Cuando hemos sido transformados por la gracia santificante, los impulsos del Espíritu nos ayudan a sacar lo mejor de nosotros mismos, lo mejor de ese nuevo ser que ha producido la gracia en nosotros.
Una vez renovados por la gracia santificante, los permanentes impulsos del Espíritu nos estimulan a realizar obras más perfectas, para crecer cada vez más en el dinamismo del amor. Porque en nuestro ser transformado ya existe una vida nueva que nos capacita para esas obras sobrenaturales que pueden llegar al heroísmo y al martirio. Este crecimiento de la vida de la gracia santificante, que es ante todo un camino de amor, no tiene límites.
Atrevámonos a ese crecimiento permanente que quiere producir en nosotros el Espíritu Santo. Así lo expresaba Santo Tomás de Aquino:
"La caridad, en razón de su naturaleza, no tiene término de aumento, ya que es una participación de la infinita caridad, que es el Espíritu Santo... Tampoco por parte del sujeto se le puede prefijar un término, porque al crecer la caridad, sobrecrece siempre la capacidad para un aumento superior... Este aumento persigue un fin, pero ese fin no está en esta vida sino en la futura" (ST II-II, 24,7).