Desde que el propio Cristo dijera, tal y como recoge el Evangelio, “la mies es mucha y los obreros pocos”, se ha estado pidiendo a Dios que envíe servidores que proclamen la Palabra de Dios por todo el mundo. Ahora, sin embargo, en Occidente se vive una profunda crisis vocacional y cada vez son menos los sacerdotes que pueden servir en las diócesis. Esta es una de las prioridades más urgentes y en las que más esfuerzos se están poniendo para revertir esta dura situación.

El padre Sergio Requena es actualmente el delegado episcopal de Pastoral Vocacional de la Archidiócesis de Valencia además de director del Centro de Orientación Vocacional San Juan Pablo II. En una entrevista con el semanario Paraula analiza esta crisis y el camino que se debe seguir para salir de ella, y en el que la familia cristiana tiene un papel fundamental.

En un momento en el que hay una notable escasez de vocaciones hay que cuidar mucho el discernimiento. “En un proceso tan importante y tan decisivo en la vida hay que huir un poco del subjetivismo, del sentimiento interior, y ser un poco más objetivos a través también de la mirada de otros, que nos conozcan, que nos acompañen, que tengan la sabiduría suficiente para indicarnos los pasos que hemos de dar. Tenemos que recoger la búsqueda que muchos jóvenes están haciendo de encontrarse a sí mismos, de encontrar el lugar en el mundo que están llamados a servir y la manera y el cómo tienen que situarse ante la llamada que el Señor les hace”, explica este sacerdote.

De este modo, desde la propia Iglesia -insiste el padre Sergio Requena- “debemos preocuparnos, debemos reflexionar, debemos animar a nuestras parroquias, a los consejos pastorales y también en nuestras reuniones de arciprestazgo y de vicaría, el hacer partícipe a la gente de las actividades que se realizan a nivel diocesano, por ejemplo, en el Festival de la Canción Vocacional, o simplemente participar de esa jornada festiva en el Seminario. También se pueden tener momentos en los que podamos profundizar un poco, a través de una mesa redonda, conociendo testimonios de personas consagradas y personas que nos puedan iluminar de alguna manera en nuestro camino, o a otros, porque no un día el párroco puede compartir con su comunidad cristiana el testimonio de su propia vocación, o alguna otra persona consagrada que haya en nuestra parroquia”.

Seminaristas de Valencia días antes de ser ordenados.

Aún así, la familia sigue siendo el lugar privilegiado para cultivar las vocaciones. En su opinión, “la importancia de la familia es fundamental porque en ella se siembra precisamente la semilla de la vocación, donde se debe de acompañar, donde se debe de alimentar, cuidar, fortalecer. En la medida en que la familia no está realizando esta tarea, pues las vocaciones están, o las posibles vocaciones están, más solas, menos acompañadas. ¿Cómo se puede hacer, o cómo puede mejorar esto? Es que la pastoral familiar también hay que trabajarla, es decir, hay que ayudar a que las familias cumplan en este aspecto y en otros, pues el papel que están llamadas a desempeñar en el acompañamiento de las personas sobre todo en su proceso de crecimiento hasta la madurez, y en medio de la sociedad, dando un testimonio de amor y entrega que muchas veces, ya lo sabemos, pues está siendo un poco complicado”.

El propio San Juan Pablo II afirmaba que aunque su padre nunca le habló expresamente de la vocación al sacerdocio, con su ejemplo, con su manera de vivir y ser, fue para él -tal y como lo calificaba- como un primer seminario, un “seminario doméstico”.

El padre Requena afirma que Dios no llama menos ahora sino que la crisis esta en la respuesta. ¿Qué es lo que está dificultando un poco esta llamada? “Pues el ambiente en el que vivimos que es muy individualista, donde hay un egoísmo muy profundo en las personas”, asegura.

“Esto se nota cuando ves a las personas que tienen o manifiestan tener un vacío existencial en su corazón y que buscan llenarlo de cosas que a la postre no les dan lo que están buscando. Es decir, se constata la crisis, se constata la herida profunda que esto deja en el corazón de las personas, pero también hay que recordar que Dios sigue llamando, sigue buscando y sigue invitando. ¿Qué es lo que tenemos que hacer? Pues ayudar a que esto resuene de manera especial en nuestros ambientes, porque la llamada no es para unos pocos, sino que es para todos. Es una llamada al sacerdocio, a la vida consagrada, al matrimonio, al compromiso laico en medio del mundo. Es decir, a hacer presente a Cristo en medio del mundo sirviendo a las personas y a la sociedad en la que vivimos”, recalca.