Sor María Caridad acaba de cumplir 100 años y los últimos 81 los ha pasado en clausura en el monasterio cisterciense de Carrizo de la Ribera, en León. Allí llegó con 19 años y siendo María Adoración Lorenzo Marcos, cumpliendo así el anhelo que tenía en su corazón de ingresar en este monasterio cercano a su localidad.
El mundo ha cambiado mucho desde entonces, pero ella no se arrepiente de su decisión. Es más, la oración, el silencio y el trabajo han llenado su vida de alegría durante todas estas décadas. Y ahora cumple un siglo de vida con una salud de hierro y junto a las religiosas y su familia.
En un extenso reportaje en León Noticias, esta religiosa cisterciense afirma que desde niña sentía vocación, aunque su llegada al monasterio se produjo de manera imprevista. “En mi pueblo no había parroquia y veníamos a las fiestas a Carrizo y mi afán era verlas… llevaban unas tocas tan planchadas... un tío que era albañil y hacía trabajos en el convento me hablaba de ellas y yo me iba encendiendo con más deseos de ser monja”, cuenta ella.
"Nunca me dieron ganas de marchar"
Fue la salida de una religiosa del monasterio, por motivos de salud, lo que provocó que quedase un hueco libre en el monasterio. Era su oportunidad, pero en aquel momento para entrar había que entregar una dote y ella no podía, pero “supimos que podría entrar sin ella, para ayudar y hacer los trabajos de la casa y se arreglaron las cosas”. Esto ocurrió en 1939, con la guerra civil concluyendo. Desde entonces ha vivido la posguerra, el franquismo, la transición y los 40 años de democracia.
Tomó los hábitos medio año después de ingresar como postulante y un año más tarde hizo la primera profesión para tres años después, "asentada y bien asentada; la profesión solemne, a cerrar la puerta para no salir más y nunca me dieron ganas de marchar". Se convirtió en la religiosa número 39 de entonces en Carrizo -llegaron a ser medio centenar-; en la actualidad son 16 y cuentan con una postulante.
Sobre su vida en el monasterio, sor Caridad afirma que "para mí la vida de trabajo ha sido mi vida. Parece como que nací para trabajar. Todavía ahora si no bajo a la cocina a hacer alguna cosa, parece como que no es mi vida. Sin trabajar no podría vivir. Siempre me ocupé de las tareas más humildes, cuidaba las vacas, amasaba el pan, atendía la cocina y la huerta. Me encantaba el coro pero muchas veces no podía ir”.
Tiene 100 años, y pese a la dura vida en la clausura –afirma ella- “casi diría que nunca he estado enferma… algún catarro. Hace poco me hicieron unos análisis generales y comentaron que 'todo de lujo', así que dije yo: "No me muero así como así". Como excepción a una salud envidiable, un problema de visión obligó a ingresarla unos días en una clínica de León. "Me ponía peor allí, quieta todo el día yo decía: 'Si no me mandan marchar, me muero aquí. Me trajeron y, la verdad, ajora tengo muchas energías”.
"Yo le pido al año una santa muerte"
La regla del silencio no supuso para ella un esfuerzo. “Me enamoraba mucho el silencio y la oración, eso de pasar muchos ratos solina con el Señor era mi vida. Es la vocación que tenemos; es lo de todas”.
Acerca de la clausura, esta religiosa confiesa que “es dura, porque a todos nos gusta ver y viajar, pero es una gracia. Yo el día que entré sabía que se cerraba la puerta para siempre… aunque me ha tocado salir algunas veces”.
“Rezo muchas oraciones, la vida de la monja es para eso, para hacer oración y pedir por todos. Si no, ¿Qué haces aquí? ¡Ah, no, si no, eres un miembro inútil en la Iglesia! Nosotras estamos aquí para rezar por todos; por los que se dedican a llevar la Palabra de Dios, que su vida es dura… les tenemos que ayudar con nuestra oración y con ella les alcanzamos las gracias para que el Señor les ayude y les ilumine. Es nuestra vida”.
Sobre su edad y el fin de su vida en la tierra, esta religiosa lo tiene claro: “Yo le pido al año una santa muerte. Y pronto. Yo quiero marchar para el cielo”.