En la mañana de este sábado tuvo lugar en la catedral de Oviedo, abarrotada por dos mil fieles llegados de los distintos pueblos de Asturias de donde eran originarios, la ceremonia de beatificación de nueve seminaristas mártires, asesinados in odium fidei [por odio a la fe] por los sublevados en el golpe de Estado de las izquierdas contra la Segunda República, en 1934, y posteriormente al inicio de la Guerra Civil por milicianos del Frente Popular. La mayoría murieron gritando ¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva España católica!
Se trata de Ángel Cuartas Cristóbal (24 años), Gonzalo Zurro Fanjul (21), José María Fernández Martínez (19), Mariano Suárez Fernández (24), Jesús Prieto López (22) y Juan José Castañón Fernández (18), todos ellos asesinados en 1934 durante la Revolución de Octubre, golpe de Estado de las izquierdas contra la Segunda República. Y Luis Prado García (21), Manuel Olay Colunga (25) y Sixto Alonso Hevia (21), asesinados en 1936 y 1937 por milicianos del Frente Popular (comunistas, socialistas y anarquistas) durante la Guerra Civil. Estos mártires eran compañeros de los de 1934, y habían expresado más de una vez el deseo de acompañarles en el martirio, si ésa era la voluntad de Dios.
Pincha aquí para conocer la historia detallada de los nueve mártires. En el mismo periodo fueron asesinados otros cinco seminaristas de los que no se ha podido recopilar documentación suficiente para la beatificación.
Según recoge Iglesia en Asturias, el rito comenzó con la procesión de sus reliquias, transportadas en la Caja de las Ágatas, un relicario del siglo X que se conserva en la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo y portaba el diácono Miguel Ángel Bueno acompañado por un grupo de seminaristas con ramas de laurel y lámparas. La Caja de las Ágatas fue depositada sobre un sencillo pedestal del color del martirio, que se encontraba delante de un prisma elevado sobre el cual se proyectaron imágenes de los mártires.
La procesión fue acompañada musicalmente por el himno de los mártires, con el título ¿Quiénes son y de dónde han venido?, compuesto para la ocasión por el sacerdote Leoncio Diéguez, director de la Schola Cantorum, con letra de la poetisa Carmen Cerezo.
La misa fue presidida por el cardenal Angelo Becciu, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, quien en la homilía evocó el convencimiento de los nueve jóvenes "de su vocación al sacerdocio ministerial, comprometidos sinceramente en un camino formativo para convertirse en fieles servidores del Evangelio”.
Eran “entusiastas, cordiales y devotos, se dedicaron por completo al estilo de vida del seminario, hecho de oración, de estudio, del compartir fraterno, de compromiso apostólico. Siempre se mostraron decididos a seguir la llamada de Jesús, a pesar del clima de intolerancia religiosa, siendo conscientes de las insidias y de los peligros a los que se enfrentarían. Supieron perseverar con particular fortaleza hasta el último instante de sus vidas, sin negar su identidad de clérigos en formación”.
Esta identidad de clérigos “equivalía a una sentencia de muerte, que podía ejecutarse inmediatamente o ser retrasada, si bien no había ninguna duda sobre el destino que esperaba a los seminaristas una vez que habían sido identificados. Por lo tanto, cada uno de ellos, conscientemente, ofreció su vida por Cristo en las circunstancias trágicas ocurridas durante la persecución religiosa de los años treinta del siglo pasado”.
El cardenal Becciu recordó que los seminaristas procedían “de familias cristianas sencillas y de una clase social humilde, hijos de la tierra de Asturias”, y que su mensaje “habla a España y habla a Europa de sus comunes raíces cristianas. Ellos nos recuerdan que el amor por Cristo prevalece sobre cualquier otra opción y que la coherencia de vida puede llevar incluso a la muerte”.
“Necesitamos sacerdotes, personas consagradas, pastores generosos, como estos mártires de Oviedo", concluyó: "Necesitamos sacerdotes honestos e irreprensibles que lleven las almas a Dios y no causen sufrimiento a la Iglesia ni turbación al pueblo de Dios”.
La misa fue concelebrada por Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española; Jesús Sanz Montes, arzobispo de Oviedo, quien consagró a estos mártires su carta semanal; Francisco Pérez González, arzobispo de Pamplona; los obispos Atilano Rodríguez, de Sigüenza-Guadalajara; Juan Antonio Menéndez Fernández, de Astorga; Manuel Sánchez Monge, de Santander; José Leonardo Lemos Montanet, de Orense; y los auxiliares de Madrid (Juan Antonio Martínez Camino, asturiano de nacimiento) y Santiago de Compostela (Jesús Fernández González).
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