El dominico valenciano Manuel Eduardo Alvarado ha sufrido duramente los efectos del coronavirus y pese a su juventud ha estado en un estado muy grave. Este religioso cuenta ahora cómo ha vivido esta experiencia y cómo ha visto la acción de Dios.
Este joven fraile del Real Convento de Predicadores de Valencia confiesa que no le resulta fácil relatar su lucha contra el coronavirus pues “conlleva muchas emociones y sentimientos que durante estos últimos días ha aflorado en mí”. Pero también le ha servido para darse “cuenta de lo frágiles que somos ante la misma finitud de la vida”.
Los primeros síntomas del coronavirus
Muy crítico con la gestión del Gobierno, fray Manuel asegura que para el 19 de marzo, fiesta de San José, “comencé de un momento a otro a sentir un cansancio poco habitual. Por un momento pensé que era el estrés, los primeros efectos del confinamiento, o algo parecido. Al día siguiente apareció la fiebre, que fue aumentando de manera gradual, haciéndome pensar que seguramente iba a resfriarme, sin embargo, nunca apareció un solo estornudo o secreción nasal. Pero si fiebre.
Aún así bajó al día siguiente a la Eucaristía comunitaria con los frailes, pero se sentía tan mal que decidió ir a Urgencias. Le mandaron a casa para que estuviera en aislamiento pero su situación fue empeorando hasta que finalmente una ambulancia le llevó al hospital.
La realidad que encontró en el hospital
“Ese día me encontré con una realidad que me ha golpeado muchísimo. Es lo que vemos diariamente en noticias, y hasta cierto punto nos resulta cansado. Estoy entre muchas personas en urgencias, en un hospital colapsado, sanitarios agobiados y enfermeros corriendo de un lado a otro. Pasillos llenos de pacientes en camillas, sillas o en el piso. Eso que los noticieros no se cansan de presentar es muy distinto poderlo palpar de forma directa”, relata este fraile sobre su experiencia con el coronavirus.
Seguía con fiebre, el cansancio se mantenía y le iba faltando el aire, pero aún así volvió a casa. Poco después tuvo que violver y ya ser hospitalizado. “Sentía una sensación de agobio, ansiedad y no podía dar más de cuatro pasos: estaba totalmente agotado, como cuando corres una maratón”, explica este joven.
Conectado a un respirador artificial
En su testimonio fray Manuel Eduardo Alvarado añade que “en el área de urgencias me tomaron las constantes. Escuchaba que decían que el problema era la saturación de oxígeno, que estaba más bajo de lo normal. No me encontraban la tensión y el ahogamiento era evidente. Recuerdo que comenzaron a colocarme vías en los brazos, a extraer sangre; una enfermera me hablaba muy fuerte, pidiéndome que no me durmiera ni dejase de tratar de respirar: yo poco a poco dejaba de escucharla”.
Los facultativos le colocaron una mascarilla de oxígeno, pero él asegura que no lo sentía. Y entonces asegura que llegó la hora de “confiar, saberme frágil, y como me había dicho días antes mi fraile formador: dejarme cuidar y querer. No recuerdo muchas cosas de lo que sucedió el resto del día. Eso me lo explicaron los médicos a los dos días, después de despertar de un sueño muy profundo y con dolor en la garganta”.
"La certeza de que Dios está"
Un respirador artificial le ayudó a seguir con vida, pero sobre todo aprendió a “confiar”, tener “la certeza de que Dios está allí”. Este joven dominico explica que “fue allí donde pude contestar la pregunta que me hice en el Hospital General anteriormente. Dios estaba allí, seguía estando allí y continúa presente en estos sitios de muerte, angustia y desesperanza”.
Él lo tiene claro: “Puede parecer que ha vencido el virus, pero en realidad vence la vida, física o resucitada en Cristo. Eso es lo que da la certeza y esperanza para convertir un lugar de muerte en un lugar de vida. Abandonarse y confiar en Dios, en los médicos, en el personal sanitario, en tus oraciones”.
Valorar más la vocación
Durante las dos semanas que permaneció hospitalizado no pudo ver a ningún fraile, pero fray Manuel Eduardo asegura que “sabía que estaban allí, pendientes, preocupados, mandando sus audios y detalles de ánimo”.
“Desde la soledad habitada de la habitación sentí que volvía a nacer, que algo nuevo estaba sucediendo de todo esto. Había que recomenzar a ver la vida desde otra perspectiva, a valorar la vocación en una nueva dinámica. Estoy seguro hasta el día de hoy, que la mano de la Virgen me ayudó a salir del hospital y con un resultado negativo en la segunda prueba del coronavirus. Gracias a ella ese médico entró sin ninguna protección a mi habitación, seguido de un grupo de sanitarios aplaudiendo y dando muchísimo ánimo. ¡Lo habíamos logrado juntos!”, cuenta contento este religioso.