El Papa las califica de “heroínas”. Son religiosas que deciden voluntariamente cada día arriesgarse a contagiarse del coronavirus para poder seguir ayudando y visitando en sus casas a todo aquel que lo necesita en Roma.
Se trata de las Hermanas de la Compañía de la Cruz, congregación fundada en España por Santa Ángela de la Cruz. Yendo de dos en dos siguen realizando su misión como antes de la pandemia solo que ahora tienen que ir con mascarillas y guantes de látex. Pero tienen claro que no dejarán a nadie atrás.
En declaraciones a Alfa y Omega, explican que “tienen un certificado del Ministerio del Interior italiano que justifica que vayamos a asistir a los ancianitos abandonados que no tienen para comer, que no se pueden asear solos, que no tienen a nadie… Si no vamos nosotras, ¿qué sería de ellos? Ahora hay mucha vigilancia, pero nosotras podemos ir a sus casas”.
"No queremos publicidad"
Estas monjas ayudan a los ancianos, los más vulnerables en esta crisis, y en este caso con el plus de que muchos ya estaban solos antes y necesitados de ayuda tanto física como espiritual. También socorren estos días a vagabundos o inmigrantes ilegales…
Una de ellas, María del Redentor, afirma que “lo que no queremos es publicidad de lo que hacemos. Es contrario a nuestro espíritu”. Esta es una de las siete religiosas españolas que viven en Roma, donde están presentes desde hace 56 años.
Su carisma se centra en amar y cuidar de los más desfavorecidos. Y en este tiempo de pandemia lo siguen haciendo aún a riesgo de enfermar ellas mismas.
“Sor Ángela señalaba que el verdadero testimonio es el del ejemplo y no el de la palabra. Porque los testimonios silenciosos son los que hacen recapacitar a las personas y que caigan en la cuenta de que Cristo es más grande que nosotros”, afirma esta religiosa.
Santa Ángela de la Cruz fue declarada santa por Juan Pablo II
Santa Ángela de la Cruz fue canonizada por San Juan Pablo II en Madrid 2003 en su última visita a España antes de fallecer. En sus escritos, la fundadora dejó muy claro que las religiosas deberían procurar “la imitación de Cristo Crucificado en pobreza, humillación y mortificación”.
Manteniendo el carisma original
Sor Ángela no tuvo una vida fácil. Nació en una familia pobre el 30 de enero de 1846 en Sevilla. Perdió a su padre cuando apenas era una niña. Y de sus 13 hermanos, solo cinco sobrevivieron a la tuberculosis. Las horas que pasó en un taller de calzado a duras penas le dejaban tiempo para aprender a leer y escribir. Pero era una mujer piadosa y de fe inquebrantable. Con tan solo 29 años fundó la Compañía de la Cruz después de más de una década bajo la dirección espiritual del padre José Torres Padilla, el cofundador. Cuando su obra celebró medio siglo de vida, sor Ángela dejó marcado en su Carta de año el camino para sus sucesoras: "Y después de los 100 años, la [persona] que vea una hermana de la Cruz pueda decir: 'Se ve a las primeras el mismo hábito exterior y el mismo interior; el mismo espíritu de abnegación, el mismo de sacrificio... Son las mismas, la providencia para los pobres; dan de comer al hambriento, visten al desnudo, buscan casa a los peregrinos, visitan a los enfermos, los limpian, los asean, los velan sacrificando su reposo'".
Más de un siglo después, la jornada de estas religiosas desde que se despiertan hasta que se acuestan viene jalonada por estas dos actividades: muchos tiempos de oración, al menos tres, al día y las visitas asiduas a los enfermos y más necesitados a los que preparan la comida, asean y curan.