Durante estos meses el coronavirus ha entrado en hospitales, casas, residencias e incluso en los conventos de clausura, pues este virus no entiende de muros. Y pese a una vida retirada han sido muchas las religiosas de vida contemplativa que han visto cara a cara esta enfermedad.
Algunas de ellas fueron las diez monjas carmelitas descalzas del monasterio de San José de Málaga. Seis de ellas acabaron contagiadas, una de las cuales fue hospitalizada. Pero este tiempo ha sido de profundo encuentro con el Señor, en el que sentían una con la gente que vivía fuera del convento y que sufría igualmente los estragos del coronavirus.
De la sorpresa y el miedo a la fuerza de la fe
En una entrevista en Cope recogida por la Diócesis de Málaga las religiosas hablan de esta experiencia. La primera sensación de la llegada del virus al interior del convento fue de sorpresa, pues no creían que les afectara directamente.
La Madre Belén, la superiora de la comunidad confiesa también que su primera impresión fue de miedo. “Lo que todo el mundo nos aconsejaba era que tuviésemos mucho cuidado porque, como entrara en la comunidad íbamos a caer una tras otra y eso iba a ser horroroso. Cuando vi que entraba y cada día caíamos una, pensé, ya está aquí y será horroroso. Al principio sentí miedo y desconcierto”.
Voluntarios de las cofradías de Málaga ayudaron a las monjas cuando se enteraron de que se habían contagiado
Pero la hermana Natividad explica que la llegada del virus ha servido también para afianzarse más “en la vida contemplativa y espiritual y en la fe, que ha sido la que me ha sacado de donde hemos estado metidas. ¡Tantas personas que estaban sufriendo! Yo ya he podido hacer poco, porque me he quedado casi ciega, pero tengo conciencia de haber estado muy cerca del Señor y lo he sentido muy cerca. Yo no he estado contagiada, pero he pedido mucho al Señor para que las enfermas tuvieran fuerza. Ha sido una experiencia para afianzarme más en nuestra vida”.
Hospitalizada por el coronavirus
La hermana María tuvo que ser hospitalizada. Ella también cuenta esta experiencia asegurando que “sentía que estaba aislada, pero no me sentí sola, tenía mucha gente preocupada por mí, y estaba sostenida por el Señor. Por un lado, en mi cabeza me sentía con fuerza, y cuando me llevaban la Comunión, era el mejor momento del día; por otro lado, estaba mi cuerpo enfermo, que solo quería no tener dolor”.
En el hospital –cuenta esta monja- la experiencia con su compañera de habitación fue “impresionante”. “A una de mis compañeras le dieron por teléfono la noticia de que acababa de fallecer un familiar muy cercano, por el Covid-19 y ese momento es como si me hubieran dado la noticia a mí, sentía su sufrimiento como mío”, relata.
"Acompañadas por el Señor"
Durante aquellos días tenía claro que podía morir, “a lo que no tenía miedo, pero sí le pedía al Señor que no muriera sola, pues es muy duro estar sola y morir sola”.
La fatiga impedía a Sor María a rezar oraciones largas, por eso durante todo el día realizaba pequeñas jaculatorias a Jesús, María y José, que fueron los que la sostuvieron. “No sabía si iba a salir del hospital y sentí que el corazón se me ablandaba. Empecé a querer a los demás mucho más y a sentir lo que sentían ellos y todavía sigo pensando en los que están sufriendo. Mi vida ha cambiado, no soy la misma que antes del virus, desde luego”, relata.
Por otro lado, la hermana María Jesús asegura que en ningún momento se sintieron abandonadas. Es más, asegura que estuvieron “acompañadas por Dios de una manera muy especial y muy fuerte, tanto que yo no sé si sentí miedo o no, creo que no llegué a sentir miedo; y la gente comenzó a llamar por teléfono y a preocuparse por nosotras, en todos los sentidos. Ha sido una experiencia de vivir el momento y en las manos de Dios”.