El Espíritu Santo es una eterna novedad.
Cuando no le encontramos variedad y novedades a la vida, el problema no es la vida, sino nuestra incapacidad de descubrir las cosas.
La vida es inagotable, el mundo está lleno de una riqueza inabarcable, existen millones de cosas que podrían captar nuestro interés. El problema es que a veces estamos clausurados en unas pocas cosas, y cuando nos aburrimos de ellas, somos incapaces de ampliar nuestra mente para valorar otras cosas.
De hecho, a veces los cristianos nos aburrimos de Jesús o del Evangelio, porque creemos que ya conocemos todo, que nada nos puede sorprender.
Pero a Jesús jamás podremos terminar de conocerlo, nunca podremos decir que él ya no tiene nada para ofrecernos. Y nadie puede ser tan vanidoso como para pensar que el Evangelio ya no puede enseñarle nada. Porque la Palabra de Dios es viva, y siempre puede producir nuevos frutos.
Por eso, si nos hemos vuelto incapaces de reconocer las infinitas novedades de la vida, mejor acerquémonos humildemente al Espíritu Santo, y pidámosle que cure nuestra ceguera, que nos devuelva la capacidad de sorprendernos.