Recuerdo los momentos en que no disfruto algo que tengo entre manos porque estoy acelerado, pensando en otras cosas, y me imagino cómo seria un día de mi vida si me detuviera a vivir plenamente cada momento.
Pido al Espíritu Santo que me libere de la ansiedad, y me detengo a vivir este momento, como si fuera el último de mi vida, sabiendo que es tan importante como lo que pueda hacer después. Entonces, me pongo a hacer una tarea con todo mi ser, ofreciéndola al Señor.
Pido al Espíritu Santo que me impulse a evangelizar, que me quite el miedo y la vergüenza, y le ruego que se manifieste con poder a través de mí, que me regale valentía para reconocer mi fe, para hablar de Cristo a los demás, para expresar la alegría de haberlo encontrado. Y me imagino concretamente alguna situación en la que podré hacerlo.
Hago una lista de los carismas que puedo descubrir en mi persona, todas las capacidades que el Espíritu puso en mí para brindar algo a los demás. Doy gracias al Espíritu Santo, que sembró en mí esos carismas, e intento ver cómo podría ejercitarlos mejor para bien de los demás.
Es importante incluir aquí todo tipo de carismas, aun los que parecen más insignificantes: la capacidad de dar alegría con una sonrisa, la capacidad de tocar un instrumento musical, de dibujar, etc. Entonces, tomo la decisión de ejercitar esos carismas hoy mismo, para gloria del Espíritu Santo que me los ha regalado.