liberal Luís Felipe: según ellos, a través del Tratado de Utrecht, los Borbones de España renuncian para siempre a la corona francesa. En cambio, para los legitimistas, un tratado internacional no deroga por sí solo las leyes históricas del reino de Francia, que siguen prevaleciendo.
La rivalidad dinástica entre ambas ramas no solo sigue hasta hoy sino que se intensifica a cuenta de los valores. Juan de Orleáns, duque de Vendôme, heredero de los Orleáns, lleva años recorriendo Francia de cabo a rabo y no pierde ocasión de recordar que el cristianismo es intrínseco a la identidad de Francia: “Pienso como un príncipe cristiano; actúo como un príncipe francés”. Además, a principios del pasado mes de diciembre, hizo acto de presencia en un congreso provida celebrado en Biarritz.
Esa es, seguramente, la razón que ha llevado al duque de Anjou a pronunciarse tan nítidamente en contra del ‘matrimonio’ gay: no puede dejar toda la visibilidad mediática al Orleáns, más si se tiene en cuenta que en los últimos años ha vivido en Nueva York, en Caracas y en Madrid; pero no en Francia.
Lo que no significa que descuide el país vecino, al que viaja con frecuencia y en muchas de cuyas zonas ha sido recibido por las autoridades. Todos los años, a mediados de septiembre, suele presidir en París la misa de la Fundación de los Inválidos, en la iglesia del mismo nombre, rodeado de obispos, jefes militares y ex combatientes. Hace dos años asistió al octavo centenario de la catedral de Reims, lugar de coronación de los reyes de Francia, y en 2010 ofreció una multitudinaria rueda de prensa con motivo de la autentificación de la cabeza de Enrique IV.