Víspera de la fiesta de la Inmaculada y Madrid había amanecido con una espesa niebla. Aunque las pantallas del Aeropuerto de Barajas anunciaban numerosas cancelaciones y retrasos, el tráfico aéreo seguía activo. Era un siete de diciembre de 1983, justo ahora se cumplen cuarenta años.
Tres grandes explosiones alarmaron al personal del aeropuerto. Un DC-9 de la compañía Aviaco, con destino a Santander, se había confundido de pista y chocaba con un Boing 727 con destino Roma. Murieron 93 personas, y hubo 42 supervivientes.
Entre los pasajeros fallecidos del vuelo a Roma había un católico convencido que, además, era una eminencia del deporte moderno en España y figura determinante para su desarrollo. Se llamaba José María Cagigal, era especialista en Teoría y Filosofía del deporte y presidía la Asociación Internacional de Escuelas Superiores de Educación Física.
El libro Dios es deportista (Eunsa), de Javier Trigo, recoge la historia de este pionero amante del deporte con profundos principios cristianos (puedes adquirir el libro en este enlace).
José María se dirigía a Roma para asistir al Congreso Internacional de Enseñanza del Juego Deportivo. Por aquel entonces era profesor de Teoría de la Educación Física en el Instituto Nacional de Educación Física (INEF), del que había sido fundador y director hasta 1977.
Convencido del deporte
José María Cagigal nació en Bilbao en 1928 y era el cuarto de nueve hermanos, en una familia, como se suele decir, "muy católica". Casado y padre de cinco hijos, tenía 55 años cuando falleció. Los que le conocieron decían de él que era un hombre amable, educado, prudente, respetuoso, religioso, sensible, afectuoso, buen comunicador y muy entregado.
Cagigal recibió numerosos reconocimientos a lo largo de su vida y tras su muerte. Algunos de ellos fueron la Medalla de oro de la Real Orden del Mérito Deportivo, el Collar de Plata de la Orden del Comité Olímpico Internacional, Primer Premio Deportivo Villa de Madrid, Premio de la Comunidad Autónoma de Madrid, y el Philip Noel Baker Research Ward, que honra la excelencia en las ciencias del deporte.
El pensamiento de Cagigal siempre estuvo cimentado en el humanismo cristiano. Había realizado estudios de Teología y Psicología en la Facultad de St. George (Fráncfort, Alemania). Hablaba cinco idiomas, ademas de dominar el griego y el latín. Era, sobre todo, un convencido del poder del deporte para la educación y la mejora de la sociedad.
"El deporte está al servicio del hombre y no al revés", solía decir. "El hombre es la razón última de todas las cosas en la tierra, pero es preciso educarlo adecuadamente para que alcance su dimensión más perfecta, en un mundo tecnológico, dinámico y cambiante que afecta a la propia identidad del individuo como tal", reflexionaba desde su visión humanista.
Su pilar más importante
No fue hasta los años sesenta, cuando el deporte en España comenzó a cimentar sus bases. El delegado Nacional de Educación Física, José Antonio Elola, fichó a Cagigal para formar parte del equipo que redactara la Ley del deporte de 1961. José María empezaba a desarrollar su gran idea: construir un centro de formación para los educadores deportivos. Así nació el Instituto Nacional de Educación Física, conocido como INEF, perteneciente ahora a la Universidad Politécnica de Madrid.
Cagigal era un apasionado del deporte, y siempre que podía lo dejaba entrever. Asombraba mucho que una persona de su talla intelectual subiera la cucaña, nadara en las competiciones de final del verano o participara en las carreras de sacos. José Maria Cagigal consideraba que el primordial y más genérico fin de la acción educativa era ayudar a vivir.
Pero, para José María, el pilar más importante de su vida era la fe. Siempre hacía énfasis en la singularidad de cada persona y en su dimensión transcendente. Fueron sus creencias las que lo ayudaron en las épocas más duras, cuando tuvo que dimitir como director de INEF y llegaron los momentos de ostracismo y falta de ingresos en casa. Gracias a su cercanía con Dios pudo aflorar en él un profundo espíritu de aceptación, confianza y perdón.
Aquí puedes ver una ponencia sobre el INEF de José María Cagigal.
Así lo evidenciaría en la última frase que diría con vida, aquella mañana de 1983, cuando su mujer Isabel le acompañó al aeropuerto. El vuelo tenía prevista su salida a las 8:30, pero la niebla lo había retrasado casi una hora. La pareja se despidió con un beso y, tomando sus manos, José María expresó: "Qué paz y qué seguridad saber que os dejo en manos de Dios".