Las religiosas adoratrices de Almería llevan años rescatando a prostitutas que son esclavizadas por mafias. Van a prostíbulos y a las zonas en las que estas jóvenes extranjeras son obligadas a prostituirse. Después las esconden, acogen y las cuidan sus heridas físicas y del alma.

Pese a que su labor ya había sido reconocida ha sido la semana pasada cuando estas consagradas han saltado a la primera plana después de rescatar a varias prostitutas nigerianas y poner en la pista a la Guardia Civil para desarticular la mayor mafia nigeriana de trata de personas en Europa, que se ha saldado con 89 personas detenidas y 39 mujeres liberadas.

Este viernes El Mundo ha recogido la labor de estas adoratrices.

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Ellas, las adoratrices, las monjas sin hábito, son como el ruiseñor de Harper Lee: siempre cantan para alegrar y derraman su corazón delante de aquellas a las que los hombres malos convierten en simples mercancías, en esclavas sexuales. Ellas, las religiosas que portan la luz dentro de prostíbulos y callejones oscuros, llevan dos siglos rescatando a mujeres de la trata.

Para entender la misión de esta congregación (Religiosas Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento) fundada por Santa María Micaela en 1856, hay que mirar por su noble prisma, viajar hasta Almería y retroceder cuatro meses atrás. Echar un vistazo a las casas empotradas en grutas de la localidad de Cuevas de Almanzora e imaginarse cómo ocho mujeres nigerianas vivían allí encerradas, sometidas a un embrujo vudú, obligadas a prostituirse por cinco euros.


Había menores y embarazadas. No tenían agua corriente y padecían todo tipo de vejaciones por parte de sus captores-proxenetas. Porque estas redes siempre actúan igual, las denigran hasta el límite, aludiendo a una deuda ficticia de más de 30.000 euros por haberlas traído al idealizado paraíso europeo. Las sacaron de un centro de inmigrantes controlado por las mafias en Lampedusa (Italia) cuando llegaron en patera desde Libia y aterrizaron en Madrid con documentación falsa. «No nos dejaban salir. Nos tiraban bocadillos como a perros», cuentan las nigerianas.

Las adoratrices (y trabajadoras sociales que las acompañan) llevan más de una década saliendo a «patrullar» por los puntos de prostitución en Almería con una vieja furgoneta, convertida en una unidad móvil con una sala en la parte trasera donde atienden a las prostitutas e intentan comprobar si están o no en situación de trata. En una de estas salidas encontraron tirada en una rotonda a una joven nigeriana menor de edad a la que habían propinado una paliza. La atendieron y la chica les contó que vivía junto con otras compatriotas hacinadas en las casas-cuevas. Las adoratrices se lo comunicaron a la Guardia Civil, y los agentes empezaron a seguir la pista y a tirar de la manta.

El resultado fue una macrooperación policial (de nombre Nanga-Parbat) desarrollada en 12 provincias españolas, coordinada por la Europol y desvelada la semana pasada después de una investigación de un año, que desarticuló la mayor mafia nigeriana de trata en Europa. Los agentes de la UCO liberaron a 39 mujeres y detuvieron a 89 personas, entre las que estaban 14 madames y al líder de la banda mafiosa, un conocido DJ nigeriano llamado Mark Ido, que vivía en Tudela. Era el encargado de traer a las mujeres hasta España. Mark era miembro de la hermandad de Los Supreme Eiye Confraternity, una organización elitista creada en los años 60 en la Universidad nigeriana de Ibadán para luchar contra los colonos ingleses que lleva una década en España (y en toda Europa) traficando y prostituyendo a mujeres.

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«Estas mafias son como un pulpo, tienen tentáculos en todas partes», explica María José Palomino, directora de Las Adoratrices en Almería. Las ocho nigerianas rescatadas en las cuevas ahora viven con las religiosas. «Llegaron antes de las navidades y estaban demacradas, enfermas, con mucho miedo; se las veía hurañas y sin fiarse de nadie. Muchas habían abortado varias veces. También había alguna embarazada y lo desconocía».

