Poseído por el demonio. Desde que tenía 4 años y hasta que cumplió 31, Francesco fue poseído por el diablo. Mejor dicho, por 27 legiones, es decir filas de su ejército, el ejército del mal. Después pudo liberarse. ¿Gracias a quién? A muchos exorcistas, obviamente. Pero además de ellos también recibió la ayuda fundamental de los santos, entre ellos Juan Pablo II, que se le apareció durante las crisis más violentas para consolarle y, al mismo tiempo, indicarle la salida.

Se puede creer o no, pero si la historia de Francesco Vaiasuso (galerista de arte de 40 años en Álcamo, Sicilia), que aparece en el libro (“Mi posesión. Cómo me libré de 27 legiones de demonios”) que escribió con Paolo Rodari, vaticanista del periódico italiano “Il Foglio”, es verdadera, si de verdad Satanás ordenó, como sostiene el autor, que sus seguidores poseyeran su cuerpo durante todos estos años y si esta presencia maléfica fue derrotada por los santos, muchos de los que tienen dudas acerca de la existencia del mundo preternatural, un mundo malvado más allá de la vida material, y del mundo sobrenatural, podrían tener bastante material para reflexionar.

Las primeras manifestaciones de la presencia demoniaca fueron las enfermedades. Años de sufrimientos incurables, por lo menos según los médicos.

Después un retiro espiritual en los montes Dolomitas de Sicilia. Fue un religioso jesuita el que intuyó que los malestares que sufría Francesco, tal vez, podían ser, más que naturales, espirituales. Así que le invitó a recitar una oración con él, que fluía sin dificultades, hasta que el religioso le pidió que renunciara al “espíritu de mediumnidad”. «Renuncio al espíritu de mediumnidad», le dice. Fracnesco trataba de repetir: «Renuncio al... al…». Pero no salía ningún sonido de su boca. Con un esfuerzo inhumano, finalmente, logró decir: «Espí… espí… espí…». No pudo pronunciar la palabra “espíritu”.

Lentamente, después de varios minutos, logró pronunciar otra palabra que parecía algo como «medianía». En realidad era un conjunto de sílabas sin sentido. También comenzaba a babear un poco. El religioso le ofreció un pañuelo para que se secara. Era solo un síntoma, nada más, de que algo oscuro habitaba en su interior.

Francesco estaba de acuerdo, por lo que pidió a algunos religiosos de confianza que le dieran un consejo. Y así fue como llegó a hablar con el padre Matteo La Grua, un importante exorcista de Palermo.

La primera vez que se encontraron fue dramática. Francesco, ante el exorcista, perdió completamente el control. Babeaba, gritaba, sentía que algo o alguien estaba dentro de sí y que lo controlaba. Pero no había perdido su lucidez, comprendía lo que estaba sucediendo y que no era él el que reaccionaba de esa forma tan violenta.

Y esta, como habría entendido tiempo después, es la particularidad de su caso: un caso único de lucidez; un poseído, sí, pero siempre consciente, incluso durante los exorcismos más difíciles. Sí, los exorcismos, porque Francesco sufrió cientos de ellos, durante años. Los mejores exorcistas sicilianos trataron de ayudarlo pero no obtuvieron resultados convincentes.

Pero Francesco también recibió otro tipo de ayuda. Y, que quede claro, Francesco no pretende convencer a nadie. Sin embargo, él mismo sostiene que durante los exorcismos, antes de la liberación definitiva, llegaban los santos a apoyarlo y consolarlo. Durante las posesiones más violentas, en un cierto momento, su rostro cambiaba de expresión radicalmente y se serenaba.
Sucedía cuando los santos, entre los que estaba San Pío de Pietrelcina, bajaban del cielo para consolarlo: «Francesco, también yo sufrí mucho, como tú», le habría dicho una vez el padre Pío.

«Pero tu sufrimiento está ayudando a muchas personas. Resiste, dentro de poco estarás libre».

Y después Juan Pablo II. Sus apariciones son de lo más irreal y, al mismo tiempo, prodigioso que se pueda imaginar. Un día, Juan Pablo II lo habría llevado al cielo. Aquí, en la tierra, su cuerpo se habría quedado completamente disociado ante un sacerdote que rezaba por él. Arriba, en el cielo, su alma dialogaba con Juan Pablo II, que, vestido como el día de su elección como sucesor de Pedro, le dijo: «Tú debes ir ahí», señalando un punto preciso. Francisco se giró para ver hacia dónde señalaba y vio la Plaza San Pedro, llena de peregrinos hasta la Vía de la Consolación.

¿Este libro trata de llegar también a la Iglesia, a la Iglesia que le cuesta creer en la existencia de Satanás? Es difícil decirlo. Al final, permanece la sorpresa, la expectación por comprender por qué y cómo, desde que tenía 4 años, Satanás entró al cuerpo de Francesco.

Un enigma que se va revelando página tras página, la aventura de Francesco que descubrió, pocos días antes de la liberación, que todo se había originado en su interior.