Hay una forma de alcanzar una inmensa paz: consagrarse al Espíritu Santo y aceptar que haga lo que quiera, que nos lleve donde quiera, que disponga de nuestra vida como le parezca. En realidad, eso será lo mejor para nosotros.

Esto no significa que el Espíritu Santo nos enviará sufrimientos. De ninguna manera. Pero, si él permite que nos sucedan cosas propias de la vida, él hará que eso sea para nuestro bien. Intentemos rezar con el corazón esta oración del Cardenal Mercier:

"Espíritu Santo, 
alma de mi alma, yo te adoro. 
Ilumíname, 
guíame, 
fortaléceme, 
consuélame, 
inspírame lo que debo hacer. 
Te pido que dispongas de mí, 
porque prometo obedecerte 
y aceptar todo lo que permitas que me suceda. 
Sólo hazme conocer tu voluntad.
Amén."