En la misa por las víctimas de Barcelona y Cambrils que ofició el sábado por la tarde en la catedral de Valencia, el cardenal Antonio Cañizares mostró su "cercanía" y "unión" a las familias de las víctimas de los atentados de Barcelona y Cambrils, "perpetrados por los corazones de piedra y por las mentes enajenadas de sus asesinos directos o de sus instigadores".
Que Dios se apiade, oró, "de sus familias, de Barcelona y de Cataluña, esa parte tan querida de España, y de España misma que tanto ha sufrido por los atentados terroristas de ETA durante cuarenta años con todas sus secuelas, y ahora sigue sufriendo por los asesinatos del yihadismo islámico, que sólo sabe de odio, que odia a Dios en primer lugar, y a sus criaturas más queridas, los hombres".
El arzobispo de Valencia advirtió además: "No olvidemos, hermanos, que este yihadismo, por una sinrazón, odia de manera especial a España y busca su peor mal, su destrucción y conquista, retornando a viejos tiempos y siglos que es preciso olvidar y superar".
"Los asesinos yihadistas de Daesh", añadió, "son los principales enemigos de la tierra a la que dicen falsamente defender y rescatar y, más aún, son enemigos especialmente destructores del islam, religión que debe ser respetada, en la que se adora e invoca al Dios vivo, único y misericordioso. Una tierra, una religión, un culto que se defiende con la paz y la justicia, con el reconocimiento del Dios único y verdadero que quiere que el hombre viva, practique la misericordia y proteja al hermano".
En ese sentido, "los terroristas yihadistas son amenaza principal para España, para la humanidad entera y Europa y para nuestros hermanos musulmanes que son destruidos desde su entraña misma", por lo que pidió "unidad sin fisuras, de todas las fuerzas, unidad inquebrantable de los Estados y naciones, unidad de las religiones".
"Elevo a Dios mi plegaria para que cese tanta violencia por parte de los enloquecidos y enajenados terroristas", concluyó el cardenal Cañizares: "Lo pido y suplico por intercesión de Santiago, que fue eliminado violentamente de la tierra de los vivos para dar testimonio del que es la Vida, Cristo, Hijo del Dios vivo, enviado a los hombres para que tengamos vida. Santiago, como nuestro Señor, murió sirviendo a los hombres. Santiago, patrono y protector de España, forjador de Europa, porque en el camino de peregrinación hasta su tumba en Compostela se abrió y se gestó la Europa que somos y queremos".
Texto íntegro de la homilía del cardenal Cañizares
Con honda aflicción estamos viviendo los viles atentados de Barcelona y Cambrils, con 14 muertos y más de 128 heridos. Hacemos nuestro el dolor de las familias y nos sentimos muy unidos a ellas. La amargura de la violencia asesina y criminal, de nuevo, nos han asolado y abatido y llenado de profunda, tristeza y de un dolor inenarrable a todos. Ante tanto dolor, que nos arranca la paz y hace que nos nos acordemos de la dicha, ante esta destrucción del hombre por el hombre en esa violencia asesina, hija de Caín y del diablo, enemigo radical del hombre, introductor del odio y la división entre hermanos, ante todo eso hay algo que traigo a la memoria de todos y nos da la esperanza: que la misericordia de Dios no termina y no se acaba su compasión.
Junto a esta confesión de fe en Dios compasivo y misericordioso, uno el rechazo y la condena más absolutas, de este crimen, expreso mi más viva cercanía y mi entera unión a las familias de estas personas, víctimas por la muerte o por las heridas o por los destrozos originados y perpetrados por corazones de piedra y por mentes enajenadas de sus asesinos directos o de sus instigadores. Elevamos nuestra plegaria al Dios del amor y de la vida para que tenga compasión y acoja a estos hermanos nuestros asesinados y sane, ayude y cure, el resto de las víctimas, se apiade de sus familias, de Barcelona y de Cataluña, esa parte tan querida de España, y de España misma que tanto ha sufrido por los atentados terroristas de ETA durante cuarenta años con todas sus secuelas, y ahora sigue sufriendo por los asesinatos del yihadismo islámico, que sólo sabe de odio, que odia a Dios en primer lugar, y a sus criaturas más queridas, los hombres. No olvidemos, hermanos, que este yihadismo, por una sinrazón, odia de manera especial a España y busca su peor mal, su destrucción y conquista, retornando a viejos tiempos y siglos que es preciso olvidar y superar. En la Eucaristía que celebramos, misterio de nuestra fe y fundamento de nuestro amor y esperanza, se hace memoria viva y presencial real de Jesucristo, el Justo colgado injustamente del madero de la cruz, nos muestra a Dios, que está por el hombre y se identifica con los que son víctimas de la violencia fratricida y destructora del hombre.
