El Espíritu Santo es un manantial generoso, una fuente desbordante que siempre da. Y por eso, siempre nos invita a dar con generosidad. A veces no nos damos cuenta de la verdad de aquello que decía San Francisco de Asís: "Es dando como se recibe".
Si damos con generosidad, en lugar de despojarnos nos enriquecemos, en lugar de vaciarnos, nos vamos llenando de una riqueza superior, que no se ve con los ojos del cuerpo. Lo dice con claridad la Palabra de Dios: "Hay más felicidad en dar que en recibir" (Hechos 20,35). Creamos en esa enseñanza de la Biblia.
Eso sucede cuando aprendemos a dar con un corazón generoso y sincero, verdaderamente desprendidos de lo que damos. El corazón se llena de fuerza cuando uno da "no de mala gana ni forzado, porque Dios ama al que da con alegría" (2 Corintios 9,7).
Es muy bello convertirse en un instrumento del Espíritu Santo, para que a través de nosotros él pueda dar, y dar, y dar. Dar sin esperar recompensa, dar sin exigir agradecimientos ni reconocimientos, dar por el solo gusto de dar. Dar sin medida, y sin tristeza.