1104. 25 de mayo. "Al instituir la Eucaristía, vi Yo todas las comuniones del Mundo. Vi las tuyas, las de ayer, la de hoy. Aplícate a recibirlas con amor y a agradecérmelas con amor. Puesto que Yo Me doy todo entero, date tú también toda entera, sin la menor idea de reservarte nada."
1105. 25 de mayo. Después de las Vísperas. "Si Yo quisiera tenerte una hora a Mis Pies, sin decirte nada, sino solamente viéndote mirarme, tendrías que conservar la misma serenidad de ánimo.
Eres Mía y Yo puedo hacer contigo lo que Yo quiera sin que pierdas tu sonrisa interior. Ten el
valor de amar de este modo. No quieras sino lo que Yo quiero, pues todas Mis Voluntades son voluntades de Amor. Y si alguna vez esto te parece penoso, piensa que más tarde Mi Corazón te compensará. "Piensa en el Cielo con mayor frecuencia, ya que el Cielo es tu Morada de mañana, en donde muchos te aguardan y en donde vas a aumentar Mi Gloria accidental.
"No es orgullo ninguno pensar en ir al Cielo; es vuestro deber ir allá y no descuidar medio alguno para ello; es el vivo deseo de Mi Cariño.
"De noche, cuando te despiertas, Me ofreces instintivamente el trance de tu muerte. Pero Yo la conozco bien, tal y como te va a venir. Con todo Mi Amor te la escogí, como a cada uno de Mis Apóstoles le escogí la suya. No temas, pues, abrazar por anticipado esta última cruz de la Tierra, la muerte, en unión con Mi Cruz. Haz de tu muerte, anticipadamente, un acto de amor perfecto, dichosa de dejar tu cuerpo para caer en Mis Brazos.
"Porque el más hermoso día de la vida es el día de la muerte; dejar esta Tierra para unirse al
Esposo; dejarlo todo, alegremente y sin nostalgia, para probarle así el amor. Recuerda lo que dijo aquel soldado en plena guerra: pensar que de un momento a otro puedo ver a Dios'.
Desea vivamente esa visión de Dios como lo más espléndido que te pueda suceder, y subordina todas tus acciones al interés del supremo instante de tu partida. ¿No es cierto que cuando te ponías en camino para ir a otro continente te sentías como si fueras otra persona? Cree firmemente que en ese gran momento de la partida final, tendrás todas las Gracias necesarias que ahora te son incomprensibles. Yo no abandono a los Míos, Mi querida pequeña. Y por anticipado, ofréceme tu impaciencia por encontrarme: ¡con qué gozo escucharé tu grito!"