Cándida Andaluz ha contado en La Voz de Galicia la historia de vocación de Sor Corona Fernández Méndez, nacida en 1948, que desde los 13 años tenía claro que quería ser monja, pero la gente de su entorno no lo creía, explica. Lleva ya medio siglo en las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, acompañando ancianos. La entrevistan en la residencia San José de Rairo, en Orense.
Recuerda a monjas que pasaban pidiendo por su casa, en su pueblo, cuando ella era niña. «Siempre me llamó la atención que no pedían para ellas sino para los demás», relata. Con 13 años llegó a Orense a estudiar, y ya sabía que quería ser monja y se lo repetía a sus padres.
«Nadie se creía que iba a ser monja, pensaban que volvería en una semana. Ni mis padres, que se creían que iría como de vacaciones», ríe. Señala que era una niña muy feliz, alegre y viva y que quizás eso le sorprendía a la gente.
«La vocación es una llamada de Dios y cuando es muy fuerte, respondes», explica. «Para mí ha sido lo mejor. La decisión no fue difícil porque siempre lo tuve claro. Nunca pensé en hacer otra cosa. A veces digo, ¡madre mía! ¿Y si no fuera monja? A veces solo pensarlo me asusta»
Un duro golpe en la familia
Mientras se consolidaba su vocación en el noviciado y postulantado, su única hermana murió atropellada por un coche, esperando junto a un semáforo. Fue un gran golpe para la familia, pero sus padres le dijeron: «Tú sigue tu vocación, haz lo que tengas que hacer y no te preocupes de nosotros».
Durante 25 años sirvió en Valencia. Después volvió a Galicia a cuidar de sus padres (que murieron en 2006 y 2010) y de otros ancianos.
«Nosotras sabemos cuando tomamos la decisión de ser monjas que nos damos a todos y que hemos renunciado a algunas cosas. Pero a veces en la distancia el amor se acrecienta mucho más. Y eso pasó con mis padres», explica ella.
Lazos de vida con los ancianos
Siempre atenta a la situación de los ancianos, comenta: «Una de las cosas que más me sorprende es cuando voy al hospital con alguno de ellos, con quienes estamos hasta que viene su familia, y veo allí a otras personas mayores que llegan solas y las ves perdidas. No saben qué hacer, adónde ir. Siempre pienso ¿no habrá nadie que les ayude? Veo que es muy frío», relata.
Por supuesto, los ancianos que cuidan, pasado un tiempo, mueren. «Cuando un anciano se muere lo sientes como si fuese alguien de tu familia. Lo conoces, lo recuerdas y te llega al alma. Los echamos mucho de menos», reconoce.
Lo mismo que cuando fallece alguna de la otras monjas: «Se va una parte tuya. Nos duele en el alma. Has convivido mucho tiempo, es algo muy tuyo. También cuidamos de las que se van haciendo mayores, tenemos una hermanda que se dedica solo a eso».
La importancia de llevar hábito
No es una monja de clausura y le gusta relacionarse, pero dice que en la residencia San José es donde se siente más feliz. Las hermanas pasean mucho por Orense y acuden con su hábito a charlas y conferencias. "Algunos se extrañan pero muchos nos dicen que menos mal que ven un hábito en la calle. Pero hoy no hay ese respeto hacia las religiosas que había antes", lamenta.
Afirma que el hábito también les ayuda en la relación con los residentes y que para ellas es muy importante: «Es algo que te recuerda y te dice a qué perteneces. Nos guarda de muchos peligros, no te metes en sitios que de otra manera sí. Tengo tres hábitos y en estos últimos 50 años no me he puesto otra cosa que esto».
En la residencia ayudan a sus 70 empleados en el cuidado de los mayores, pero también tienen tiempo para ellas: «Nosotras nos reímos mucho, incluso por tontadas. Nos levantamos a las seis de la mañana, hacemos nuestros rezos y empezamos a las 7.45 cuando entran los trabajadores. A mediodía, de nuevo eucaristía y volver a empezar».
En este vídeo de 2011 el alcalde visita la residencia de San José y saluda a las hermanas y a los residentes