En 2002 las adoratrices pusieron en marcha el Proyecto Emaús, una casa de acogida para ayudar a las mujeres víctimas de trata. También tienen siete pisos en Almería. Trabajan nueve personas, siete trabajadoras y educadoras sociales y dos monjas. María José que lleva seis años dirigiendo este proyecto. Por su casa el año pasado estuvieron 36 mujeres y atendieron a más de 300 prostitutas en su centro de día y con la unidad móvil.

Las adoratrices cuentan que ahora las nigerianas rescatadas siempre están risueñas, gastando bromas, dando abrazos y muy cariñosas. «Cuando llegaron les enseñamos sus habitaciones particulares con baño y preguntaron que si eran para ellas solas. Se pusieron muy felices», recuerda María José.


Por las mañanas, en la residencia, estas chicas realizan talleres de cocina española y de habilidades domésticas (barrer, limpiar...). Por las tardes van dos horas a una academia de Almería para recibir clases de español. «Nuestro objetivo es formarlas para que puedan ser autónomas, con un sueldo y un trabajo. Tenemos una bolsa de empleo donde se apuntan y siempre encuentran algo de camareras o cocineras. Pero donde más trabajan al salir de aquí es cuidando a ancianos», explican las monjas. De las ocho nigerianas, ya hay una que trabaja de cuidadora interna y dos que están en Cáritas empleadas en el almacén y en la cocina.

La casa de acogida de las monjas tiene 12 plazas. La mujer rescatada más veterana (nigeriana) llegó hace tres años. Ya tiene papeles y recibe clases particulares de inglés. A Madrid ha ido también una de estas chicas para trabajar como auxiliar de enfermería. Y otra ha viajado hasta Hueva para la recogida de la fresa. La mayoría que han pasado por la casa de las adoratrices son de Nigeria.

«Cuando salen casi ninguna vuelve a la calle. Sólo hemos tenido un caso muy doloroso de una chica a la que volvieron a captar las redes proxenetas y no sabemos nada de ella. Es peligroso porque estas bandas las amedrentan y las tienen cogidas con los ritos vudús», explica la religiosa María José, que dice que la trata se ha disparado en estos últimos años. «Ahora cada vez hay más prostitución, incluso de españolas, llegan más musulmanas y han abaratado los precios. Las redes cada vez abarcan más terreno. Cada semana detectamos en la provincia algún caso de trata. Pero, por suerte, la Guardia Civil está haciendo un trabajo increíble e investigando a fondo cada caso que les contamos».


Las adoratrices y trabajadoras sociales salen cuatro días a la semana a hacer «trabajo de campo». Con la furgoneta se acercan a los polígonos, cunetas de carretera y cortijos donde se ejerce la prostitución. También entran vestidas de seglar en los locales de alterne, con el objetivo de localizar a las mujeres que son víctimas de trata. «Lo primero que nos fijamos es en su actitud. Sospechamos cuando las chicas están muy distantes, ausentes, cuando no dicen la verdad, no tienen pasaporte o tienen heridas. En algunos prostíbulos las esconden cuando entramos para que no hablemos con ellas», cuenta María José. «En esos casos enseguida avisamos a la Guardia Civil. Ellos nos llaman cuando las chicas están en la comisaría poniendo la denuncia, porque muchas tienen miedo. Entonces aparecemos y hablamos con ellas, les contamos el proyecto de acogida que tenemos».

Lo primero que les ofrecen es una ducha y un plato de comida. Después, la trabajadora social les hace una ficha y las lleva a hacerse una analítica completa para ver su estado de salud. Cuando pasan dos o tres días, se establece lo que llaman el PI (Proyecto Individual), donde se las da una atención personalizada. En los últimos cinco años las adoratrices han rescatado a más de 150 chicas. Una admirable labor siempre a pie de obra.