En Cristo, varón de dolores y siervo paciente, Dios hace suyos, asume y se identifica con los sufrimientos del hombre, a quien se pretende eliminar de la tierra de los vivos. Inmersos en el dolor miramos a Cristo, clavado en la Cruz, le miramos como cordero inocente y sin mancha, degollado, abandonado y rechazado, identificado con los que sufren, amando a los hombres hasta el extremo, rescatando de todo odio y de toda violencia y muerte, cuya matriz es el pecado y el alejamiento de Dios. Ahí está el secreto o la intimidad de Dios: el amor infinito que se entrega todo y totalmente a los hombres para liberarnos de lo que nos amenaza y hacernos fuertes en el amor, que engendra vida y esperanza y crea fraternidad y amistad. Su amor lo llena todo.
Estamos aquí la comunidad cristiana que peregrina en Valencia, movida por su fe y no por otros motivos, reunida junto al altar de Jesucristo, para encomendar a Dios, en primer lugar a los que han sido abatidos por el terrorismo yihadista en Cataluña, y suplicarle que les perdone los pecados que hayan podido cometer en sus vidas, y los acoja para siempre junto a Sí en su misericordia que no tiene límite ni fin. Es esa misericordia por la que no dudó en entregar a su Hijo, Jesucristo, para que supiéramos y palpásemos que Dios ama a todos los hombres con amor y ternura de Padre y pudiéramos vivir sostenidos por ese amor. Ruego a Jesucristo, que ha sido víctima también de la violencia y murió por todos los hombres, que abra el corazón y la mente de todos, para que se establezca de manera definitiva e irrevocable el amor, la razón, la verdad, la justicia, la paz y desaparezca toda violencia terrorista y fratricida y así seamos capaces de mostrar un mundo nuevo donde reine el amor, el de Dios, que es Amor.
Es necesario abrirse a la esperanza de que es posible romper esa larga cadena de los horrendos delitos del terrorismo, que ofenden vivamente la dignidad y el honor del hombre. Una sociedad justa y bien constituida nunca, jamás, puede instaurarse mediante el odio y la violencia asesina. Ningún crimen, ningún asesinato queda justificado por más razones que los que la asestan pudieran imaginar con mentira, de la que es padre Satán, el maligno.
El terrorismo, la violencia asesina, degradan al hombre, corrompen la sociedad, denigran a los pueblos. Quienes los cometen o los incitan son enemigos del hombre, son enemigos de la faz, son enemigos de Dios. Los asesinos yihadistas de Daesh son los principales enemigos de la tierra a la que dicen falsamente defender y rescatar y, más aún, son enemigos especialmente destructores del Islam, religión que debe ser respetada, en la que se adora e invoca al Dios vivo, único y misericordioso. Una tierra, una religión, un culto que se defiende con la paz y la justicia, con el reconocimiento del Dios único y verdadero que quiere que el hombre viva, practique la misericordia y proteja al hermano. No hay fe ni hay paz cuando el hombre es asesinado, y no hay paz sino odio ni hay mayor blasfemia contra Dios que cuando se comete la mayor de las injusticias, que es el matar al hombre inocente e indefenso al que Dios especialmente ama. La violencia asesina no es un medio de progreso, ni mucho menos de construcción o de resolución de los problemas. La violencia asesina ofende de manera suprema a Dios, a quien la sufre y a quien la practica. El mandato divino absoluto "No matarás" debe guiar la conciencia de los hombres si no se quiere repetir la terrible tragedia y destino de Caín por los pecados y los odios de los hijos de Satán, se siembra destrucción, muerte, guerra, nunca paz, progreso ni esperanza. La paz y la justicia no puede ser establecida por la violencia; la paz y la justicia no pueden florecer nunca en un clima de terror, de intimidación o de muerte. Por ello, los terroristas yihadistas son amenaza principal para España, para la humanidad entera y Europa y para nuestros hermanos musulmanes que son destruidos desde su entraña misma. Deben dejar las armas y acabar de una vez por todas y para siempre su terrorismo homicida, ya y para siempre; deben desistir del odio y de la violencia y arrepentirse, cambiar sus corazones sin demora.
La sangre de Cristo, Señor y autor de la vida,que quiere que todo hombre viva, derramada en aceptación de la voluntad del Padre en expiación de los pecados de los hombres, que sólo tiene palabras de vida eterna y ha apostado todo para que el hombre tenga vida eterna y ame al hermano en donde está la vida, como dice el evangelista Juan, nos convoca a que juntos todos busquemos los medios para poder defendernos, para poder defender a todo hombre: lo exige el derecho, el principio de toda convivencia humana, lo exige y reclama Dios. Hay que salvar a nuestra sociedad de esta terrible lacra y de esta sinrazón del terrorismo. Unidos, siempre unidos, todos unidos, unidad sin fisuras,de todas las fuerzas, unidad inquebrantable de los Estados y naciones, unidad de las religiones. Juntos, unidos hay que encontrar caminos. Todos juntos, sin fisuras. Es preciso salvar a esta sociedad de esa violencia, de tan insistentes intimidaciones, porque en todas partes se vive en permanente terror y miedo, en el ansia angustiosa nadie se siente seguro de su propia existencia.
