El Espíritu Santo está como inclinado hacia Jesús, pendiente de su belleza, como un eterno enamorado, infinitamente cautivado por Jesús. Por eso, cuando él nos transforma por dentro, siempre nos lleva de alguna manera a Jesús, y nos ilumina para que descubramos a Jesús en los demás.
Quizás todavía tengas en tu corazón un deseo de fraternidad, una inquietud por un mundo de hermanos. Pero a veces la relación con los demás se hace difícil. ¿Has intentado descubrir de verdad en los demás el rostro de Jesús?
Por ejemplo, si ves a alguien que está mal, que está siempre irritado, que trata a los demás de mala manera, ¿no intentaste imaginar que actúa así por los grandes sufrimientos que lleva en su interior, por las desilusiones que le amargaron el alma, porque su infancia fue desastrosa, porque se siente un inútil o un fracasado? Entonces podrías imaginar a Jesús sufriendo en su interior, sufriendo con él.
Recuerda que Jesús en la Cruz compartió nuestro dolor y experimentó todo lo que nosotros sufrimos. Nadie está más cerca del que sufre que Jesús.
Por eso, para aprender a amar y a tener paciencia, seria bueno que le pidieras al Espíritu Santo que te ayude a descubrir a Jesús en los demás, y que lo intentes. Eso puede producir un cambio maravilloso en tu relación con los demás; porque ellos sentirán que los estás mirando de otra manera, se sentirán respetados así como son, y reconocerán algo divino a través de tu mirada. Vale la pena.