El don de la piedad perfecciona el amor fraterno, y nos permite reconocer al prójimo como imagen de Dios. De esa manera, cuando ayudamos a los demás no lo hacemos sólo por compasión, porque nos duele su miseria y sus problemas. Los ayudamos porque reconocemos la inmensa nobleza que ellos tienen. ¡Son imagen de Dios! ¡No puede ser que vivan mal, que estén sufriendo, que no tengan lo necesario para vivir!

Pidamos al Espíritu Santo que derrame todavía más este don en nuestros corazones, para que podamos valorar de esta manera a los demás. Así, nadie será un enemigo, un competidor o una molestia. Todos nos parecerán realmente sagrados, porque contemplaremos en ellos la imagen santa de Dios.

El Espíritu Santo derrama este don para que podamos vivir a fondo nuestra relación con los demás.