Podemos imaginar al Espíritu Santo como si fuera agua que se derrama, que inunda, que penetra. Jesús prometió derramar torrentes de agua viva, y dice el Evangelio que se refería al Espíritu Santo (Juan 7,37-39).

En la Biblia el agua no aparece sólo con la función de limpiar o purificar, sino sobre todo con la misión de dar vida, de regar lo que está seco para que puedan brotar las semillas, crecer las hojas verdes, producir frutos en abundancia: "A la orilla del río, en los dos lados, crecerá toda clase de frutales; no se marchitarán sus hojas, ni sus frutos se acabarán; darán cosecha cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario" (Ezequiel 47,12). Los profetas lo habían anunciado:

"Brotará un manantial en el templo del Señor" (Joel 4,18; Zacarías 14,8).

"Voy a derramar agua sobre la tierra seca, y torrentes en el desierto"(lsaías 44,3).

"Sacarás agua con alegría del manantial de la salvación" (lsaías 12,3).

El agua prometida es el Espíritu Santo, que brota para nosotros del costado de Jesús resucitado. Es agua para regar esa tierra reseca y agrietada de nuestra vida, para que podamos dar fruto abundante, para que nos alegremos en la cosecha.