Podemos decirle al Espíritu Santo, con todo el corazón, estas palabras del Salmo:
"Tú eres mi Señor, mi bien, no hay nada fuera de ti...
Tú eres mi herencia, mi copa, un lugar de delicias, una promesa preciosa para mi...
Por eso se me alegra el corazón, retozan mis entrañas y hasta mi carne descansa serena...
Me enseñarás el sendero de la vida, me hartarás de alegría ante ti, lleno de alegría en tu presencia" (Salmo 16,2.5-6.9.11).