Aunque Dios llama siempre de forma individual, esto no quita para que pueda hacerlo a tres hermanos a la vez. Es el caso de Javier (diácono), María (monja) y Ana Moro (consagrada), que contaron recientemente a la revista Misión cómo descubrieron su vocación, y cómo sus padres aceptaron que sus hijos vivieran para Él.

Los hermanos Moro han entregado su vida a Dios desde tres vocaciones distintas. Algo que se iba a ir gestando desde su propia infancia, cuando compartían la misma educación, valores... algo que les ayudó, sin duda, a discernir una nueva vocación. 

Fue una sorpresa

Javier es el mayor, tiene 31 años y el próximo 2 de julio se ordena como sacerdote. Fue quien dio las primeras pistas. "Desde muy pequeño tuvo la inquietud sacerdotal. Es una persona muy especial. Es un alma de Dios", comenta su hermana Ana.

Gracias a un seminarista que llegó a su parroquia, Javier empezó a tratar con los grupos de oración del Corazón de Jesús y la vocación le llegó con 13 o 14 años. "Siempre tuve una tendencia natural a todo lo que tenía que ver con la vida de la Iglesia, pero este seminarista fue determinante, me impactó mucho su vida y vi claro que Dios me llamaba a eso también", explica.

Lo de sus hermanas fue más inesperado. "Ellas se dedicaban profesionalmente al tenis y nada hacía pensar que dejaran todo por la vida consagrada. Para mí fue un regalo inmenso", explica el diácono.

Ana y María son gemelas y han cumplido 30 años. Ellas se acercaron más a la parroquia gracias a la relación que Javier entabló con el seminarista. "Fue un proceso de conversión muy grande y nuestra vida familiar cambió por completo", asegura Ana.

A pesar de que en su entorno no se esperaban algo así, la llamada fue muy clara. Dios se lo puso muy fácil. "Iba descubriendo que Jesús y yo teníamos los mismos deseos. Eso me causaba mucha alegría. En 2008 entré como candidata a la Comunidad de los Apóstoles de los Corazones de Jesús y Maria (ACIM)", comenta.

Su hermana María escuchó también la llamada por esa época. "Fue en una Semana Santa cuando el Señor me mostró el amor inmenso que me tiene y no pude resistirme. Comprendí que me quería para Él", reconoce.

Pasó 5 años de candidata en las laicas consagradas de los Grupos de Oración del Corazón de Jesús, ACIM, pero poco a poco fue descubriendo que su vocación era ser Sierva del Hogar de la Madre.

Los hermanos destacan la unión que existía entre ellos desde niños y cómo el ambiente familiar fue determinante para que florecieran sus vocaciones. "Siempre hemos estado muy unidos, pero en el momento de discernir la vocación nos cuidamos mucho de no condicionarnos, aunque en parte era inevitable. Creo que para mis hermanas mi vocación fue como abrirles una puerta", explica Javier.

Ana cuenta cómo cada uno llevó su discernimiento con su director espiritual ya que "la vocación es un tema entre Dios y el alma. Pero sí reconoce que vivirlo junto a sus hermanos lo hizo más fácil. "Estoy convencida de que el sí de cada uno ha sido clave para el sí de los demás. El Señor nunca se deja ganar en generosidad", explica.

 

Puedes ver aquí el testimonio de la hermana Clare, del Hogar de la Madre, fallecida en Ecuador en 2016 en un terremoto. Era muy querida por la orden a la que pertenece María.

En ocasiones no ha sido fácil, porque vivir tres vocaciones diferentes implica una separación. "A pesar de la distancia física, la vocación nos unió mucho más: ya no sólo había unión por la carne, sino que compartíamos una misma vida. Eso lo hemos hablado muchas veces. Lo hemos vivido como una gracia de Dios", asegura.