La fe en Cristo y la conciencia de mi misión apostólica, que nos legaron los Apóstoles, particularmente en España S. Pablo y Santiago, ante quienes han muerto asesinados en Barcelona y Cambrills, me lleva a proclamar con palabras del Papa San Juan Pablo II, que "la violencia es un mal, es inaceptable como solución a los problemas, es indigna del hombre. La violencia es una mentira, porque va contra la verdad de nuestra fe, la fe en Dios, la verdad de nuestra humanidad. La violencia destruye lo que pretende defender: la dignidad, la vida, la libertad del ser humano. La violencia terrorista es un crimen contra la humanidad entera, porque destruye la verdadera construcción de la humanidad", sólo posible sobre el respeto de la dignidad y de la vida de cada ser o persona humana.
Elevo a Dios mi súplica ardiente para que cese ya tanta violencia, un signo más de una cultura de la muerte, y nos abramos a la instauración de una cultura de la Vida que tiene en Jesucristo, muerto y resucitado, su más profunda fuerza y fundamento.
Elevo a Dios mi plegaria para que cese tanta violencia por parte de los enloquecidos y enajenados terroristas, lo pido y suplico por intercesión de Santiago, que fue eliminado violentamente de la tierra de los vivos para dar testimonio del que es la Vida, Cristo, Hijo del Dios vivo, enviado a los hombres para que tengamos vida. Santiago, como nuestro Señor, murió sirviendo a los hombres. Santiago, patrono y protector de España, forjador de Europa, porque en el camino de peregrinación hasta su tumba en Compostela se abrió y se gestó la Europa que somos y queremos.
La fuerza que de verdad puede vencer la destrucción asesina brota de la fe. En la afirmación y en el reconocimiento de Dios, que afirma al hombre y su dignidad inviolable como persona, en la escucha de la voz divina que interpela a Caín y pregunta por su hermano, en el testimonio de Dios vivo que lo apuesta todo por el hombre está la raíz que posibilita la paz. Es preciso que el Evangelio de la fe, que el Evangelio del amor y de la vida penetre en el corazón del hombre, en el alma de la sociedad, en lo más recóndito de la cultura. Es necesario, con todos los medios a nuestro alcance esforzarnos, juntos y todos, en superar la cultura envolvente de muerte y de desprecio del hombre y de su verdad, de la Verdad de nuestros días en cuyo seno se gesta, desarrolla y alimenta también el terrorismo, incluido el yihadista. Los cristianos, por nuestra fe en Dios que ha enviado a su Hijo al mundo y lo ha resucitado de la muerte, tenemos la responsabilidad y el deber inapelable, sobre todo con las nuevas generaciones, de defender y abrir las posibilidades de la vida, educar para una cultura de la vida, educar para una cultura de la vida, educar para una nueva civilización del amor. Esto supone la revitalización de nuestra fe en Dios, hacer discípulos de Jesucristo, evangelizar de nuevo como en los primeros tiempos.
Pidamos al Señor en esta Eucaristía por nuestros hermanos, víctimas de los atentados acaecidos en Cataluña, en los que hemos podido apreciar y ver tantos signos de solidaridad y amor que indican que el Evangelio no está lejos de nosotros. Pidamos a Dios también por las tantísimas víctimas del terrorismo, singularmente del yihadista, que nos hacen pensar con el Papa Francisco que nos hallamos inmersos en una nueva guerra, "la tercera guerra mundial" que es preciso combatirla y ganarla, y no precisamente con armas que matan, sino con las armas que cambian el corazón del hombre, de las armas de la razón, de la verdad, del amor, de la justicia, de la educación y de la fe. Pidamos a Dios que odas las víctimas del terrorismo, por su misericordia, gocen eternamente de su paz en la vida eterna y que conforte y consuele a las familias y amigos de las víctimas, en particular las de los atentados en Cataluña. Pidamos para que cese para siempre jamás el terrorismo. Pidamos a Dios, rey de la paz, y principio y fuente de sabiduría que conceda sabiduría a las autoridades que rigen los destinos de los pueblos y naciones para que, juntos, busquen, encuentren y apliquen las medidas más justas y eficaces para erradicarlo. Y que a todos nos conceda esa sabiduría suya necesaria para trabajar responsablemente en pro de la convivencia y de la paz en justicia, verdad, libertad, sabiduría y amor. Lo pedimos por intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de Dios y de todos los hombres a la que invocamos con los entrañables títulos de Madre y Virgen de los Desamparados , Virgen y Señora de Montserrat, Reina de la Paz, Consuelo de los afligidos, Reina de las familias.