La llegada a la presidencia de la República de François Hollande está suponiendo una nueva edad de oro de la influencia masónica en Francia. El pasado 16 de noviembre, el ministro de Educación, Vincent Peillon, se subió al estrado del templo Groussier del Gran Oriente de Francia (GO) y lo proclamó sin ambages: "Queremos refundar la República. ¡Y queremos refundarla desde la escuela!". Como en los mejores tiempos de la Tercera República (18751940), el laicismo se ha convertido en el eje de la acción de gobierno, y las urgencias por sacar adelante el matrimonio homosexual no son más que una manifestación más.

"Comparte nuestros valores, es un masón sin mandil", comentó uno de los asistentes ese día sobre la figura del ministro que acababa de entusiasmarles. En realidad, como mínimo una tercera parte del kilométrico gobierno de 38 miembros (entre ministros y ministros delegados) formado por Jean-Marc Ayrault por encargo de François Hollande es masón o filomasón, y si descendemos en la escala de la administración las escuadras y los compases se multiplican. Incluso el presidente de la Asamblea Nacional, Claude Bartolone, visitará este lunes una logia, tal vez para agradecer la movilización de una treintena de diputados para promoverle al cargo tras las elecciones legislativas de junio.


El diario francés Le Figaro publica un completo informe sobre la renacida influencia masónica en el país, que aspiran a consolidar de una forma que sólo les fue posible en los primeros años de François Mitterrand (19811995), cuando se enseñorearon del poder hasta que el presidente se rebeló contra la osadía.

El periódico interrogó a todos los miembros del consejo de ministros sobre su pertenencia o no a las logias. Algunos no respondieron, como Marylise Lebranchu (Reforma del Estado), Stéphane Le Foll (Agricultura) o Alain Vidalies (Relaciones con el Parlamento).

Otros lo desmintieron, como Michel Sapin (Trabajo) -en sintonía con los masones, sin embargo, afirma el autor del reportaje-, Benoît Hamon (Economía y Finanzas), George Pau-Langevin (Reforma de la Educación) o Michèle Delaunay (Asuntos Sociales).

Algunos no responden de una forma que ya es responder: Frédéric Cuvillier (Transportes) dice que "no puede responder", aunque se sabe su proximidad al Gran Oriente; Jean-Yves Le Drian (Defensa), masón, dice que "no comenta convicciones personales"; lo mismo que otro masón, Victorin Lurel (Ultramar); en cuanto a Jérôme Cahuzac (Presupuestos), "ni confirma ni desmiente", pero admite participar en las tenidas; Anne-Marie Escoffier (Descentralización), conocida miembro de la Gran Logia Femenina de Francia, "no se siente competente" para contestar; en cuanto al español Manuel Valls (Interior), su entorno admite que se inició en 1988 pero lo dejó en 1996.

"La influencia de los masones se ejerce de manera difusa, por capilaridad, porque encontramos numerosos hermanos en los gabinetes ministerriales, en las administraciones y en los ámbitos políticos", explica Emmanuel Pierrat, abogado miembro del Gran Oriente de Francia y coautor con Laurent Kupferman de un libro publicado este año: Ce que la France doit aux francs-maçons... et ce qu´elle ne leur doit pas [Lo que Francia debe a los masones... y lo que no les debe].

En la actualidad, los ministerios de mayor influencia masónica son tan nucleares como Defensa (no sólo el ministro, también su jefe de gabinete: Cédric Léwandowski), Interior (un 10% de los comisarios) y Educación (dos de los principales consejeros de Peillon para la reforma educativa: Marc Mancel y Christian Forestier).

Esta influencia está provocando rivalidades entre las logias, y algunas denuncian la prepotencia del Gran Oriente de Francia, que es quien en estos momentos disfruta de mayor presencia cuantitativa y cualitativa en el aparato de poder. 

Sus objetivos están claros y pasan por una ofensiva laicista como no se ha visto en Francia desde hace treinta años. Le Figaro desvela que el Gran Maestre del Gran Oriente de Francia, José Gulino, fue recibido secretamente en octubre por el Pierre-René Lemas, secretario general del Palacio del Elíseo (sede de la presidencia de la República), con un único objetivo: los masones quieren constitucionalizar la ley de 1905 -aún vigente aunque parcialmente reformada-, específicamente anticatólica y responsable de la progresiva descristianización del país a lo largo del siglo XX.
 
Esta ley provocó una firme respuesta del Papa San Pío X, marcando al catolicismo francés un camino de resistencia a la masonería que sólo empezó a suavizarse tras la Segunda Guerra Mundial. Hoy el arzobispo de París, el cardenal André Vingt-Trois, está empezando a coger de nuevo el timón de esa resistencia, y las manifestaciones en las calles de Francia contra el matrimonio homosexual han cosechado un éxito imprevisto.

La presencia de la Iglesia fue desapareciendo de las instituciones donde había sido milenaria en virtud de esa ley, que ahora la masonería quiere convertir en troncal de la República, blindándola contra cualquier reforma o supresión. Ese intento presenta obstáculos más políticos y legales que ideológicos, pero otro socialista miembro de la masonería, Gérard Contremoulin, dice que "el presidente Hollande puede sortearlos". Y la sugerencia de un gran oriente, hoy, en Francia, significa mucho...