Bernabé Rico es uno de los más del centenar de seminaristas que estudian en el Seminario Conciliar de Madrid. Verne, suplemento del diario El Paísdiario que no se caracteriza por sus elogios a la Iglesia Católica, cuenta el origen de su vocación, su vida en el seminario, sus inquietudes e incluso posiciones del catolicismo que generan controversia. Y todo ello con respeto. Este es el resultado:

El seminarista Bernabé Rico, de 25 años, ha comenzado a ver la controvertida serie The Young Pope, de Paolo Sorrentino. No está suscrito a plataformas de pago como Netflix o HBO; todas las películas las ve en cedés o en el cine. Este valenciano de casi dos metros de altura, cuerpo atlético, de ojos claros y barba bien recortada, cursa el cuarto año para ser sacerdote en el Seminario Conciliar de Madrid.

Son seis para ordenarse de diácono y en el séptimo se ordenan de sacerdote. La frase con la que algunos familiares recibieron la noticia hace cinco años fue: “¡Oh, un chico como tú! Que podría casarse… qué pena”. Sus amigos, en cambio, le preguntaron que qué era eso de recibir la llamada de Dios: “¿Te ha mandado un WhatsApp o qué?”. Bernabé es uno de los 1.247 seminaristas que se están preparando para ser sacerdote diocesano en España. Hace cincuenta años, la cifra de postulantes era casi ocho veces mayor.

En la habitación de Bernabé hay casi mil libros. Uno de ellos le cambió la vida a los 16 años y lo condujo hasta donde está hoy: Niebla, del escritor y filósofo español, Miguel de Unamuno. “Cuando lo leí fue como ‘uff, tengo que darle respuesta a estos interrogantes ¿qué es amar? ¿cuál es el sentido de mi existencia?’”. Desde niño, dice, se hizo muchas preguntas. Uno de los primeros libros que le regalaron sus padres fue El porqué de las cosas para intentar saciar sus dudas. Pero Niebla sembró en él unos cuestionamientos tan fuertes que le obligaron a descubrir a otros filósofos y reencontrarse con el cristianismo, la religión en la que encontró las respuestas que buscaba. Había dejado de ir a misa tras hacer la primera comunión.


La decisión de ingresar en el seminario no fue acogida con agrado por su familia / Álvaro García (EL PAÍS)

Bernabé nunca fue a una “fiesta, fiesta”. Nada lo seducía tanto como un buen libro. “Aunque tenía cierta tendencia a estar solo, no era marginado en clase, ni mucho menos. Pero conforme fuimos creciendo, mis amigos querían salir de fiesta y a mí me gustaban otras cosas”, explica. El tenis, su deporte desde la infancia, también le consumía muchos fines de semana en los que tenía que competir. Entre Nadal y Federer escoge al segundo.

Este joven de Elda -localidad alicantina de 50.000 habitantes- quería ser médico. A sus padres, sin estudios universitarios, les iba a explotar el pecho del orgullo. Las notas le daban, pero las preguntas existenciales lo llevaron a decidirse en el último minuto por Filosofía. “¿Qué mosca te ha picado? ¿Qué vas a hacer con eso?”, fue la reacción de su entorno. No sabían que dos años después recibirían una sorpresa mayor. Con 18, Bernabé se mudó a un piso compartido en Madrid y se matriculó en Filosofía y Ciencias Políticas en la Universidad Complutense. Entonces ya iba a misa todos los días y rezaba algunas oraciones durante el día.


En la vida anterior al seminario, Bernabé nunca se enamoró. Entre tantos libros y raquetas, le dedicó poco tiempo a conocer a alguien. Cuando habla de sus renuncias, no se le viene a la cabeza el sexo o la vida conyugal. “Yo estoy llamado a volcar ese amor en Dios, pero eso no quiere decir que no me gustan las mujeres, yo veo a una mujer guapa y digo ‘olé, qué maravilla’, por supuesto. Y puedo enamorarme, nadie está libre de eso”, reconoce el seminarista. Y agrega: “Mi sexualidad no queda inhibida ni coartada violentamente, sino que se dirige a otra cosa. Hay una renuncia al sexo, pero si es por amor y para amar, estoy dispuesto”.

Bernabé es anti redes sociales. Muchos de sus compañeros en el seminario las usan, pero a él no le gustan. En su teléfono móvil tiene WhatsApp, pero como filósofo, politólogo y ahora estudiante de Teología, dice que prefiere reflexionar y luego hablar. O quedar en persona. Entre semana, como universitario, no perdona unas cañas con sus amigos, en reuniones en las que se mezclan jóvenes laicos y religiosos. “No hay ningún problema en salir, pero al igual que un padre de familia o un empleado, tengo que hacerlo con responsabilidad”, relata.

Tiene libertad para hacer planes, pero la rutina del seminario es bastante exigente. A las siete y cuarto debe estar en la capilla para rezar. Bernabé se despierta una hora antes para arreglarse y ordenar la habitación. Luego una hora de oración personal, desayuno y clases de latín y griego hasta la hora de comer. Un café con su comunidad para charlar una hora y después estudio o deporte. A las ocho de la tarde celebran la eucaristía, una hora después están cenando y disponen de tiempo libre hasta las once, cuando se guarda silencio. “Mi madre me pregunta si soy feliz. A mí, de verdad, no se me ocurre qué más necesitaría para serlo”, afirma con convicción.


En el Seminario Conciliar de Madrid, situado en el barrio de La Latina, hay casi 100 candidatos a sacerdote. “Es una cifra muy potente considerando los tiempos que corren. Es una realidad que en Europa el cristianismo pierde influencia y es una religión, entre otras”, comenta Bernabé. Cada vez son menos los que llegan con 18 años y hay algunos que tienen cincuenta y pico.

“No hay discrepancias debido a la brecha generacional, pero sí discutimos los temas candentes, donde cada uno tiene su postura, pero siempre como hijos de la Iglesia”, añade. Por ejemplo, en el caso de la homosexualidad, este seminarista defiende que se les debe acoger pero que deben practicar la “castidad perfecta”: “La Iglesia se opone a las relaciones sexuales entre homosexuales pero no por aguar la fiesta sino porque piensa que no es algo bueno para esas personas”.

Otro tema que se le critica a la Iglesia es el rol de la mujer. “Es verdad que debería participar más, tener más cargos en las diócesis o en el Vaticano”, indica Bernabé. Respecto a la posibilidad de que las mujeres sean sacerdote, señala: “Dios ha querido que Cristo fuera varón, podría haber sido mujer, pero el caso es que ha sido varón, y es con Cristo varón sacerdote con el que se identifica el sacerdocio”.