La diócesis de Alcalá, situada en la Comunidad de Madrid, es a día de hoy una de los pocas diócesis españolas que aunque con ciertas restricciones y medidas extraordinarias, sigue celebrando misas públicas, pese a estar situada en la región más afectada por el coronavirus.
Su obispo, monseñor Juan Antonio Reig Pla, ha explicado en una entrevista con Andrea Zambrano para la Brújula Cotidiana que ha decidido mantener templos abiertos y misas con fieles porque con ello quiere “ofrecer un signo de que la Iglesia no abandona a nadie que requiera los auxilios divinos, especialmente los sacramentos. Para ello disponemos las celebraciones siguiendo todas las indicaciones de prevención que recomiendan las autoridades sanitarias”.
La misa "es el cielo en la tierra"
Además, el obispo de Alcalá asegura que tanto a las 12 como a las 20.30 horas “las campanas de la Catedral anuncian dos toques de oración para rezar por las necesidades que provoca esta epidemia”.
En su opinión, “entre los bienes de la persona (bienes útiles, placenteros, el bien moral, etc.), el máximo bien es el espiritual, que va unido al destino eterno del hombre. Esta es la razón por la que no podemos privar a los fieles, incluso en circunstancias extremas, de los dones divinos y particularmente de la Eucaristía”.
Reig Pla señala que “la Santa Misa, en todas las ocasiones, y más en esta situación extrema, es el cielo en la tierra. Sin la presencia del cielo -hecho presente en la humanidad de Jesucristo y ahora en los sacramentos- el hombre desfallece. Se puede dispensar de acudir a la Eucaristía dominical, por esta situación extrema y con razones justas, pero no hay que negar el pan del cielo a cuantos, con las prevenciones indicadas por las autoridades sanitarias, pueden acudir y desean el consuelo de Dios. Los fieles que acuden son conscientes de su responsabilidad y ofrecen la Santa Misa por todos los que sufren la pandemia”.
Occidente necesita volver a la "tradición cristiana"
Por otro lado, el prelado complutense recuerda que el coronavirus “ha desenmascarado la mentira del individualismo que ha propiciado la ruptura de vínculos con la familia, con la tradición y con Dios. La soberbia del globalismo y de la sociedad tecnocrática ha sufrido un duro golpe. Hoy hemos de reconocernos todos más humildes y dependientes los unos de los otros y dependientes de la sabiduría amorosa de Dios creador y redentor”.
Por ello, insiste en que “Occidente necesita una purificación y una vuelta a la tradición cristiana, que ofrece una verdadera respuesta a los interrogantes humanos y promueve el modo adecuado de vivir desde la virtud. Este es un tiempo de prueba y, a la vez, un tiempo de gracia. Solo Dios puede convertir esta situación penosa en una ocasión de salud para el espíritu humano”.
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