Segovia vive un problema vocacional de extrema gravedad. Lleva ya diez años sin ordenar ni un solo sacerdote mientras el clero de esta pequeña diócesis castellana envejece y muere. Por ello, ha sido un gran gozo para este obispado la ordenación como diacono de Álvaro Marín, que Dios mediante, en unos meses será nuevo sacerdote segoviano.
Este joven segoviano relata la historia que le ha acabado llevando hasta ahora. Y como en otros muchos casos la transmisión de la fe en la familia ha sido algo fundamental. “Mis padres me han educado en la fe y en casa ha sido algo natural. He vivido los sacramentos y la vida de parroquia como algo muy normal”, explica Álvaro a Alfa y Omega.
En su adolescencia empezó a plantearse la opción de ser sacerdote. Recuerda que le “impactaba mucho la figura de mi párroco de entonces. Pero en ese momento no le di importancia”.
Sin embargo, aquella idea de ser sacerdote “no se me iba de la cabeza” por lo que al final acabó hablando con su párroco. Álvaro empezó a asistir a unas reuniones que organizaba la diócesis para discernir la vocación.
Era un tiempo de cambios en su vida y complicado. Estaba en primero de bachillerato. “Me lo tomé con ilusión pero luego me surgieron dudas, empecé a salir con una chica…” y desechó la idea de ser cura. Pero claro, la vocación le rondaba todo el rato, y “hasta de noche le daba vueltas en la cama”.
Álvaro cuenta que hubo un momento decisivo en este proceso vocacional. Fue el accidente que sufrió un sacerdote amigo de su familia. Este suceso –asegura- “para mí fue un trallazo. Me impactó mucho y eso hizo que volviera a plantearme la vocación. Al poco tiempo, le dije a mi novia todo lo que tenía dentro y lo dejamos”.
En el año 2013, Álvaro entró en el seminario diocesano de Ávila como seminarista de Segovia. “Entré con mucha ilusión, pensando: ‘A mí ya no hay quien me pare’, pero fue un golpe con la realidad. El seminario es una etapa muy bonita pero en la que también te das cuenta de que somos personas normales con nuestras manías y con nuestras dificultades para la convivencia”. Estos años “me ayudaron a conocerme de manera más realista”, asegura.
Finalmente, toda la diócesis se unió el 25 de octubre en esta histórica ordenación diaconal, la primera también en más de diez años. Esto supone "luz y esperanza para la Iglesia. Es una prueba de que Dios está vivo y sigue llamando, y que sigue habiendo jóvenes que le quieren seguir”.