El Espíritu Santo es Dios. Por eso podemos dirigirnos a él con estas hermosas palabras de los Salmos:
"Señor, qué precioso es tu amor. Por eso los humanos se cobijan a la sombra de tus alas, se sacian con tu hermosura y calman la sed en el torrente de tus delicias" (Salmo 36,8-9).
"Dios mío, yo te busco, mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela como una tierra reseca y sedienta... Tu amor vale más que la vida, mis labios te adoran. Yo quiero bendecirte en mi vida y levantar mis manos en tu nombre. Y mi alma se empapará de delicias y te alabará mi boca con cantos jubilosos... Me lleno de alegría a la sombra de tus alas. Mi alma se aprieta contra ti, y tú me sostienes" (Salmo 63,2-9).
"Señor, en ti me cobijo, no dejes que me quede confundido. Recóbrame con tu amor, líbrame" (Salmo 31,2).
"Es bueno darte gracias, Señor, y cantar a tu nombre, anunciar tu amor por la mañana y tu fidelidad cada noche" (Salmo 92,2-3).