El Espíritu Santo vive extasiado con el Padre Dios y con su Hijo Jesús. Por eso él siempre nos mueve a adorar al Padre y a vivir en amistad con Jesús. Su gloria está en que nosotros busquemos la amistad con Jesús cada vez más.
Hoy la Iglesia nos invita a recordar al evangelista San Juan, visto como el discípulo amado (Juan 20,3-8), que pudo hablar de Jesús con gran profundidad porque había vivido muy de cerca los momentos más importantes del Maestro. Se recostaba sobre su pecho y le preguntaba sus dudas, y estuvo al pie de la cruz cuando todos se habían ido. Por eso es el modelo del discípulo fiel hasta las últimas consecuencias, con una fidelidad que brota de un amor invencible. Esa misma amistad quiere producir el Espíritu Santo en nuestras vidas.
Juan es testigo privilegiado de la resurrección del Señor, porque no sólo fue el primer discípulo que vio el sepulcro vacío, sino que al verlo interpretó la Palabra de Dios (Juan 20,9) y creyó en la resurrección de Jesús. Así nos enseña cómo los acontecimientos que aparentemente no dicen nada, si son iluminados por la Palabra de Dios pueden comunicarnos los mensajes más profundos. Todo lo que nos pasa puede enseñarnos algo grande si aprendemos a iluminarlo con la Palabra del Señor que lo aclara y lo explica.
La Iglesia primitiva, sobre todo la comunidad de Juan, valoraba especialmente sus enseñanzas, porque estaban fundadas en su experiencia particular junto a Jesús, como "el discípulo al que Jesús amaba" de un modo especial, el que lo acompañó en todo momento. También nosotros podemos aprender muchas cosas recostados en el pecho de Jesús. Pero para eso necesitamos que el Espíritu Santo nos libere de muchas ataduras del corazón que nos alejan del Señor. Pidámosle que nos llene con su fuego, para que queme todo lo que no nos deja vivir esa hermosa amistad.