El jesuita Givoanni Sale, profesor de Historia de la Iglesia Contemporánea en la Universidad Gregoriana acaba de publicar en Italia La Iglesia de Mussolini, un estudio basado en documentación inédita y en el epistolario del Duce, que desvela aspectos desconocidos de sus convicciones religiosas.
Que nunca pasaron de un vago teísmo, según la tesis del autor. Aunque es interesante su evolución. Benito Mussolini (18831945) era hijo de un militante socialista radical, que decidió sus tres nombres por su significación revolucionaria: Benito por el mexicano Benito Juárez, y Andrea y Amilcare por Andrea Costa y Amilcare Cipriani, dos líderes de la izquierda italiana del siglo XIX. Pero su madre era una maestra profundamente católica.
Y su pérdida, aunque no fue temprana, influyó en las convicciones de su hijo, que se sentía muy ligado a ella. Rosa Maltoni murió en 1905 de meningitis, y Benito lo vio como una injusticia divina. En una entrevista concedida en 1932 a Emil Ludwig declaró: "En mi juventud no creía. Recé a Dios inútilmente para que salvase a mi madre. Y, sin embargo, murió".
Esta concepción semi-supersticiosa de la oración no la perdió nunca. En cierta ocasión en que estuvo enfermo pidió al nuncio de Pío XI en Italia, Francesco Borgognini Duca, que rezara por él. Y como en algún momento debió encontrarse peor, al cabo de unos días le dijo: "En esos momentos tuve la impresión de que usted había dejado de rezar".
Aunque Mussolini se consideraba creyente y cristiano (y, ciertamente, resolvió el secular conflicto con los Estados Pontificios mediante un tratado, el de Letrán, que sigue vigente desde 1929 y ha garantizado en todo este tiempo la independencia política y la autoridad moral de la Santa Sede), no tenía en sentido estricto una fe religiosa propiamente dicha.
Cuando confesó a Ludwig que "en los últimos" tiempos había sentido crecer en él "la fe en que pueda existir una fuerza divina en el Universo", el entrevistador le preguntó si se refería a una fe "cristiana". "Divina", respondió el Duce: "Los hombres pueden rezar a Dios de muchas formas. Debe dejarse absolutamente a cada uno que elija la suya".
Según el padre Sale, como muchos socialistas y radicales de su tiempo, ambiente intelectual del que provenía, Mussolini seguía al filósofo Ernest Renan en la idea de que las Sagradas Escrituras son una leyenda edificante. El líder fascista italiano veía con buenos ojos la religión, pero con distancia: "Rezar, si es que no ayuda, al menos no hace ningún mal". Y de hecho su continuo tira y afloja con la Iglesia responde a la pretensión, propia del escéptico formado en una cultura católica, de utilizarla políticamente y controlarla, al tiempo que sinceramente apreciaba su influencia social.
¿Dónde puede estar la clave profunda de sus ideas religiosas? Tal vez en una carta que le habría dirigido a su mujer, Rachele Guidi, con quien se casó en 1915 y con la que tuvo cinco hijos: "En su última carta me dijo que creía en Dios", afirmó en una entrevista concedida en 1946, tras el asesinato de su marido junto a su amante, Clara Petacci. Pero esa carta no aparece, y el padre Sale, conocedor a fondo de toda la documentación al respecto, incluso duda de su existencia.
Mussolini, concluye la reseña que ha publicado de este libro el diario L´Avvenire, jamás se interesó de verdad por asuntos espirituales, y veía la religión como un mero hecho antropológico. Por otro lado, su invavisa política educativa le ganó una encíclica condenatoria de Pío XI, Non abbiamo bisogno (1931).
En el plano personal, concluye la obra, vivió siempre como si Dios no existiese.