Hoy la Iglesia celebra lo que el Espíritu Santo hizo en San José, porque toda la belleza de los santos es obra del Espíritu Santo.
San José nos muestra cómo el Espíritu Santo puede transformar la sencillez de nuestra existencia cotidiana y hacer algo grande en medio de lo oculto y de lo pequeño.
En el texto de Lucas 2,39-51, la familia de Jesús aparece como una familia piadosa. Luego de explicar que "cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor" (2,39), dice también que "iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua" (v. 41). Ellos son un símbolo de los pobres de Yahvé, ese resto fiel que Dios usa como instrumento para hacer llegar la salvación a su pueblo.
José es la figura masculina, reflejo de la paternidad de Dios, inseparable del signo femenino y materno de María. Por eso, la Virgen María no se entendería adecuadamente sin José.
Por otra parte, celebrar a San José es sumamente importante para advertir hasta qué punto Jesús quiso compartir nuestras vidas. Él no quiso vivir entre nosotros como un ser extraño, aislado de la vida de la gente. Prefirió tener una familia, depender como todo niño y adolescente de un varón que hizo de padre, y someterse a él. De ese modo, también se integraba en una familia más grande y en su pueblo. Es interesante notar que el Jesús adolescente podía ir y venir entre la caravana de su pueblo un día entero (2,44). Nada de aislamiento de los demás. Era uno más, "el hijo del carpintero" (Mateo 13,55).
Pidámosle al Espíritu Santo que nos enseñe a vivir con profundidad la sencillez de la vida de todos los días, como la vivió San José.