Este sábado se celebró en la catedral basílica de Santa María de Tortosa la ceremonia de beatificación de cuatro sacerdotes mártires de la persecución religiosa del Frente Popular durante la Guerra Civil española (1936-1939): Francisco Cástor Sojo López, Millán Garde Serrano, Manuel Galcerá Videllet y Aquilino Pastor, miembros de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos.
Ofició la misa el cardenal Marcello Semeraro, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, con quien concelebraron el nuncio en España, Bernardito Auza, los cardenales Juan José Omella, Ricardo Blázquez, Antonio Cañizares y Antonio María Rouco, además de una veinta de obispos y ochenta sacerdotes, entre ellos el actual superior de los Operarios, Florencio Abajo.
La sal de la tierra y la luz del mundo
Al principio de la ceremonia, según recoge Ecclesia, el obispo de Tortosa, Enrique Benavent, explicó que "la santidad es el tesoro más grande que tiene la Iglesia": "Los santos son la sal de la tierra y la luz del mundo, la verdadera semilla del Reino de Dios", y "los mártires son para quienes caminamos hacia la patria definitiva los testigos de la auténtica esperanza".
Por su parte, en la homilía, el cardenal Semeraro presentó la realidad espiritual del martirio tal como lo vivieron los cuatro nuevos beatos, miembros de una congregación especializada en fomentar las vocaciones sacerdotales: "Aceptaron las enseñanzas de Jesús con el corazón abierto y la hicieron realidad en sus propias vidas... No buscaban el martirio, porque el martirio no se busca sino que se sufre, pero cuando llegó el momento de dar con sangre testimonio de Cristo no lo rehuyeron sino que abrazaron la cruz con amor".
El cardenal concluyó señalando que ese "negarse a sí mismo, como nos pide Jesús" que cumplieron los mártires en grado sumo tiene "una dificultad extrema", pero el camino hacia Dios es una cruz diaria y hay que evitar la tentación de un Cristo sin cruz.
El Poder que vence al mundo
Durante el acto, donde se veneró una arqueta con reliquias de los nuevos beatos, se descubrió el cuadro que los representa, obra de la célebre pintora realista Sor Isabel Guerra, quien debía convertir en arte las pobres fotografías que se conservan de los mártires.
"Los que creían arrebatarles la existencia, les daban entrada en la vida para siempre. Y el siniestro sonido de las armas hacía resonar un canto de victoria atravesando, hasta la gloria, el universo. Combatieron con la paz de los sencillos el ataque de la violencia injusta", escribió la monja cisterciense al describir su inquietud ante el desafío.
Por ello pintó las armas en el suelo: "Les prendo fuego, un fuego sin luz, unas llamas que sólo destruyen aquello que no cuenta, proyectando oscuridades". Pero hay en el cuadro otra "luz infinita en la infinita luz de la Belleza", y en el centro, "presidiendo y acogiendo en sí toda la escena, el signo glorioso del poder que vence al mundo: la Cruz".