Con motivo de la muerte repentina este lunes, a los 54 años, de Alfonso Coronel de Palma, se van sucediendo los reconocimientos a su figura como gran impulsor del catolicismo social en las últimas décadas en España.
En el diario ABC ha escrito sobre él el presidente de la Universidad Internacional de La Rioja, UNIR, Carlos Mayor Oreja.
Y en Alfa y Omega, el sacerdote y periodista, impulsor de Crónica Blanca, Manuel María Bru.
Reproducimos aquí las semblanzas que ellos ofrecen de Coronel de Palma.
por Carlos Mayor Oreja, en ABC
Al parecer se sintió mal ayer por la tarde, condujo su coche directamente al hospital y al llegar un infarto terminó con su vida. Alfonso ha muerto a los 54 años, y quiero dedicar estas palabras a su mujer, Merche, de la que siempre estuvo profundamente enamorado y a sus seis hijos (Mercedes, Alfonso, Regina, Victoria, Carmen y Luis) a los que deja un gran legado, el mismo que aprendió de su padre. De esta forma moría un católico ejemplar que hizo de su vida servicio a la Iglesia.
Desde muy joven participó en actividades públicas aunque curiosamente nunca militó ni participó en un partido político. Alfonso tenía una gran capacidad para saber ver la parte buena, no sólo de las personas, sino también de las instituciones y caminar como quien no quiere reparar en las cosas que hacían mal los demás. Qué duda cabe que su paso por los jesuitas de Chamartín marcó muchas cosas en su forma de ser y le sirvió de estímulo para incorporarse a la Asociación Católica de Propagandistas.
Llegó a la presidencia de la ACDP muy joven, en noviembre de 1996, y se mantuvo en ella hasta finales de 2006. Presidente de la Fundación universitaria San Pablo fue Gran Canciller de la Universidad San Pablo CEU, Universidad CEU Cardenal Herrera y CEU Abat Oliba.
En esos años desempeñó una labor titánica, muchas veces con el viento en contra, y logró con su perseverancia sacar adelante importantes iniciativas con las que siempre se adelantó a su tiempo. El Congreso de Católicos y Vida Pública, catalizador de movimientos católicos de todo signo, el Congreso de Víctimas del Terrorismo, cuando apenas nadie reparaba en las víctimas, la renovación del CEU porque creía que la obra educativa de los propagandistas estaba llamada a apuntar a lo más alto pero profundizando en sus orígenes.
En todos aquellos puestos en los que tuvo responsabilidades dejó su impronta conciliadora y destacó su labor de «tender puentes» entre distintas sensibilidades y posturas. En concreto, en su etapa como presidente de la COPE (entre 2006-2010), reforzó su línea editorial porque estaba convencido de que, además de informar en libertad y entretener, la emisora era un adecuado canal para hacer llegar a la sociedad las propuestas de la Iglesia.
Vivió toda su vida de su trabajo como abogado y pasó por las instituciones que dirigió con una honestidad digna de su condición de católico español. Quiso mucho a su mujer e hijos, disfrutó de la compañía de sus amigos con los que conversaba largamente y nunca desfalleció en cuantas aventuras y batallas acometió. Moderado en sus ideas, conciliador en el trato con todos, fiel hijo de la Iglesia, vivió siempre muy unido a la Virgen María. Hoy es un día triste para todos nosotros pero para él será la cita esperada con el Padre a la que consagró toda su vida.
Manuel Bru, en Alfa y Omega
Señor, Señor… ¿Por qué te has llevado a Alfonso, esposo ejemplar, padre ejemplar, amigo ejemplar? ¿Por qué ahora, cuando aún tenía tanta vida que dar, tanta sabiduría que compartir, tanto que aportar?
Pero es tuyo, Señor. Siempre fue tuyo antes que nadie. Era estar con él y todo remitía inmediatamente a ti, naturalmente a ti, profundamente a ti.
Nunca olvidaré su tono de voz. Hasta en la voz irradiaba certidumbre, irradiaba confianza, irradiaba seguridad. Sin compararlo contigo, Señor, pero creo que el Eterno Padre le dio esa voz para que pudiéramos los demás encontrar en su palabras certidumbre, confianza y seguridad. Porque no me negarás que compartía humanamente contigo, a su nivel, que “hablaba con autoridad”. Sus palabras iban precedidas por su oración, por su convicción, por su experiencia.
Daba igual que hablase de familia, de política, de economía, de comunicación, de educación, de derecho (todas ellas cosas que le apasionaban), porque al final detrás de cada una de estas palabras había una sola: “designio de Dios”.
Gracias, Señor. Como a mí, yo creo que a media España, y a gran parte de América, no nos ha sido difícil entender lo que significa la vocación de los “laicos cristianos” a la santidad, porque leyendo el Concilio Vaticano II, o el magisterio de Juan Pablo II sobre ello, veíamos a Alfonso. El era así, él es así: el laico cristiano, templado y apasionado a la vez, prudente y valiente a la vez, cabal y leal.
Gracias, Señor. Fue siempre leal. Muy leal. Un día al salir de su despacho, tras una larga conversación sobre un asunto muy delicado, pensé: “Para Alfonso servir es servir con lealtad”. Fue su distintivo. A su familia, a sus amigos, y sobre todo a la Iglesia. Leal a la Iglesia hasta al final, contra viento y marea, incluso cuando los vientos y las mareas venían de dentro. Por el bien de la Iglesia lo daba todo, perdonaba todo, aguantaba todo.
Lealtad y humildad. Nunca conocí a alguien tan envidiable en las capacidades humanas, intelectuales, y sociales de Alfonso y al tiempo tan humilde. Un día le pregunté que si no se cansaba de tanto agradecer. Siempre, en cada reunión de trabajo, en cada acto público, para él no contaba el tiempo para dar gracias. Siempre me decía: “Manuel, el día en que dejemos de decir perdón y gracias, pidamos ayuda, porque entonces es que la cosa va mal”.
Gracias, Señor. Aunque no entendamos porque has permitido que partiera tan pronto de aquí. Pero cada hora, cada minuto, que pudimos gozar de su amistad, fue un regalo del Eterno Padre, y tuyo, y del Espíritu. Aunque apenados, nos sostiene la fe en ti, que en él era lo más importante. ¿Qué digo? Lo único importante. Un día me dijo: “Bien lo sabemos, todos te pueden fallar, pero Dios no falla nunca”.
Y nos conforta saber que su santo viaje lo ha hecho bien. Porque en el viaje de su vida sólo hubo cuatro coordenadas para no perderse, las de las cuatro semanas de los ejercicios espirituales, que le orientaron vitalmente desde muy joven. Y una sola dirección: la encabezada por tu bandera, Señor.
(Lea también la semblanza que sobre él escribe Álex Rosal, director de Religión En Libertad, aquí)