Waad Khairallah es uno de los miles de cristianos de Irak que se ha visto obligado a abandoanr su tierra para sobrevivir y poder mantener su fe en Cristo. En estos momentos se encuentra en España viviendo y relata su testimonio en una entrevista con la revista Ecclesia.
Este joven recuerda que “en 2014 el Daesh entró en mi ciudad. Al principio no fue diferente a lo que ya habíamos vivid con Al-Qaeda en el 2003 o durante la guerra. Llevamos casi veinte años viviendo en una situación permanente de inseguridad, de desgobierno y de falta de libertad. Al poco tiempo todo cambió. Empezaron las ejecuciones, los asesinatos, los coches bombas frente a las iglesias. Mi primo era sacerdote y lo mataron; al igual que al arzobispo de Mosul. Los terroristas iban puerta a puerta forzándonos a la conversión o a que pagásemos el impuesto revolucionario. No queríamos hacer ni una cosa ni la otra, así que nos quedamos muy pronto sin opciones”.
Pese a todo, Waad recalca que “nunca dejamos de ir a misa aunque sabíamos que podía ser nuestra última Eucaristía. En mi caso, tampoco dejé de acudir a las reuniones de jóvenes en la parroquia”.
Pero hubo un momento en el que la situación era crítica. Primero estuvieron dos años en el Kurdistán y en 2016 él y su hermano viajaron a Turquía y luego a Grecia. Más de dos meses estuvieron tirados en la calle mientras esperaban que se tramitase su solicitud de asilo como refugiado.
“En Irak no sabíamos en qué momento nos iban a matar. Y en el camino tampoco sabíamos qué nos podía ocurrir. O bien llegamos a Europa, o morimos. Ya está. Mi hermano y yo teníamos muy claro que era jugarse la vida por la propia vida. Volver atrás no era posible, así que no tocaba otra más que seguir adelante. Estábamos concienciados de que tocaba luchar y sufrir. Nada viene fácil en esta vida”, relata este joven cristiano.
Para ver el drama del cristianismo en Irak basta con ver la diáspora de la propia familia de Waad: “Gracias a Dios, salvo una tía y una hermana que siguen en Irak, la mayoría están fuera. Tengo primos y tíos en Estados Unidos, Canadá, Australia, Alemania y Holanda. Desde hace cinco meses mis padres están en Mallorca, con nosotros”.
En esta bella isla española está pudiendo retomar su vida aunque no está exenta de dificultades. “Trámites como alquilar una casa o encontrar trabajo es casi imposible por la falta de confianza o por desconocer el idioma. Yo entiendo esta situación de recelar de los refugiados y más cuando ves en el telediario lo que algunos hacen al llegar a Europa. Todo cambió gracias al párroco de Can Pastiga, en Mallorca, quien nos habilitó la casa parroquial para que pudiéramos vivir allí. Él confió en nosotros sin pedir nada a cambio. Tengo claro que fue la mano de Dios la que nos ayudó en ese momento. Desde entonces la diócesis ha estado apoyándonos, pendientes de cualquier cosa que necesitásemos”, explica.
Sobre el reciente viaje del Papa Francisco a Irak, Waad confiesa que “ha sido un gran consuelo. Los cristianos en Irak, siendo minoría, necesitábamos a alguien que viviese nuestra realidad de verdad, que viese en qué condiciones estamos. El ver cómo vive la gente es lo que verdaderamente transforma. La visita del Papa dijo al mundo entero que los cristianos no son olvidables”.
Sobre la vida de fe en Europa, este cristiano afirma que “en Irak, al vivir la fe en una pequeña comunidad, nos sentimos fuertes. Sufrimos, pero con alegría porque no olvidamos la pasión de Cristo. Nunca vamos a llegar al nivel del Crucificado, pero podemos ir cargando nuestra cruz día a día. Aquí hay muchas posibilidades de vivir la fe sin ningún conflicto, pero resulta que la fe es débil. Nosotros vivíamos al servicio de la comunidad. Si había un atentado en una iglesia o pasaba algo con nuestro templo, el número de fieles que se volcaban para reconstruirla o apoyar en lo que hiciera falta, se multiplicaba. Tanto aquí como allí, no hay que cansarse en la tarea de la evangelización sino que hay que seguir luchando”.