El que se hace amigo del Espíritu Santo no le teme a la soledad, porque el Espíritu Santo le va dando una fuerza emotiva, una firmeza afectiva que le permite tener relaciones sanas, no posesivas ni absorbentes.
Eso le va ganando el aprecio de muchos y amistades más bellas y satisfactorias, sin angustias enfermizas.
Por algo dice la Biblia: "Busquen primero el Reino de Dios, y todo lo demás se les dará por añadidura" (Mateo 6,33).
El amor nos llena el corazón cuando no nos obsesionamos por alcanzarlo. Lo importante es permitir que el Espíritu Santo nos regale el amor como él quiera, y no tanto como nosotros lo imaginamos.
Muchas veces no somos felices porque nos empecinamos en alcanzar una forma de felicidad, porque nos empeñamos en vivir la felicidad de una determinada manera. Pero hay muchas formas de ser felices. Hay que aceptar la que nos toque y vivirla con ganas.
Si dejamos que el Espíritu Santo nos haga vivir el amor como a él le parezca, entonces no existirá la soledad en nuestras vidas. Él es capaz de saciar nuestra sed de amor y de cariño.